El dolor de la opresión del pasado se suma a la agonía nuclear de los coreanos
Estancias > Hibakusha ProjectPor Mainichi Shimbun
domingo 17 de diciembre de 2006 0:02 COT
(Publicado originalmente el 22 de octubre de 2006)
Hiroshi Maruya (Takeshi Nishimura / © Mainichi Shimbun)
Hiroshi Maruya la llama “omoni” –“madre” en coreano–. Omoni –Song Im-pok– murió de cáncer en un hospital en Pusán, Corea del Sur, en enero. Tenía 73 años.
Sesenta años antes, ella estaba en Hiroshima cuando la ciudad sufrió el primer ataque nuclear en el mundo.
Cuando Maruya, de 81 años, director honorario del Hospital Kyōritsu de Hiroshima en el distrito Asaminami de la misma ciudad, la visitó en el hospital de Pusán poco antes de su muerte, ella estaba apenas consciente.
Ahora Maruya está decidido a completar sus memorias inconclusas, Mi historia personal. Un mes antes, el gobierno había rechazado su solicitud para ser reconocida oficialmente como una víctima de los bombardeos.
“Pienso que eso le rompió el espíritu”, dice Maruya. “Se debilitó rápidamente después de eso”. Ella murió 10 días después de la visita.
Varios hibakusha del extranjero empezaron a venir al hospital de Maruya para tratamiento en 1990. El 80% de ellos eran surcoreanos.
Foto de archivo de Hiroshi Maruya. (© Mainichi Shimbun)
“Primero sufrieron el yugo colonial japonés, después fueron víctimas de la bomba atómica estadounidense”, dice Maruya, “y finalmente, tras la guerra, fueron abandonados por Japón, negándoles cualquier apoyo oficial. Esto no debe olvidarse”.
Estimuló a sus pacientes a escribir sus experiencias. Sus historias eran lúgubres crónicas de enfermedades, dificultades para sobrevivir, discriminación. Maruya leía con lágrimas en los ojos.
El 6 de agosto once de estas memorias, entre ellas las de Song, fueron publicadas por Nishida Shoten en una colección titulada Hikisakarenagara watashitachi wa kaita (“Escribimos con el corazón roto”).
Maruya se graduó de la antigua Escuela Secundaria de Hiroshima (ahora la Universidad de Hiroshima) en la primavera de 1945. Dos días después del bombardeo estuvo expuesto a la radiación cuando volvió a Hiroshima desde Iwakuni, su pueblo natal en la prefectura de Yamaguchi, para buscar a un amigo.
En 1977, como el recién nombrado director del Hospital Kyōritsu, se puso a mejorar el tratamiento de los hibakusha, trabajando al mismo tiempo para recolectar el testimonio escrito de las víctimas del bombardeo.
En septiembre, Maruya fue invitado por un grupo de ciudadanos de Seúl para dirigirse a una asamblea antinuclear que patrocinaba. Maruya escogió como tema sus memorias de Song.
“Cuando Corea del Sur estuvo bajo el mandato militar”, dice, “criticar el bombardeo atómico era tabú, pues condujo a la liberación coreana de Japón. Ahora, finalmente, puede decirse: ‘las armas nucleares son absolutamente malas’”.
A mediados de octubre, Maruya recibió una visita de un grupo de historiadores locales de la villa de Hapchon, en la parte meridional de Corea del Sur. Antes de la guerra, muchos coreanos en busca de trabajo viajaron a Hiroshima, entonces base militar. Maruya inmediatamente se ocupó en establecer contacto entre el grupo de hibakusha que encabeza y los hibakusha de Hapchon.
Maruya es un preservador de la historia, me doy cuenta mientras le escucho explicando el lazo entre Hiroshima y Hapchon. Es una responsabilidad asombrosa. Me pregunto si puedo igualarla.
Por Noboru Ujō, Mainichi Shimbun. Traducido del inglés por Julián Ortega Martínez
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domingo 2 de marzo de 2008, 23:41 COT
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