La monotonía del mundial de Sudáfrica se quebró hoy en el bellísimo estadio Moses Mabhida de Durban, cuya arquitectura resultó premonitoria. Su división simboliza dos mundos, por fin unidos en torno a una sola nación. Hoy, el partido entre España y Suiza fue eso, el encuentro de dos mundos. La España del toque, de los pases que encantan, de la diversión, contra la Suiza de los postes, las murallas, el cálculo y la previsión. Traspiés de España y satisfacción de Suiza que por fin pudo ganarle una. Desquite esperado por muchos años.
La discusión queda planteada. ¿Qué es mejor, manejo de balón y ataque continuo o defensa a ultranza, pelotazos al vacío y sorprender al rival? Depende. El fútbol es un espectáculo, cierto… ¡para la tribuna! Pero, sobre todo, es de resultados y en este terreno no se apuesta a quien trata mejor el balón sino a quien lo mete en la red contraria. Suiza lo hizo: dos, tres toques y adentro. Apenas dos llegadas en todo el partido y una de ellas la concretó y le bastó para ganar el partido. Más no se puede pedir.
La furia española, que hasta hoy fungía como la máxima favorita de este Mundial de Sudáfrica, viene del túnel del tiempo. De aquellos setenta en los que el espectáculo era la razón de ser del fútbol gracias a los brasileños y a esa generación de talentos que también en otras tierras nacieron con el balón amarrado a los pies. Pero hoy el mundo es otro. Se juega primero en los tableros, previéndolo todo, incluso el azar. Cada jugador, cada resquicio del campo, es esculcado, exprimido, violado, en busca de fabricar la estrategia que anule al rival y esconda las propias falencias.
Fútbol mecánico que le apuesta al descuido, al olvido, al error. Hay tantos intereses de por medio, inversiones, publicidad, cotizaciones en Bolsa, contratos millonarios, que no se puede dar el lujo de apostarle a la genialidad que vive de la improvisación, y por eso se le toma como accesoria. Lo que importa es la seguridad y esa sólo se encuentra en el laboratorio, la jugada repetida hasta el cansancio, la colocación precisa de cada jugador para que de memoria ganen los partidos y las acciones del equipo suban como la espuma al igual que los pases de los jugadores. Un negocio que no se puede dejar en manos de un irresponsable como lo son todos los genios, capaces de salirse del libreto y volver realidad sus sueños o tirarse el partido.
Gústenos o no, el fútbol es otro y ya Brasil comienza a entenderlo. España, para tribulación de los que deseamos que sea este el mundial que le rinda homenaje al espectáculo, aún porfía en el pasado. Claro, para fortuna del propio fútbol, no el de los empresarios sino el de la calle, el de la diversión, el de la golosina, el picadito, la floritura, la seducción de los instantes mágicos, aún tiene dolientes y de vez en cuando desbarata los guiones incoloros, inodoros e insípidos que se fabrican por encargo. Pero es la excepción que confirma la odiosa regla.
Suiza, como la propia Corea del Norte, ayer, como antes Dinamarca, como Grecia en 2004, juegan su propio partido antes de saltar a la cancha. Edifican murallas defensivas, aguantan, cierran espacios, apostándole a no dejar jugar. Fútbol que destruye, amarra, diluye como ácido corrosivo cualquier intento de armar una jugada. Una y otra vez lo hacen. Es más fácil demoler que edificar. Basta permanecen agazapados a la espera de un descuido. De repente viene el pelotazo largo, alguien que arriba espera y, por detrás de los defensores, clava la estocada, para luego volver a lo mismo, encerrarse hasta nueva oportunidad.
España lo hizo todo, bueno, casi todo, excepto meter el gol. Un equipo compacto, cohesionado, cada quien juicioso en su puesto, conducen el balón, pase tras pase, cambian de frente, abren la cancha, suben sus laterales, tan ofensivos que, como Ramos, terminan siendo volantes, incluso punteros. Tres cuartos de cancha, desborde por las bandas hasta la última jugada, el centro… y ahí, en la puntada final, el espectáculo naufraga. La diferencia con el pasado es que en aquellos tiempos del 4 – 2 – 4 había genios que en un metro fabricaban un gol, que en una gambeta armaban el desorden, que en un quiebre de cintura dejaban en el piso a sus marcadores y se embolsillaban los partidos.
Hoy los hay, pero son una especie exótica que muchas veces se diluye en los férreos esquemas defensivos. Messi se inventó varias jugadas ante Nigeria que justifican llamar al fútbol el rey de los deportes, pero fueron solo eso, chispazos que se apagaron como bengalas nocturnas. Pero España no tiene a un Messi. Cuenta con un equipo bueno, entre los mejores de este mundial, pero le apuesta a un juego que necesita de genialidades, milagros de la acrobacia, de la creación fulminante, y Torres, Iniesta, Silva, Villa, Navas, los Xavis, Puyol… no lo son.
Sus zagueros, sus volantes, sus punteros, están entre los mejores, capaces de ganar, pero mezclándole el juego de hoy, que privilegia la velocidad, la fortaleza física, el desborde, la potencia, sobre la habilidad del toque perpetuo y la jugada de portada de revista. Por eso perdieron. No importa cuantos pases hicieran, a los suizos poco les importó. Al igual que la tribuna, como espectadores veían que a veces España llegaba a la increíble suma en estos tiempos de 20 pases antes de emprender una acción de riesgo. Los suizos, atentos, con una jugada, tal vez dos, la simpleza de una pierna atravesada a tiempo, daban al traste con el intento español. Como lo es el martillo cuando rompe una porcelana; basta un golpe seco para cumplir su cometido.
Sí, España perdió porque trajinó el campo como en las añosas novelas de caballería, a lo Amadís de Gaula, montado en brioso corcel, con espada refulgente y pendón de ilustre estirpe en busca del Santo Grial. Hoy el mundo es el de Shrek, Facebook y el reggaeton de Don Omar. Simple, minimalista, el del plástico, las bebidas instantáneas y los iPads. Por eso, al final del partido, con las hilachas de los pendones, para infortunio de los que aún sueñan con gestas heroicas, España quedó convertida en Don Quijote buscando la Dulcinea de sus sueños entre molinos de vientos alpinos.
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Para el recuerdo:
Partido disputado en el estadio Moses Mabhida de Durban ante 62.453 espectadores. Asistieron, entre otras personalidades, los Príncipes de Asturias y el presidente de la FIFA, Joseph Blatter
España
Iker Casillas; Sergio Ramos, Piqué, Puyol, Capdevila, Busquets (Torres, m.61), Xavi, Xabi Alonso, Silva (Navas, m.61), Iniesta (Pedro, m.77) y Villa.
Suiza
Benaglio, Lichtsteiner, Senderos (Von Bergen, m.35), Grichting, Ziegler; Barnetta (Eggimann, m.92), Inler, Huggel, Gelson Fernandes; Derdiyok (Yakin, m.79) y Nkufo.
Gol: Gelson Fernandes de Suiza (m.52).
Árbitro: Howard Webb (ING). Amonestó a Grichting (m.30), Ziegler (m.73) y Yakin (m.94).