La caída de la reforma a la justicia en el Congreso
Columnas > Desde el CongresoPor Hiram Abib
jueves 2 de noviembre de 2006 16:50 COT
Grave problema afronta el país. La justicia no funciona. Recuerdo que desde Simón Bolívar se han escuchado las quejas.
El primer problema que afronta la “justicia” del país es que allí no se administra la repartición de nada. El justo, por excelencia, es el que le da a cada quién lo suyo. Los Jueces lo que administran es el garrote o el terror con que se pretende guardar la fila para que nadie ose salir de ella. Por tanto, cargan con el doloroso alias de “administradores de justicia” cuando lo que administran son los delitos o la fuerza.
Por fuera de ese gran escollo descrito, surge la mentalidad lego centrista (la ley como centro) que entiende que el hombre no participa, en su beneficio, de las leyes. Se entiende que el ciudadano nació para ley, la cual es la encarnación de la perfección. De esta manera, la vieja mentalidad napoleónica, todavía hace su agosto.
Cuando una Corte dice que hay que darle vida activa al ente estático de la ley, los más atrasados e ineptos Magistrados saltan a la palestra para murmurar que los avanzados están legislando. Ese, en términos elementales, es el famoso choque de trenes. La antiguas Cortes todavía no alcanzan a entender que el control constitucional es para todos. Ese antiguo Juez rural que por arte de rodilla llega a la Corte, jamás podrá doblegar su arrogancia campechana ante la Constitución.
Cuando un Magistrado da el salto de lo rural al poder urbano, nunca vuelve a estudiar. Da clases a precio de oro. Las sentencias las redacta un Magistrado auxiliar que tiene el trabajo de instruir al titular con cuadritos sinópticos que a veces no alcanza a entender. Se cuenta del caso de una Magistrado que defendió una tesis contraria al proyecto que por escrito había presentado.
Si se suman los días de permiso remunerado, las horas de clase y los días de vacancia ellos le suman a un Magistrado aproximadamente 174 días al año. Si a esto le sumamos los recreos diarios o las fechas extras como cumpleaños y otros, encontramos que buena parte del tiempo es de ocio remunerado.
Para remediar estos males se proponen reformas que adapten las instituciones a estos fenómenos. Esa es una reforma judicial.
Cuanta alegría le causa al corazón de la patria que en un acto de cordura el Congreso se haya abstenido de aprobar el esperpento.
jueves 2 de noviembre de 2006, 21:30 COT
No he sido muy dada a meterme en este mundo, pero veo que tù me actualizas y por ello siempre seguirè pendiente de tus escritos. Còmo vamos cambiando con esta democratizaciòn de la inoformaciòn? Mucho, personalmente me asombro por mi interès en algo que otrora no me llamaba la atenciòn.
Saludito especial en esta casa equinoXial!
jueves 2 de noviembre de 2006, 22:11 COT
Lully: Gracias por esta distinción. Proviniendo de una pluma que traduce en lineas la estupenda lección de crear belleza en los temas que tratas es un honor.
viernes 3 de noviembre de 2006, 05:52 COT
Muy inquietante, pero para mí, que soy lego en leyes, caminaste un poco rápido. Lo que te quiero pedir es que “me la barajes más despacio” o me expliques mejor. Especialmente cuando dices:
“Se entiende que el ciudadano nació para ley, la cual es la encarnación de la perfección. De esta manera, la vieja mentalidad napoleónica, todavía hace su agosto.”
¿La ley es eso? ¿cómo así? yo pensé que la perfección no existía, que todo es contigente y relativo.
Como yo no sé cual es la mentalidad napoleónica frente a la ley, me quedé sin entender bien la cosa. Me imagino que la nueva Constitución no está tan interesada en que la justicia sea punitiva. ¿Es por ahí la cosa?. ¿Más bien preventiva?
Veo que estás criticando dos corrientes en boga y un choque de trenes debido a la manera de entender la ley. Podrías ampliar un poquito los conceptos, para ver si yo, menos enterado capto mejor el alcance de tu artículo y que me ha parecido valioso.
De antemano muy agradecido.
viernes 3 de noviembre de 2006, 09:36 COT
Alvaro:
Cuando aparece el código de Napoleón se prohibió interpretarlo. Era la suprema verdad que había llegado. Con el tiempo la realidad de la dinámica económico social rebasó la estaticidad de la norma. Nació la perentoria necesidad de aplicar una ley, no profética, fundamentalmente estática, a una realidad totalmente cambiante. Los franceses se negaban a creerlo. Los alemanes con Savigny pelearon por la interpretación, jugando un papel fundamental en el proceso las técnicas de los intérpretes protestantes. Así las cosas, el intérprete realiza en presente un mandato del pasado (el código penal alemán, por ejemplo, tiene cien años) Esa labor es eminentemente creativa.
La Constitución es la carta de navegación con respecto a los cuales hay que inventar el presente. Los franceses atacan a los intérpretes signándolos de legisladores. Toman en presente la ley del tiempo pasado. Lo anterior, sumado a los complejos personales, supremacía y jerarquía, no les permiten reconocer la supremacía de la Constitución, como carta de buenos PRINCIPIOS, los cuales se deben interpretar. La Corte Constitucional lucha por el predominio de la interpretación con base en la Constitución. La Corte Suprema se considera exenta de la Constitución. Ahí va el choque.