Los nuevos ángeles de la supervivencia
Ciencia y conciencia > ColumnasPor Thilo Hanisch Luque
mircoles 29 de noviembre de 2006 14:00 COT
François repasaba una vez más la lista de conferencias de cardiología que daría en Bogotá. La verdad es que el trajín del trabajo en los últimos días, sumado a la cantaleta de su insoportable ex esposa de que no se arriesgara a viajar a un país tan violento como Colombia, como lo atestiguaban las múltiples noticias de muerte y terrorismo que ocasionalmente veía por TV, en su apartamento de París (cuando le quedaba tiempo), lo habían puesto muy nervioso. Y ese dolor del pecho, que no podía ser otra cosa que el efecto de la comida prefabricada del avión. Viajar en primera con una aerolínea colombiana, tampoco era garantía de un vuelo placentero, pensaba. Súbitamente el dolor se agudizó, sentía como si un elefante se le parara encima del pecho. Nunca pensó que moriría de manera tan irónica. Y lo que hace unos pocos segundos pensaba que era un simple malestar estomacal, pasó a ser un infarto. Mientras tanto la azafata se percate de que Monsieur Rochelle está caído de medio lado en su silla hacía el corredor del avión. Lo toca en la espalda, luego lo sacude, lo llama por su nombre, pero no responde. Inmediatamente llama a Rosa, su compañera, y lo colocan con mucho cuidado y trabajo, bocarriba, sobre el suelo. Helena extiende el cuello, para abrirle la vía aérea, e iniciar las maniobras básicas de reanimación. No respira. Rosa llega con un pequeño aparato, en forma de grabadora de los años setenta, con la inscripción AED encima, y saca unos extraños parches y los pega al tórax de Monsieur Rochelle. Mientras tanto Helena ya le ha dado cuatro ciclos de dos respiraciones boca a boca, y 15 compresiones torácicas rápidas. Daniel, otro asistente de vuelo, llega con una pequeña botella verde de oxígeno, y una máscara facial. Rosa oprime el botón de ON del extraño aparato, y luego pega los aún más extraños parches adhesivos al tórax del paciente, y los conecta al aparato, y luego oprime un enorme botón que dice ANALYZE.
El aparato, en forma autoritaria emite una advertencia: “No tocar al paciente y alejarse de él. Analizando.” Pasan unos diez segundos y el aparato emite otra advertencia: “Descarga indicada. Pulsar botón de descarga.” Rosa acerca su mano temblorosa al otro botón gigante, de color amarillo, y que titila sin cesar. Es el botón que dice DISCHARGE, pero justo cuando está a punto de oprimirlo, Daniel le está poniendo la máscara de oxígeno a la víctima. Ella le grita que se aleje. Daniel queda pasmado. Rosa se cerciora una vez más, y maldice su suerte. Ahora si oprime el botón. El paciente se contornea suavemente hacía arriba. El aparato dice: “Ahora puede tocar al paciente. Verificar circulación.” Helena sabe que no necesita hacer eso. Ve como Monsieur Rochelle vuelve a respirar espontáneamente y abre los ojos y pregunta: “¿Qué pasó?” Y cuando él ve el desfibrilador, ya sabe por qué huele a quemado su velludo pecho. El es cardiólogo. En media hora más aterrizarían en Bogotá. Por ser cardiólogo de un evento tan importante, Francois recibiría una atención de lujo, sin duda alguna. Sería objeto de angioplastia coronaria de urgencia al llegar, con toda seguridad. Se pelearían por atenderlo.
Mientras empezaba a masticar una aspirina, sabía que su vida, sin embargo, se la debía a un equipo de legos en el área de la medicina, y que escasamente habrían hecho un curso de dos días para aprender a dar reanimación básica y manejar un desfibrilador automático externo (DEA). El había estudiado 14 años para ser un gurú de la cardiología. Pero le debía la vida al personal de la aerolínea. Bueno, y al genial inventor del DEA. Definitivamente la vida le estaba dando una lección de humildad. Ahora le importaban un bledo las noticias negativas sobre Colombia. Y por improbable que pareciera, volar con las aerolíneas colombianas empezaba a agradarle más.
Si algún lector cree que este caso clínico que me he inventado para el día de hoy, es exótico, o poco probable, lo invito a ver estadísticas. El infarto agudo de miocardio es de lejos la primera causa de mortalidad en los países industrializados, y la segunda (después de la muerte violenta) en Colombia. En el 40% de los casos, la oclusión aguda de una arteria coronaria (la izquierda en el 90% de los casos) causa una depravación de sangre arterial oxigenada (isquemia) al músculo cardíaco, pero también a las vías eléctricas del corazón, que son como circuitos de cables con relevos electrónicos, que coordinan la contracción de las cuatro cámaras cardíacas. Cuando hay isquemia en este circuito, se pierde la “armonía” del circuito, por decirlo de alguna manera, y las contracciones se vuelven erráticas, descoordinadas, desencadenando en unos ritmos eléctricos (arritmias) que por su patrón en el electrocardiograma (ECG) se denominan taquicardia ventricular (TV) y fibrilación ventricular (FV). En un escenario de estos, las compresiones cardíacas y la oxigenación bien suministradas, pueden aportar un 20% del flujo sanguíneo necesario para la vida.
Aunque 20% es mucho mejor que nada, y estas maniobras pueden salvar la vida del paciente, mientras llega el desfibrilador, sin la desfibrilación eléctrica la muerte de todas maneras es un hecho casi seguro, en un paciente como éste, y que ya no respira. Y es que el cerebro por mucho aguanta tres minutos sin oxígeno, aunque el corazón pueda durar 20 a 30 minutos más sin este gas molecular vital. La descarga del desfibrilador paraliza al corazón. De hecho lo pone en asistolia (ausencia de latidos). Pero así el corazón puede retomar el ritmo eléctrico normal, y por ende volver a una actividad mecánica normal espontáneamente, después de quedar “aturdido” por unos segundos. Pero veamos primero como se da el infarto, y luego volveremos a este simpático aparato.
El infarto agudo de miocardio
En el artículo de la semana pasada veíamos como la aterosclerosis alteraba el flujo sanguíneo normal, elevando la presión arterial normal, y por ende sobrecargando de trabajo mecánico al músculo cardíaco. Esas lesiones (ateromas) se denominan también placas ateroscleróticas. Las hay estables e inestables. Veamos:
En el dibujo de arriba hay restricción del flujo, pero la luz del vaso (arteria) permanece abierta. Si el paciente hace ejercicio, aumenta la demanda de sangre oxigenada, pero la obstrucción parcial no permite que fluya suficiente sangre para satisfacer una mayor demanda de oxígeno. El paciente puede sentir dolor, pero al parar el ejercicio, se reequilibra la oferta y la demanda, y se va el dolor. Clínicamente a esto se denomina Angina estable.
Abajo se rompe la piel unicelular que cobre la luz interna del vaso. Como si se tratara de una herida (como cuando nos cortamos un dedo), se inicia una cascada de coagulación (como cuando se forma una costra). Lamentablemente esta defensa termina por ser más dañina, porque obstruye la luz del vaso por completo. El paciente sentirá dolor con o sin ejercicio, lo que se denomina Angina inestable.
El miocardio puede ser objeto de una recuperación casi total, si la intervención farmacológica (drogas que disuelven el coágulo) o la angioplastia coronaria (catéter o sonda que se introduce en la arteria para lisar el coágulo, y algunas veces colocar un anillo plástico llamado STENT) son realizadas durante los primeros 90 minutos desde el infarto. Sigue siendo útil hasta las primeras seis horas, después no. Cuando se hace algún procedimiento después de este tiempo, es por un reinfarto (un nuevo infarto).
La cadena de la supervivencia
Este es un concepto, de acuerdo al cual se pretende integrar a la comunidad a la detección y tratamiento temprano de los infartos, pues en esto de la desfibrilación, puede decirse que por cada minuto que pasa el paciente pierde entre un 15 a 20% de probabilidades de sobrevivir. Si bien la reanimación cerebro-cardio-pulmonar puede alargar un poco esta "ventana crítica", la verdad es que la desfibrilación nunca debería demorarse más de 3 minutos en el ámbito hospitalario, y cinco minutos en el prehospitalario.
Actualmente las líneas aéreas, grandes edificios públicos, y algunos centros comerciales, tanto en Colombia como el resto de Latinoamérica, cuentan por norma con un DEA, y personal que sabe como manejarlo. Aunque es sencillo, se recomienda que las personas interesadas tomen un curso de reanimación básica que incluya la utilización del DEA. En términos clínicos, se habla del ABCD PRIMARIO, donde la A es por AIRWAY (Vía aérea en inglés), la B es de BREATHING (Respiración), la C es de CIRCULACIÓN, y la D es de DESFIBRILACIÓN. Pero ante todo, lo primero es pedir ayuda (ambulancia o DEA) mientras el rescatista atiende a la víctima. Por protocolo también se debe pedir permiso para ayudar. Si la víctima está inconsciente, sin embargo, la ley presume oficialmente que hay consentimiento.
En el cuento introductorio, Helena constata que François está inconsciente, pide ayuda a Rosa, y luego entre las dos acuestan al paciente en el piso (superficie plana), extienden el cuello para evitar que la lengua ocluya la vía aérea (AIRWAY), verifican si está respirando (BREATHING), e inmediatamente asumen que si no respira espontáneamente, no tiene circulación. Eso es correcto, pues los nuevos protocolos parten de la base que un paciente que no respira es muy inestable, como mínimo. Siguen adecuadamente las instrucciones del DEA. Si el paciente no hubiera tenido TV o FV, no hubiera permitido la descarga, y en ese caso la indicación sería continuar con la reanimación ABC. María grita a Daniel no por maltrato, sino para que no reciba la descarga eléctrica que el DEA aplicará al paciente. Por otro lado a veces pueden producirse chispas o arcadas eléctricasentre los parches (o paletas del DEA), y el oxígeno al 100% que Daniel con buena intención quería suministrar al paciente, es explosivo, y en avión las precauciones adicionales nunca sobran.
François es finalmente atendido por un humilde médico de urgencias, dentro de la misma ambulancia, luego de aterrizar su avión. Mientras se mueven a través de un trancón monumental por la Avenida Norte-Quito-Sur, completan casi hora y media de espera, y no han podido avanzar, pues Bogotá está semiparalizada, porque es viernes en la tarde, y hay un aguacero que no les ha permitido avanzar, a pesar de la cooperación de los automovilistas que se hacen de lado como pueden. Pero François está muy bien. El médico de la ambulancia le inició una droga llamada estreptoquinasa, que estaría disolviendo el coágulo en su coronaria izquierda por completo en una hora. Ya no sentía dolor, y el ECG era normal. El médico charla con él en inglés, y le cuenta que es un desempleado más de Colombia, aunque ocasionalmente hace reemplazos. En su tiempo libre le gusta hacer cursos de atención de urgencias avanzados, y el resto del tiempo se la pasa navegando en la Internet. François está nuevamente sorprendido. Una semana después invita a comer a Rosa, Helena y al médico de la ambulancia para agradecerles. A los honorables e importantes médicos del congreso de cardiología nunca los conoció al final. Igual le daba lo mismo. Había hecho una buena amistad con el médico de la ambulancia. Y con Rosa, la cosa iba muy en serio. El tratamiento que su corazón había recibido fue integral, y a tiempo.
¡Ah! Y la estreptoquinasa es un producto de una muy temida bacteria, pero que el hombre investigó y convirtió en una aliada de la ciencia. Pero eso hace parte de otro cuento, perdón, artículo científico. Hasta entonces.
NOTA: este artículo tiene propósitos informativos y científicos. Ninguna parte de su contenido debe tomarse como indicación médica o farmacológica. Si tiene alguna duda sobre su salud, consulte a su médico. Este artículo es informativo, y si usted desea ser proveedor de reanimación básica deberá hacer un curso avalado. Recomiendo el BLS (BASIC LIFE SUPPORT) de la AMERICAN HEART ASSOCIATION, o el EFR (EMERGENCY FIRST RESPONSE) de PADI (Professional Association of Diving Instructors). También son recomendables los cursos de la Cruz Roja Colombiana.
mircoles 29 de noviembre de 2006, 14:43 COT
La importancia de la detección y tratamiento temprano de la FV o TVSP asociada a los infartos, pues por cada minuto que pasa el paciente pierde entre un 15 a 20% de probabilidades de sobrevivir.
El minuto se refiere al retraso en el tratamiento de la fibrilación ventricular (FV), o de la taquicardia ventricular sin pulso (TVSP), no al infarto. El infarto puede o no dar un compás de espera, dependiendo de su severidad, y de otras patologías asociadas. Hay infartos fulminantes (que matan de una), y hay otros que se “dejan manejar”. También hay pacientes que se infartan, y no reciben ningún tratamiento, y sobreviven, aunque con un corazón más débil y las consecuencias que ello acarrea.No todos los pacientes que se infartan, desarrollan TVSP o FV. El tratamiento definitivo es desbloquear la arteria afectada.
mircoles 29 de noviembre de 2006, 18:54 COT
Lo que la ciencia y el avance pueden hacer por el ser humano es extraordinario. Importante también que se mire desde el punto de vista preventivo y no correctivo.
Conozco una persona muy allegada que fue operada hace 15 años y su vitalidad es increible… después de casi perecer.
Ya quisiera yo que en cuanto al càncer tuviera el hombre la dicha de poder curarlo y salvar vidas, porque su ìndice de mortalidad crece cada dìa màs. Mi saludo para el médico de esta casa equinoXial, ¡un abracito afectuoso!
Ah!! Thilo, ¿no te animas a la guerra de almohadas? Lee la invitación en mi ùltimo post.
jueves 30 de noviembre de 2006, 15:58 COT
¡Hola Lully!
La medicina seguirá avananzando, sin duda. El problema es que muchas veces los retos y problemas a resolverse progresan también, por lo que intuyo, este será un tema de nunca acabar, especialmente en el área del cáncer, que es extremadamente compleja.
Gracias por el abracito, te lo devuelvo como abrazote, y clar, ahora mismo iré a ver lo de la campaña de almohadazos. THILO
jueves 30 de noviembre de 2006, 16:24 COT
Siempre he dicho que lo mejor que puede haber en el mundo es morirse de un infarto fulminante, claro cuando le toque y no ir rengueando por la vida cuando los infartos le dan a medias y queda uno tan estropeado que hasta la muerte le da pesar para llevárselo a uno. Y ahora que abordas lo de los adelantos técnicos para prolongar la vida, a veces son más crueles que la misma enfermedad al prolongar el sufrimiento hasta límites infrahumanos. Pero claro, ese será un tema, lo presiento, para un inmediato futuro de esta columna que día a día nos encarrete con vitaminas CH, siglas extrañas y sobre todo una deliciosa forma de contarnos que detrás de nuestro bienestar existe el mundo de la ciencia con sus continuos avances.
(Lully prometió ir a la guerra de almohadas en Medellín. Espero no le dé un infarto a más de uno cuando la vea)
jueves 30 de noviembre de 2006, 20:31 COT
Hola Marsares: bueno, afortunadamente por ese lado no estoy en peligro, acá en Bogotá. Ahora que me imagino las reflexiones (al desnudo) del pobre novio de Lully, tratando de impedir el deseo de su comptencia por interactuar a amohadazos con Lully…
Ahora que lo pienso, la cosa no es tan inofensiva como parece…
🙂 😉 🙂
mircoles 6 de diciembre de 2006, 16:24 COT
[…] Interesantemente, Tillet y Sherry tuvieron la visión de su aplicabilidad clínica para disolver coágulos, como los que se forman en las arterias coronarias del corazón, cuando se rompe una placa aterosclerótica (ver el artículo de la semana pasada). De esta manera en los años setenta el empleo de la estreptoquinasa se masificó a nivel mundial, y llevó así a una revolución en el tratamiento de los infartos agudos de miocardio. […]