Obama entre ceja y ceja

A estas alturas del debate, Barack Obama se ha convertido en el salvador del mundo. Sin exagerar. Todas las esperanzas han sido depositadas en él. Esa pasión y ese carisma no se conocían desde comienzos de los sesenta, cuando John F. Kennedy se consagró como adalid de su país y del resto de las naciones occidentales.

Pero hay un gran agujero negro en esta mirada tan emocionada y tan primaria sobre el líder demócrata: que en su propio país no le tienen tanta confianza. Las encuestas en el extranjero revelan a un Obama que arrasa con su contendor McCain. En promedio la acogida en su favor está en 80-20 en la intención de voto, si los ciudadanos del mundo pudieran elegir al presidente de la nación más poderosa.

Tan poderosa que, aún así esté golpeada, detenta una fuerza militar de ataque superior a la de las otras ocho naciones siguientes en ese ranking, juntas.

Tan poderosa que lideró desde la Segunda Guerra todos los cambios trascendentales en el Hemisferio Occidental.

Tan poderosa que es la responsable hoy de la debacle financiera más tenebrosa de la historia, de la que apenas nos estamos dando cuenta por las consecuencias que se vienen.

Tan poderosa que se ha dado el lujo de terrible de arrojar dos bombas nucleares sobre sendas ciudades de Japón, sin que el resto del mundo pueda hacer nada.

Tan poderosa que se inventó dos veces una guerra contra Iraq y ha destruido a Afganistán con el pretexto de perseguir el terrorismo de Bin Laden, y no solo no encuentra resistencia sino que otras naciones apoyan alborozadas.

Tan poderosa que creó la más trascendental y bella música del siglo XX, el jazz y puso las bases indudables del rock de hoy.

Tan poderosa que es, para citar un caso general, la ganadora absoluta de los premios Nobel en las ciencias.

Y en esa nación las diferencias en las decenas de sondeos, nacionales y por estados, no pasan en promedio de seis puntos a favor de Obama. O sea que John McCain conserva una esperanza real de llegar a la Casa Blanca, aunque el candidato demócrata es el que recoge las simpatías.

¿Por qué, entonces, esta apenas pequeña diferencia en los datos sobre intención de voto de los estadounidenses? ¿Quieren por mayoría a Obama pero aún desconfían de su condición de negro, de su procedencia keniana, de su cercanía en la infancia con el Islam, de su discurso de redentor recién llegado?

Quizás lo que más pesa hoy entre casi la mitad del electorado en los Estados Unidos es el tema de la seguridad. Dicho de otro modo, el presidente George W. Bush se ha gastado ocho años tratando de gobernar con el argumento del terror. Ha convertido a sus ciudadanos en seres dependientes, miedosos, inseguros, carne de cañón, por lo que necesitan un régimen fuerte, que sea capaz de gastarse más de 700 mil millones de dólares en las guerras, que sea capaz de poner las condiciones, que sea capaz de amenazar, torturar, sobornar, con tal de conservar el control del mundo.

Esa sensación permanente del estadounidense medio de estar a la deriva, de haber perdido la tranquilidad, de ser objetivo militar de múltiples enemigos, esa polarización no solo ha sido efectiva a la hora de mantener el poder y asegurar las inversiones de los conglomerados amigos, sino que es ahora una de las armas predilectas de McCain: asegurar el control militar al precio que sea, pues muchos acechan agazapados en los desiertos y camuflados en los avances de la investigación nuclear con supuestos fines pacíficos.

McCain no ha perdido de vista las desventajas electorales de Obama en una nación que no ha superado el racismo: el ser negro y su infancia en un país musulmán. Esa persistencia en lo negativo, en la desconfianza, en el miedo tan hábilmente manejado por Bush, ha hecho mella y ha logrado que no pocos blancos estadounidenses se resistan a tener a un Obama en la silla presidencial.

Por su parte, Barack Obama ha preferido ondear una bandera de generalidades alrededor del cambio que requiere su país, y ha dejado su programa político envuelto en temas obligados: tranquilidad, menos impuestos, salud, equidad, atención al inmigrante, soluciones a la crisis financiera global, retirada paulatina de los escenarios de la guerra, apoyo a los países amigos y consensos sobre las soluciones desde los escenarios multilaterales.

Por eso Obama ha arrasado en Occidente y en Oriente. Por eso su sonrisa y su estilo sobrio y cálido se ha convertido en una etiqueta popular, imborrable ahora para los ciudadanos del mundo. Y por eso sigue siendo sometido a la duda metódica en su patria. Como dicen por ahí, amanecerá y veremos.

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