Ficciones: política y enamoramiento
Artículo destacado > El perdedorPor Clandeldestino
martes 20 de enero de 2009 11:26 COT
Marx ha muerto
Marx, que inspiró a tantos caudillos de distinto tipo, revolucionarios y también dictadores, soñadores y tipos con algo de estética, pero muchos hombres completamente adustos, aburridos y sicóticos; después de todo, fue un hombre que amó con bella vocación. Jennifer Von Westphalen abandonó su cuna privilegiada para sumarse a la causa proletaria, donde comprendió el proyecto bibliográfico de Marx y empezaría una relación que la llevó a compartir con él no sólo una familia, sino su profundo anhelo de buscar una respuesta a la explotación, a las infelices diferencias entre los seres humanos, donde se puede referenciar una correspondencia fluida con Marx y algunos de sus artículos de revista, que explican la paciencia estoica con la que acompañó a su marido en un proyecto que, durante buena parte de su vida, los sumergió en la pobreza. En la época en que tras manifestar en cartas a amigos su devoción por ella y ser correspondido con similar fervor, escribiría Karl Marx, que “quienquiera que conozca la historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino”.
Cuando Karl Marx perdió a su amada, cuando sobrevivió a ella, dijo “¡Marx ha muerto!” ¿Se asemeja en algo este hombre a Stalin? No creo. Karl se veía reflejado en los ojos de su amada, quien creía con fortaleza en sus sueños, recordándole así su camino, una obra que realizó con la humilde soledad del escritor, recluido en una vida sobria y privada, mientras que Stalin, absorbido por su posición, no nos deja huellas de una vida con una verdadera conexión sentimental con alguna mujer y más allá, nunca le tembló la única mano que lograba mover (tras uno de sus derrames) para diezmar a sus seres queridos en la orgía de sangre con que depuró el este europeo por cuestiones de intrigas y paranoias (Gasparini; 2002).
El amor proporciona un roce con la inmortalidad tan subjetiva que sólo los enamorados la notan: es saberse como aquel que arañó con tal intensidad la vida de su acompañante, como de ninguna otra forma se puede; es concederle al corazón ajeno una inmortalidad cuando se sabe que uno será inmortal en aquel músculo. Es así como el amor también da una bella mortalidad a otras cosas, nos ayuda a finalizar juegos, a cerrar episodios, a recluirnos. Cuando Marx gritó, con el alma en los labios, “¡Marx ha muerto!", se diferenció de muchos subsecuentes dictadores marxistas en anunciar su propia salida de circulación, desatornillándose de un mundo que algunos logran relativizar, sabiendo que no hay nada como el júbilo que ocasiona el ser amado; todo a su alrededor son meras dedicatorias, meras asociaciones a lo que vive en nuestras profundidades y nos aleja de la mentira circundante e invasiva.
La muerte de Jenny invitó a Marx a refugiarse en una exploración al recuerdo, fue el anuncio de su propio final y, sobre todo, de que el gran teatro del mundo (donde son más falsos los políticos que los actores) ya no tiene por qué continuar.