En la iglesia del Voto Nacional con los familiares de los secuestrados
Colombia > Especial Marcha 4 de febreroPor Óscar Pedraza
mircoles 6 de febrero de 2008 17:28 COT
(Fotos: Óscar Pedraza / especial para equinoXio)
El asunto no pasó por el silencio ni por el miedo. Por lo menos no en ellos. Desde hace unos años los familiares de los secuestrados decidieron organizarse para buscar soluciones a la situación en la que se encuentran. En ese proceso han formado una posición particular frente a la realidad del país, que tiene entre otras características una muy sólida crítica a la manera en que el Estado decide sobre la vida de sus familiares. De ahí, no solo han empezado a presionar por el intercambio humanitario como la salida más viable para el tema del secuestro sino que proponen que a partir de ese tema es posible sentar a las partes y buscar una salida negociada al conflicto. Porque para ellos hay un conflicto, que no es sólo armado, sino que también es social y político.
Su posición crítica frente a la idea de la radicalización de la guerra que leyeron como discurso articulador de la marcha los llevó a buscar un camino distinto para hacer su propio llamado a la liberación de sus familiares. De ahí que, apoyados por una buena cantidad de organizaciones, decidieran tomar distancia del 4 de febrero y en su lugar prefirieran dirigirse a la iglesia del Voto Nacional para realizar una homilía por el intercambio humanitario.
El año pasado, durante esa concentración cargada de emociones encontradas convocada por los medios de comunicación, los familiares de los secuestrados que salieron para gritar en las calles la necesidad del intercambio fueron agredidos repetidamente. Otras veces se ha expuesto cómo su postura crítica frente a la guerra y su solución es considerada una muestra de su síndrome de Estocolmo. La deslegitimación en el día día de su vida y por el mismo camino, la de sus familiares secuestrados. Esa ira hacia sus postulados los ha llevado a reflexionar acerca del cómo debe hacerse su trabajo
El lunes decidieron situarse en los márgenes de la marcha, tanto en su sentido geográfico como en el ámbito político. Por eso la misa tuvo un extraño carácter intimista. La iglesia se llenó de amigos, compañeros, organizaciones solidarias que comprendían su mirada del conflicto y que también consideraban que era necesario hacer distinto. Se rebosó de gente, de pancartas de acompañamiento de organizaciones hermanas, de un respeto que extrañamente no se respiraba igual en el resto de la ciudad. Era como si el silencio y la imposibilidad del diálogo en el país se presentara como la sensación común. Como si no se pudieran sentar posiciones adversas y la solución fuera encontrar un refugio. La iglesia a la manera de un resguardo para los familiares de los secuestrados, al tiempo que por la calle 19 olas de camisetas blancas retumbaban incesantes. Afuera de la iglesia pancartas más grandes, arengas por el intercambio humanitario, una cámara en un trípode y la disposición a una cierta batalla confusa entre algunos manifestantes que pitaban cuando las consignas por el acuerdo humanitario se oían. Una guerra por el control del viento y el sonido, por saber quien ganaba haciendo ruido y que mensaje se imponía en la placita de los mártires.
El llamado por la vida, por la necesidad de encontrar una salida digna no solo al problema del secuestro sino al conflicto era proclamado por el cura desde su atrio. Decía que el dolor del país estaba encarnado en las víctimas del secuestro, de la desaparición, de la tortura, de las masacres, de la victoria del silencio y a negación de la naturaleza de la violencia del país. Al final, una oración por los secuestrados que clamaba también por todo el crisol del dolor de la guerra y llamaba por un camino distinto al de la negación del otro para consolidar el orden. Luego una canción.
En la parte más cercana al atrio estaban los familiares que mientras salían empezaron a levantar su voz exigiendo el acuerdo humanitario. Caminaban por la mitad de la iglesia y repetían una y otra vez lo que creían justo. Afuera el aire se enrarecía. Arengas encontradas se oían en los andenes y la confusión entre el sentido de ese encuentro parecía perderse. Las camisetas que pululaban en la marcha masiva apaecieron para gritar no más FARC y buscar posicionar su discurso. El llamado al acuerdo humanitario y una salida política al conflicto (motivos concretos de la convocatoria de los familiares de los secuestrados) empezó a ser ahogado por los pitos y los gritos que llegaban de diferentes lados en la calle. Los familiares salían de la iglesia y sus consignas fueron por un momento sofocadas por los gritos de otras personas. Era fácil confundirse, perderse en la bruma generada por los gritos y dejarse llevar por el deseo de aniquilación a las FARC.
En ese tumulto se exigió respeto. Los y las familiares mantuvieron su postura, se pararon con la dignidad que se les trata de negar todos los días cuando intentan exponer su posición para decir que ese día, por lo menos, iban a tener que oírlos. Así que mientras Wilson Borja era insultado casi hasta los golpes por algunos grupos de personas, los familiares hicieron pública otra vez su indignación ante lo que consideran un tratamiento infame por parte del gobierno de la vida de sus familiares. Antes de irse, preguntaron cómo era posible que no fuera una razón de Estado salvar la vida de las personas que se suponía el mismo Estado debía proteger.
Orwell habla de los dos minutos del odio, ese momento al día en que la población se enceguece y grita rabiosa hacia lo que la pantalla muestre. A veces pareciera que esos dos minutos no van a terminar jamás…
mircoles 6 de febrero de 2008, 20:07 COT
gracias
jueves 7 de febrero de 2008, 00:01 COT
[…] 06.02.2008 En la iglesia del Voto Nacional con los familiares de los secuestrados […]
lunes 18 de febrero de 2008, 10:28 COT
En mi familia hay 3200 secuestrados. En mi familia hay 3 millones desplazados. En mi familia hay 10.000 desaparecidos. Y en la suya?