Hoy no fío, mañana sí

De antemano quiero aclarar que no soy una autoridad literaria ni un gran escritor y que, por lo tanto, no puedo compararme con lo que voy a criticar a continuación. Por otra parte, si los humanos no criticáramos, el mundo sería aburridísimo y todos viviríamos conformes. Así que espero que los comentarios a esta divertida columna no sean del tipo “¿por qué no hace algo útil en lugar de criticar?” o “usted no diga nada que su novela es peor que la que está criticando”. Mucho menos si tenemos en cuenta que no tengo ninguna novela y que lo más largo que he escrito fue una crónica para la Rolling Stone colombiana.

Ahora sí, a lo que vine, a despotricar: una de las dos cosas que más me gusta hacer en la vida.

La novela

No voy a especificar cómo llegó a mis manos el librito, pero aclaro que no pagué un peso por él y que la copia que leí ni siquiera me pertenece. No tengo idea dónde se pueda conseguir porque jamás había escuchado mencionar a la Editorial Escarabajo. Se titula Unos duermen, otros no y la escribió Eduardo Bechara Navratilova. El título es uno de esos axiomas que suenan a parlamento de película de Dago García, además, en mi caso particular, produce una alusión a sabias frases populares como “hoy no fío, mañana sí” o “unas veces se gana, otras se pierde”. La portada es una fotografía de Carlos Duque que muestra un edificio para yuppies de Bogotá, en una noche solitaria, en el que todas las ventanas están apagadas, salvo una en la que está parado un hombre tratando de mirar hacia fuera. No es por ser cizañero, pero creo que el diseño de la portada evoca a los de Seix Barral.

Como yo soy un lector amateur, leí primero la contraportada y me encontré con el escandaloso titular “La novela que denuncia el abuso laboral como nueva forma de esclavitud”. Inmediatamente me asaltó la duda: ¿“nueva” incluye los últimos 150 años, desde la abolición de la esclavitud? De ser así, podía tener en mis manos una obra histórica, desarrollada por allá a finales del siglo XIX en las caucheras, las bananeras y las haciendas cafeteras. Pero más abajo, junto a una imagen que muestra a un señor con barba y pose de Nosferatu (también fotografiado por Duque: ¿tendrá algo que ver con la obra o la editorial?) aparece un perfil del autor que aclara que “el ser humano y su comportamiento dentro de la urbe contemporánea es su tema de fondo”. Tuve que revisar mis definiciones de “abuso laboral” y de “contemporánea” para asegurarme de que estaba ante un verdadero absurdo literario. Sin tener en cuenta lo de la urbe y esas cosas que suenan a frase de cajón. Y la obra no había empezado aún.

La novela es acerca de Boris Estefan Porvorsky, un bogotano hijo de extranjeros que trabaja como abogado (si leen el perfil de Bechara darán con una definición sospechosamente similar) que pierde a su hermano Tufik en un atentado terrorista en el Parque de la 93 el mismo día que conoce a una linda chica que él mismo llama “el Albatros”. Mientras trata de superar el golpe de ver a sus padres hundirse en la depresión, debe soportar el espíritu chocarrero de su hermano y a un jefe arrogante que trata a sus subalternos a madrazos (en el sentido colombiano de la palabra). Para generar suspenso, Boris y su familia van constantemente a la Fiscalía a ver cómo va la investigación sobre el atentado y siempre reciben evasivas. Parece que algo raro se esconde en el siniestro, pues ahora unos hombres están siguiendo a Boris al trabajo y a sus citas con el Albatros. En el entretanto, hay escenas espeluznantes eróticas, una estereotipada desesperación en la oficina, una anacrónica revolución en el país y unos intereses invisibles en la guerrilla terrorista. Al final, luego de que la secretaria del jefe intenta asesinarlo, pero por la interrupción de Boris se suicida, descubrimos que Tufik no sólo es un fantasma impertinente, sino un traficante de armas.

Frases memorables

La obra, además, nos revela al hombre de mis sueños: trabaja como asno y en no sé qué ratos libres lee a Antonio Caballero y a Milan Kundera y va a cine a ver Amores Perros, en su carro (soy una gasolinera) escucha a U2, se lanza en paracaídas para (no se rían) atravesar las nubes e imaginar que su mujer es la tierra y que él le hace el amor, va de rumba al Antifaz y a Palos de Moguer, cocina delicioso, es muy buen polvo, le gusta el sexo oral y varias veces ha participado en orgías. Mejor dicho, me dejó loca. Tal derroche de lugares comunes en un protagonista yuppie, acartonado y preocupado por la justicia, se remata con palabras como “falo” para referirse al pene, entre otras cosas horribles como groserías y anécdotas adolescentes que no vienen al caso y sólo dan un aire coloquial gratuito. Basta abrirlo en cualquier página para encontrarse con frases sensacionales:

• “Me alejé de aquel sitio para perderme de nuevo en las calles, pensando que los pueblos se forjan su propio destino. Los políticos habían terminado por destruir la vida de muchos” (página 33). Parece El señor de los anillos, pero es Bogotá.
• “Me sentí atravesándolo [el aire, aclaro] como si fuera la vagina del Albatros. (…) Me imaginé penetrando su rosácea flor de cuerpo entero. (…) Quise gritar su nombre; eyacularme en ella como si fuera un espermatozoide en busca de su fertilidad” (página 105). Qué poético, me recordó esa salsa que dice “cuando tierno me derramo sobre ella”.
• “Sacó el disco ¿Dónde están los ladrones? de Shakira y lo puso. Salimos de Bogotá por Soacha. Las calles estabas sucias. Había basura regada por todos lados” (página 96). La basura también iba en el carro, estaba sonando por los parlantes y fluía por las venas de este escritor.
• “Mi vida parecía un rompecabezas en el que las fichas estaban esparcidas por el piso” (página 46). Es preocupante que alguien sea capaz de decir una metáfora tan obvia para algo distinto a una tarea del colegio.
• “Vero necesito verte. Ayer se suicidó delante de mí una compañera de oficina. Le disparó a Pinillos y luego se voló los sesos” (página 113). Además de hacer falta una coma después de “Vero”, esta cometiendo uno de los peores errores de la literatura y el cine: diálogos que aclaran lo que está sucediendo.
• “De la nada salió un bolillazo que me cayó en la espinilla. (…) Me abrí el codo. Me levanté desafiando el dolor penetrante de mi pierna” (página 65). Ese “abrir el codo”  no me queda claro y, para rematar, nos muestra a un héroe de película gringa al que por más que le pegan no logran derrumbarlo. La situación en la que se desarrolla esta escena es una protesta estudiantil (narrada por un uniandino que, al parecer, está solidarizado con los de la Nacional) reprimida por las fuerzas armadas como no vemos en el país hace unos 50 años.
• “Lamí el vórtice de sus pelos enmarañados. Metí la nariz dentro de su vulva y exhaló un gemido” (página 101). Nasty!
• “Sí, no hay felicidad completa. Todavía no sabemos quiénes son los hijueputas que mataron a Tufik” (página 51). Otra frase para Dago García.
• “Desanudé mi corbata. Arrojé mi morral en la primera caneca pública que encontré. Me perdí por la ciudad. La entropía de la mañana seguía su curso natural” (página 119). Nunca he entendido exactamente la palabra “entropía”, pero acá creo que no tiene ningún sentido, ¿entropía no es algo así como desorden? Pero lo peor es la situación de American Beauty de idiota-útil-que-lo-manda-todo-a-la-mierda.
• “Miré las paredes de mi cuarto, viendo en ellas reflejado un sufrimiento que se extendía por el tapete hasta los guarda escobas de madera” (página 11). ¿Estaba bajo el efecto de algún hongo o eso fue una metáfora?
• “Leí en el periódico que la sociedad se está llenando de guerrilleros. Se rumora en la ciudad que la contraofensiva del gobierno es el espionaje” (página 25). No sé en qué país vive el padre de Boris, pero no parece Colombia.
• “Conozco al Albatros; con ella volé en paracaídas” (página 89). Yo he montado en Transmilenio con un montón de personas y no creo conocer a muchas de ellas.
• “Tienes buena sazón, Boris. (…) El otro día leí que los hombres que tienen sazón son buenos papás” (página 38). ¡El hombre de mis sueños!
• “La llevé a la Cinemateca Distrital y vimos Billy Elliot” (página 83). Definitivamente, ¡me caso!
• “Descendí sobre su pubis, lo lamí primero con ternura y luego con desenfreno. Miré su rostro de placer mientras lo hacía. Bajó mis pantalones y me chupó” (página 53). Primero, no sé dónde queda el pubis del Albatros como para poder verle la cara mientras se le lame. Segundo, “me chupó” suena a reggaeton.
• “Mucho cínico. (…) El man se va a las cinco de la tarde y nosotros nos tenemos que quedar hasta quién sabe qué horas. –Unos duermen, otros no – le respondí” (página 73). Dago, toma nota, aquí puede estar la trama de tu próxima película o telenovela.

A esas sabias frases hay que sumarles un montón de errores de estilo, problemas de puntuación y ortografía que entorpecen aún más la historia. El tipo (Boris o Eduardo, que parecen ser un alter ego del otro) es un paranoico que cree que todo es un complot en un país imaginario con problemas políticos que se reducen a derechistas e izquierdistas, que se cree muy inteligente porque consume lo que le venden como “cultura” y tiene una conciencia social tan obvia y superficial como sus ideas del país. Señor, esto no se arregla con “dulce caridad” o arengas mamertas. 

Conclusión

Hablando de labores sociales, supe que Eduardo Bechara está haciendo un recorrido en bicicleta para recaudar fondos para los niños con cáncer, patrocinado por medios tan caritativos como El Tiempo y otras entidades que no sé de qué forma van a salvar a quién. En uno de sus blogs (ahora resulta que todo el mundo debe tener, al menos, un blog) indica una cuenta bancaria en la que todos podemos consignar nuestros aportes a la noble causa de auspiciar a un escritor con gustos dudosos (si nos guiamos por su novela) en sus parrandas por Sudamérica mientras dice que podemos curar a muchos niños con ese dinero. No quiero ser sarcástico con los niños y el cáncer (de hecho, uno de los momentos más preocupantes de mi vida fue cuando a mi hermano mayor le descubrieron un cáncer), pero creo que un hombre paseando sirve de tanto como el Live Aid y la escopetarra para cambiar el mundo.

En conclusión:

• Eduardo Bechara es inspirador: no quiero escribir como él, espero no cometer sus errores literarios, no tener la pretensión de decir que soy “escritor de temas psicológicos y urbanos con un gran sentido de humanidad” y, ante todo, asesorarme de un buen editor cuando se me ocurra escribir una novela.
• Me quedaron ganas de leer más novelas basura: Paulo Coelho, Sin tetas no hay paraíso, Jorge Franco, Efraím Medina, El código Da Vinci y ese tipo de maravillas. Tal vez yo mismo pueda escribir mi propia novela basura y llenarme de dinero bajo el rótulo de “escritor”.
• Unos escriben, otros no. Unos duermen, otros no. Unos comen, otros no. Y así sucesivamente con el verbo que quieran.
• Si escribir no funciona, como parece ser el caso de Bechara, y la profesión apenas deja dividendos para llevar una vida mediocre, voy a robar al mundo por otro lado: con una causa humanitaria.

Borracho sin bicicleta

La causa de Bechara se llama Brasil en dos ruedas, la mía se llamará Borracho sin bicicleta. Como dice la camiseta de un compañero de trabajo: “no soy un alcohólico, soy un ebrio; los alcohólicos van a reuniones”. Me identifico plenamente con esa frase y no quiero cambiar mis saludables hábitos sibaritas (digo “saludables” porque mientras estoy borracho no me duele nada).

Si revisan la historia encontrarán que buena parte de las mejores obras narrativas, cinematográficas y musicales, entre otras, se realizaron bajo el efecto del licor y otras sustancias: William Faulkner, Jim Morrison, Ernest Hemingway, los Ramones, Tom Waits, Edgar Allan Poe, Charles Bukowski, Anthony Burgess, Judy Garland, Janis Joplin, Lou Reed, Jack Kerouac, Perry Farrell, Keith Moon, Jimi Hendrix, Bela Lugosi, Marilyn Monroe, Mark Twain, Ozzy Osbourne, Homero Simpson, Butthole Surfers, Elliott Smith, Truman Capote, Elis Regina, Raymond Chandler, Billie Holiday, Bob Dylan, Dylan Thomas, Jackson Pollock, John Bonham y los Rolling Stones pueden dar fe de ello. Así que, invito a los lectores prevenidos y desprevenidos a auspiciar mi talento y promover la realización de una gran “obra de arte” (puede ser una novela que es más barata que una película y requiere de menos gente que un álbum musical).

Favor hacer las donaciones para los niños borrachos en la cuenta de ahorros número 4502-7006-5458 de Davivienda a nombre de Daniel Páez (persona non-grata sinónimo de lucro, RUT 80.232.540-2). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo a tener una posibilidad de escribir una novela tan buena o mejor aún que la de Eduardo Bechara Navratilova.

Send me your money!

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