Un coreano víctima de la bomba atómica, ignorado por su país y por Japón durante décadas
Estancias > Hibakusha ProjectPor Mainichi Shimbun
jueves 1 de noviembre de 2007 0:01 COT
(Publicado originalmente el 27 de octubre de 2007 en japonés y el 29 de octubre de 2007 en inglés)
Kwak Kwi-Hoon (Satoru Ishii / © Mainichi Shimbun)
El otoño ha llegado una vez más, después de un verano de intenso calor que, 62 años después de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, se hace cada vez más duro para que los envejecidos hibakusha lo soporten. La creciente fragilidad de la salud de los sobrevivientes le da urgencia a una campaña en curso para que el gobierno reconsidere y flexibilice las normas que regulan la compensación pública destinada para los gastos médicos ocasionados por las enfermedades relacionadas con los bombardeos.
Con el clima más fresco viene la temporada de los viajes escolares. Como muchos de ellos tienen como destino Hiroshima y Nagasaki, ofrecen una buena oportunidad para que los sobrevivientes de los bombardeos transmitan sus experiencias a los jóvenes y les enseñen el valor de la paz. Su fervor es contagioso. Esta serie, que entra en su segundo año, destaca sus esfuerzos y sus vidas.
"La meta de nuestro movimiento", dice Kwak Kwi-Hoon, de 83 años, "es que [el gobierno] afronte nuestros más amargos sentimientos. No hacemos esto para que nos compren con unas cuantas decenas de miles de yenes al mes".
Kwak, ex presidente de la Asociación de Víctimas Coreanas de las Bombas Atómicas, no tiene pelos en la lengua. Cuando habla de "[nuestros] más amargos sentimientos" usa la palabra coreana han, que sugiere una especie de rencor nacional construido en la cultura merced a una larga historia de opresión autóctona y extranjera, parte de ella bajo el yugo colonial japonés de 1910 a 1945.
Kwak, enviado a la fuerza a Hiroshima durante la guerra, fue herido por la bomba, sólo para que sus clamores fueran ignorados durante años tanto por Japón como por su propio país. De ahí su "han", encauzado en una súplica sincera a nombre de miles de hibakusha coreanos, y cuya asociación fue fundada hace 40 años para apoyarlos.
Kwak me recibió cálidamente cuando nos encontramos en la mañana del 19 de octubre en el YMCA Asian Youth Centre de Tokio. Él había llegado dos días antes para asistir, por invitación del gobierno, a las audiencias del equipo del proyecto de la coalición oficialista sobre políticas para los hibakusha. Regresaría a casa más tarde en el día.
Obligado a aprender japonés durante el periodo colonial, todavía habla el idioma sin esfuerzo. Lo llamaron a filas, me dijo, en septiembre de 1944. Tenía 20 años, y estaba apenas a punto de graduarse de profesor. Lo asignaron a un escuadrón en Hiroshima. Once meses después cayó la bomba. El barracón de ingenieros donde residía se hallaba a 2 kilómetros del epicentro. Kwak había acabado de salir del edificio.
"Había una gran bola de fuego", recordó. "Corrí por mi vida. Antes de siquiera darme cuenta, tenía quemada la espalda". Estuvo en coma por una semana.
Arremangándose el brazo izquierdo, me mostró los queloides que todavía le quedan en el antebrazo.
"Muchos hibakusha estaban muy mal de dinero", dijo. "Especialmente después de la Guerra de Corea. Perdieron sus casas. Tenían que pedir [limosna]. Morían al lado de la calle. Sus familias los abandonaron…"
Kwak calcula que hubo alrededor de 23.000 hibakusha que regresaron a Corea después de la guerra. Su asociación cuenta en la actualidad con 2.663 miembros.
En agosto de 1959 Kwak envió un artículo a un periódico surcoreano contando sus experiencias como hibakusha. Resultó el primero de una serie. "Ni el gobierno ni nadie más les ponía atención alguna a los hibakusha", dijo. "La actitud de la época era decir que ‘la bomba atómica nos dio la independencia. Si estás sufriendo, vive con eso’".
Al final, capaz de regresar a Japón en febrero de 1967 luego de que se normalizaran las relaciones bilaterales, Kwak visitó Hiroshima, donde conoció, entre otras personas, a un periodista de prensa llamado Takashi Hiraoka, quien después sería alcalde de la ciudad. En julio de ese año fundó el ente antecesor de la asociación actual, la Asociación para el Apoyo a las Víctimas de la Bomba Atómica.
Fue la acción popular de Kwak la que allanó el camino para que los hibakusha extranjeros pudieran ser elegibles para las compensaciones bajo la Ley de Apoyo a los Hibakusha. En mayo de 1998, estando en Japón para un tratamiento de dolor de espalda, obtuvo la libreta que significa el reconocimiento oficial como hibakusha, estatus que le da derecho a una pensión de salud de alrededor de 34.000 yenes mensuales (poco más de 200 euros o 585.000 pesos colombianos). Pero cuando volvió a Corea del Sur dos meses después, le cortaron dicha pensión. Demandó. En diciembre de 2002 la corte decidió a su favor. "Un hibakusha es un hibakusha dondequiera que esté", declaró el presidente del Tribunal Superior de Osaka. "Es un hecho que debe afrontarse".
La visita de Kwak a Japón de este mes incluyó un encuentro con el ministro de Salud, Trabajo y Bienestar Yōichi Masuzoe. Al entregarle al ministro una tarjeta personal en la que se hallan escritas las palabras del juez —"Un hibakusha es un hibakusha dondequiera que esté"— Kwan presionó para exigir beneficios de salud para los hibakusha extranjeros. Hay 230 hibakusha surcoreanos, muy viejos y enfermos para venir a Japón, que siguen sin libretas. "No me iré a casa sin una promesa firme de su parte", Kwak le dijo al ministro.
"Queremos exactamente el mismo tratamiento que reciben los hibakusha japoneses", afirmó con convicción.
Por Nobuo Tateishi, Mainichi Shimbun. Traducido del inglés, con apoyo en la versión en japonés, por Julián Ortega Martínez
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