Una cultura que pasa de agache
Especial 2007Por Carlos Uribe de los Ríos
domingo 6 de enero de 2008 21:12 COT
Foto de Claudia Vásquez
Pese a la presencia una obra descomunal de Doris Salcedo en la Tate Modern de Londres, al MDE07 –ciudad + arte contemporáneo, y al auge prometedor de un nuevo cine, en Colombia la guerra lo absorbe todo como un remolino sin fondo ni esperanza.
La cultura pasa agachada en tiempos de guerra. Si pasa. Eso es lo que los entendidos sostienen y lo que podemos leer en la dura realidad colombiana. La seguridad democrática con todos sus ítems preferenciales arrasa con el presupuesto del país, se lleva una inmensa tajada y deja migajas para los demás. Exactamente como la cultura va de última en las naciones pobres. Si es que va. O sea que como arrastramos esa doble condición, los resultados tienden a la supervivencia.
Hoy se dice que una nación logra un desarrollo interesante y visible de su cultura cuando ya ha resuelto las necesidades básicas de su población: educación, salud, empleo, vivienda, servicios públicos y transporte. Bien lejos estamos entonces. Por eso a Colombia apenas se le conoce, si se puede decir, por la violencia, la guerra, la coca, la marihuana, la guerrilla y el narcotráfico. El café y el banano fueron glorias del pasado, aunque aún sean importantes para la economía doméstica. Shakira y Juanes alcanzan a ser una vaga referencia que depende del vaivén de la música comercial, y para colmo, García Márquez y su prestigio es asunto de los especialistas porque ya pasó su cuarto de hora.
En el panorama internacional ese es el punto de vista. Muchos europeos preguntan aún qué idioma hablamos los colombianos y la mayoría no pueden ubicar el país en el mapa de Sudamérica. Así las cosas, ¿qué más podrían saber de nosotros? A duras penas lo que eventualmente dicen los medios interesados en escándalos, porque el país no se promociona, es decir, carece de una política general de comunicaciones que eche al vuelo sus valores culturales y turísticos en el mundo occidental. Porque los tenemos. En el escenario internacional de hoy somos un paisito de tercera. Así nos duela.
Para tener una referencia, y con excepciones que caben en los dedos de una mano, las embajadas colombianas en el exterior son de adorno. Para pagar favores. No hacen nada que se salga de su rutina, de lo que exijan el presidente o la cancillería o presione el sector privado. Por ejemplo, las páginas web de las embajadas dan tristeza. Dependen de Bogotá y en ellas las generalidades van y vienen, reseñas breves y más bien pobres, información estática, que no se renueva con celeridad. Y la actividad de promoción de la cultura nacional es muy escasa. Un ave rara. Y una golondrina no hace verano.
El país nuestro está inmerso en una confrontación que lo absorbe todo. La guerra y sus organismos –Fuerzas Militares y Policía- se gastan 14 billones de pesos al año, mas los cientos de millones de dólares que se recogen en el exterior con el argumento de la avanzada contra el terrorismo y el narcotráfico. La inversión social es importante en las cifras del gobierno pero ni se ve ni se siente en un territorio repleto de miserias. Y para no hacer una pesada enumeración, el Ministerio de Cultura y todas las entidades que están bajo su dirección, reciben un presupuesto exiguo comparado con sus retos: 240 mil millones, de los cuales deben entregar 86 mil millones a Coldeportes, la última “papa caliente” generosamente asignada por el presente gobierno. Dineros que a duras penas le alcanzan para sostener su planta y sus programas macro, su apoyo colateral a eventos que ya tienen nombre y a otros que tratan de consolidarse.
Gracias al Banco de la República, a través de su gerencia cultural, muchas actividades de promoción y divulgación cultural, de investigación y de restauración, encuentran apoyo. Se logra así atender asuntos en este campo que de otra forma permanecerían en el limbo. Pero, por desfortuna, el sector privado, que otrora fuera clave en la financiación de la actividad cultural de todo orden, ahora tiene un papel marginal, pues no se ha encontrado la manera clara y funcional de que, como sucede en muchas otras naciones, los apoyos monetarios a la cultura se conviertan en una atractiva exención de impuestos. En esto resulta tacaño, y sobre todo de mirada chata, un Estado representado aquí por la DIAN.
Entonces, el fomento de la cultura, el apoyo de proyectos y la difusión apropiada de todo lo que se realiza, depende de pocos protagonistas. Y de un presupuesto muy restringido, que logra si acaso mantener los procesos en un nivel vegetativo. Si lo cultural marcha detrás de los demás frentes del Estado, no tiene cuándo liderar cambios y lograr ciudadanos con mentalidades nuevas, abiertas, críticas, globalizadas.
Salcedo, el punto más alto
Sin lugar a dudas, el evento representativo de la cultura colombiana en el 2007, a nivel internacional, ha sido la instalación “Shibboleth”, de la artista bogotana Doris Salcedo, que permanece hasta febrero en la galería Tate Modern, en Londres.
Es la octava artista del mundo invitada al evento patrocinado por la firma Unilever, que consiste en entregarle toda la Turbine Hall, un espacio enorme y solemne como una catedral antigua, a un creador capaz de desarrollar allí una propuesta creativa que conmocione el mundo del arte, o que proponga un debate de fondo, transformador. Salcedo es la primera artista latinoamericana (hombre o mujer) en exponer en la Turbine Hall de la Tate Modern, en la capital del Reino Unido.
Ahora, el efecto de “Shibboleth” ha sido impresionante. Miles de personas han desfilado y recorrido, una o varias veces, la grieta que hizo Salcedo en el piso del edificio, a lo largo de 167 metros, para simbolizar el resquebrajamiento de los mundos, del norte y del sur, la discriminación, el racismo, el xenofobismo, la diferencia radical que nunca se cierra ni se sana.
En Colombia, de nuevo, poco
A nivel nacional, lo cultural sobresaliente en el 2007 giró alrededor de algunos acontecimientos importantes, en cierta forma tradicionales, que resulta clave consolidar. El Carnaval de Barranquilla, El Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá, la Feria del Libro de Bogotá, y sobre todo, el avance prometedor del cine que se apuntala cada vez más en sus logros y nuevos públicos gracias al apoyo de la ley del cine impulsada por Mincultura. En resumen, son todos ellos, excepto la creciente positiva de la cinematografía, eventos de tradición, reconocidos y esperados, que se cumplieron una vez más. Pero fue, sin duda, el MDE07 –prácticas artísticas contemporáneas- el certamen de Medellín que logró poner en primer plano la discusión sobre el arte y las propuestas de hoy, lo que se convirtió en la actividad más sólida de la cultura colombiana, en casa, en el año que acaba de pasar.
El Encuentro de Medellín 07 –ciudad + arte contemporáneo– fue la realización cultural más grande, importante y ambiciosa del año. No hay duda. Y aunque comenzó propiamente en enero y terminó en junio, con su epicentro en abril y parte de mayo, se convirtió en un llamado urgente, creativo y multifacético a una comunidad sorprendida y a veces desconcertada por las propuestas. Pero de eso se trataba.
El MDE07 no solo quería recuperar los espacios y la presencia de las Bienales de Arte (1968, 1970, 1972, 1981 y el Festival de 1977), sino también sacar el arte contemporáneo de los museos y galerías y lograr un impacto más contundente entre los espectadores, ahora no solo iniciados e interesados sino también personas del común, transeúntes. Los medellinenses vieron el MDE por todas partes. En forma de propuestas artísticas y exposiciones, cine, conferencias, seminarios, residencias artísticas, recorridos guiados.
Podría decirse que lo más destacado del MDE07 fue el hecho de que la ciudad se haya sumergido de nuevo, después de años de reinado exclusivo del comercio, en el tema de las artes, desde muchas alternativas y con una mirada contemporánea. Así, el evento fue un paso bien dado hacia la internacionalización de Medellín como ciudad de las artes en Colombia.
Medellín, el florecimiento
Álvaro Ramírez, en su blog Ojo al texto, dice sobre uno de los acontecimientos del año en el terreno de la cultura colombiana: “En el área Metropolitana de Medellín consiguieron hace un año una cosa casi milagrosa: configurar una Red de 36 bibliotecas que cooperan, no sólo entre sí y con algunas entidades del Estado, sino también con la empresa privada con el fin de dotar a sus usuarios de acceso a las nuevas tecnologías de la Comunicación. Esta iniciativa es un logro de tal calibre que acaban de ganar en Kuala Lumpur (Malasia) el premio internacional de la Global Knowledge Partnership (GKP).
“La Red de Bibliotecas de Medellín trabaja por la promoción de alianzas intersectoriales y la capacidad de desarrollar la tecnología al servicio del ser humano. Porque están entendiendo que, además de cumplir la excelente labor de prestar libros, pueden contribuir a que la gente se apodere del conocimiento el red y que sus usuarios más despiertos tengan la oportunidad de participar activamente en la construcción de conocimiento por medio de iniciativas como la Wikipedia, los blogs y otras formas gratuitas de autopublicación como las revistas digitales, y los repositorios como Flickr, YouTube y Google Video desde donde es posible compartir fotografías, videos y textos”.
La cultura en Medellín ha tenido su mejor año en mucho tiempo. Certámenes académicos de primer nivel: XIII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española; nueva Gramática Consensuada de la Lengua Española; nuevo Diccionario Esencial de la Lengua; encuentros con alrededor de 50 escritores colombianos y extranjeros, y el Festival Internacional de Poesía.
Y aunque en cierta forma estas actividades parecieron solo de relaciones públicas, sus objetivos eran mostrar una ciudad que por fin ha cambiado esa historia de terror, guerra y muerte que se ha incrustado en la memoria de todos, y reafirmar los logros del programa del ex alcalde Fajardo alrededor de lo que se llamó “Medellín, la más educada”. Por primera vez una alcaldía en el país dedicó sus mayores esfuerzos a la educación, desde todos los puntos de vista. Y ese fue su mayor acierto.
Foto de Claudia Vásquez
UE, un ejemplo
La Unión Europea sabe que la llamada interculturalidad es un proceso que se debe facilitar y apoyar. Por eso ha convenido un instrumento de financiación y programación para la cooperación cultural, entre el 2007 y el 2013, con una dotación de 400 millones de euros –unos 600 millones de dólares- para “desarrollar la cooperación cultural transnacional entre operadores culturales procedentes de los países de la UE o de terceros países que participen en el Programa Cultura, dirigido a dar apoyo a la cooperación cultural y a organismos europeos activos en el ámbito cultural, así como a recabar y difundir información en el ámbito cultural”.
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