Julio Sánchez
Homo UrbanisPor Sentido Común
mircoles 14 de enero de 2009 11:12 COT
A propósito del deceso de Monseñor Julio Sánchez González, el 13 de enero de 2008.
Fue un buen año para mi vida aquel en que conocí de cerca al padre Julio Sánchez. Yo acababa de lograr perder el curso 3º de bachillerato en aquel colegio que tan malos recuerdos me trae aún hoy, ubicado por cierto en el barrio La Castellana de Bogotá, y de cuyas edificaciones solo queda en pie la blanca iglesia, contigua entonces al salón donde tomaba clases de guitarra, para distraer de alguna forma el estrés que por aquella época me producían el irreflexivo sistema académico, la obligada formación católica, la acartonada disciplina escolapia y el espantoso almuerzo estilo militar del seminternado.
El año anterior, cuando el famoso 19 de abril de 1970, había tenido la oportunidad perfecta para ‘capar colegio’, cuando en los días que sucedieron a las elecciones presidenciales mi casa fue discretamente rodeada por agentes del DAS y los teléfonos interceptados, ante la posibilidad de que mi padre, seguro futuro ministro del gobierno de Rojas Pinilla, hiciera parte de algún movimiento de sublevación contra los ‘arreglos’ entre el gobernante y el candidato del Frente Nacional, que culminaron con el cínico robo del triunfo de Rojas.
Por razones de seguridad, falté al colegio un par de semanas, mientras abrigaba el anhelo de que la situación política del país empeorara aún más para extender así mis vacaciones. Lamentablemente todo se fue normalizando y tuve que regresar a mis estudios. Sin embargo, esta situación logró relajarme lo suficiente para tomar las cosas con calma. Con demasiada, en verdad.
Tenía tal vez 14 años y ya vestía como todo un doctor colombiano, de paño y corbata, nunca supe para qué ni por qué, pero eran las reglas del colegio. Me hice a dos amigotes que pronto se convirtieron en los cómplices de horas y horas de esparcimiento, en resistencia a las absurdas imposiciones antipedagógicas que tiempo después me hicieran sentir verdadero fervor por esa oda a la libertad mental proclamada por Pink Floyd en la canción The Wall.
Con el fin de año llegó la obvia noticia del fracaso académico y mi voluntad de cambiar de colegio. Comenzando enero visitamos al Cura Julio en la casa parroquial de Santa Bibiana, quien desde entonces me acogió con los brazos abiertos. No puedo decir que sané de todos mis traumas con la educación, pero de entrada dejé de ser un número, para convertirme en una persona con nombre propio. Y el Cura fue clave, con sus charlas alrededor de la cancha de fútbol, en las que, apretándome un poco fuerte el cuello, me mostró un mundo nuevo que tenía por delante, si decidía esforzarme. Poder decirle "Curita" en vez de Reverendo Padre ya nos acercó mucho. No así su terca afición por un equipo llamado Santa Fé.
Jamás me obligó a aceptar nada por la fuerza, ni siquiera los preceptos del catolicismo que eran y son doctrina del Emilio Valenzuela. Con la licencia secreta que me concedió para no ir a misa cuando no quisiera y otras menores que no contaré, diferencié por primera vez la autoridad del miedo. Y el Cura sí que la tenía y la tuvo siempre. Su autoridad era real porque emanaba del ejercicio honesto de unos principios que no conocen fronteras ni tiempo: los cristianos. Hoy puedo refutar algunas cosas de ellos, pero nunca la manera como el Cura los practicaba ejemplarmente. Era una persona parada en el mundo real, con la visión espiritual que tanto falta hoy en la gente común. De estos dos elementos estamos hechos los muchos emilistas que Julio formó a lo largo de su vida.
Los años en el Emilio no fueron fáciles, como no lo es la vida, pero resultaron enriquecedores y serenos, dejando en mí las mejores enseñanzas que no dan las matemáticas ni las ciencias. Precisamente aquellas que nos son útiles para caminar por el laberinto de un mundo cada vez más complejo, autista y autodestructivo.
Conservo el recuerdo de un cura “chévere”, que usaba el pelo más bien largo, que andaba en un viejo Chevrolet convertible y trataba amorosamente a todos cuantos le rodeaban. Los tiempos pasaron, las cosas cambiaron, pero el espíritu emilista que construyó poco a poco, prevalecerá en todos sus hijos, quienes llevaremos una parte suya hasta el final de nuestros días. Estamos inevitablemente marcados con tu sello. Gracias Julio y feliz viaje.
mircoles 14 de enero de 2009, 13:39 COT
Preciosa remembranza y bello homenaje a un educador de verdad y magnífica reflexión sobre la importancia de la autoridad como guía y estímulo en lugar de ejercicio abusivo del poder para oprimir y reprimir
mircoles 14 de enero de 2009, 14:21 COT
Para aquellos que tuvimos el gusto de conocerlo y de compartir con él, sólo quedan sus enseñanzas, valores, su espiritu y un gran vacío que no podrá llenarse y que hace que personas como ésta, que ya no nos acompaña más, sean verdaeramen te inmortales, que descanse en paz curita Julio.
mircoles 14 de enero de 2009, 16:09 COT
Aunque yo no tengo un recuerdo tan cercano de el, si lo conoci bastante pues asisti a muchas de sus misas en la hermos iglesia de Santa Bibiana,de donde fue parroco, era paseo dominical ir alli, habia que subir bastante en medio del tambien hermoso barrio Santa Ana para llegar, y como no habian mas iglesias .y a la bajada ibamos a comer helado.
Recuerdos, bonitos recuerdos…
mircoles 14 de enero de 2009, 16:36 COT
Qué buena semblanza del Padre y de lo que significa ser parte de la familia Emilista.
mircoles 14 de enero de 2009, 17:55 COT
Sí, está hablando del mismo cura que conocí yo décadas después. Estamos inevitablemente marcados con su sello.
mircoles 14 de enero de 2009, 20:22 COT
Hermosamente escrito. Comparto exactamente la experiencia de dejar de ser un numero para convertirme en un ser humano. Cuando tuve la entrevista para ingresar al Emilio, El Curita me llevo al comedor y me sento en la mesa con Eduardo, Hernan, el “Cucaracho” en ese entonces profesor de quimica y un monton de alumnos, todos sentados almorzando en al misma mesa. Siempre me parecio simpatico que para encontrar al cura habia que buscar una procesion de alumnos, y en el medio de la nube, estaba el. No importara donde, dentro o fuera del colegio habian por lo menos 5 o 6 escoltando al cura. No se de nadie con tanto carisma.
Mi Dios lo bendiga.
jueves 15 de enero de 2009, 17:11 COT
El cura fue el alma del Emilio, nunca dejo de estar con alguno de sus hijos cuando lo necesitamos, un guia, un padre, un amigo, el cura era todo y para todos, siempre tuvo tiempo para oir, aconsejar, y siempre demostró el amor que nos tuvo a cada uno de nosotros, aparte tenia la virtud de ser hincha de Santafecito….nos van a hacer falta el curita y aponte, ya se fueron pero seguro estarán descansando con Dios, gracias xa siempre!
jueves 15 de enero de 2009, 21:47 COT
En CM& precisamente me enteré de lo que el padre quería a su equipo de Fútbol, el Santacito lindo.
Qué descance en paz.
Abrazos totales!
sbado 17 de enero de 2009, 23:40 COT
Súper bonito el homenaje, más sabiendo que gracias a él te convertiste en la encantadora persona que eres hoy.
Dios quiera que tú también multipliques las valiosas enseñanzas que te dió y tus compañeros también.
sbado 2 de enero de 2010, 22:15 COT
Excelente artículo, el cual veo casi un año después, Queda una pregunta, quien escribe bajo el seudónimo de “sentido común”, debe ser un exalumno del 71 al 75?
Hernando
domingo 3 de enero de 2010, 07:57 COT
Hernando:
Dicen que no hay quinta mala…
lunes 4 de enero de 2010, 17:04 COT
[…] a las convicciones de mi mujer, que por otra cosa; la condición de que la misa la oficiara el cura Sánchez logró que me sintiera menos raro en el evento. Aunque ya prácticamente no me queda […]