Con la participación de Alejandro Echandía M. C., Juan Diego Jaramillo Morales, Luis Echavarría Estrada
A partir de la fecha, el colectivo Clandeldestino se une a equinoXio en calidad de columnista habitual de nuestra revista digital. Antes del texto de su primer artículo, publicamos la descripción de su columna.
El perdedor
“Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. (Samuel Beckett)
Querido lector: no espere encontrar en esta sección algún afán por cabalgar frescamente sobre la coyuntura; más bien, encontrará que nos asombra el estancamiento de tantas cosas, que el ritmillo noticioso intenta mitigar con amnesia para el asco de tragedias que no son nuevas. Ya por supuesto, no creemos que todo se vaya a joder, ya hubiera pasado hace rato; más bien observamos que las tragedias y las miserias de nuestro acontecer gubernamental (que no es diametralmente opuesto a muchos otros) van creando sus propios agentes, especímenes que se adaptan y se lucran en ese escenario, como especímenes que no liberan a su anfitrión, ni lo eliminan.
El primer fracaso
Por su puesto que hoy en día existimos un gran grupo de personajes poco serios para los que tentativamente colonizan los hilos del poder político, desadaptados, desconectados de alguna realidad que nos intentan vender, sin lenguaje, ni deseo para entablar un dialogo con los padres y salvadores de la patria, en todo caso y afortunadamente subestimados, un puñado de perdedores para un político bien “serio”, prácticamente un doctor más.
El segundo fracaso
Hay un equilibrio delicado al que se aferran agentes que recrean una elite bastante mediocre, he ahí la pulsión inconfesable para que nada cambie en el fondo. La torpeza y la ingenuidad de que todo puede seguir igual privilegiando nuestras mezquindades, habla de comunes exponentes de nuestra clase política que no se han dado cuenta de que, al no apostar por una “salvación colectiva”, se van encerrando, perdiendo las llaves del juego, para al final llegar al pareja del absurdo, donde sólo hay estatuas cagadas por palomas; allí donde la enfermedad y la vejez conectan el principio y el final de la cadena alimenticia y nos mezclan a todos en la tragedia final de ser colombianos, de nuestra ciega soberbia como humanos.
Es tan ridículo aquel político que hace todo igual que antes y se cree importante por un nombramiento que a nadie le importa. No descresta el que se cree hábil por lograr estafar varios ciudadanos con necesidades y lograr el apoyo de varios empresarios que lo ven como un idiota útil o un mal necesario. Un político que, egocéntrico, se cree el centro del mundo, sin detenerse a pensar en los públicos imaginados de hoy, de las dispersas mayorías que están en otras cosas y, de igual forma, que la admiración de hombres y los suspiros de mujeres (o en la ecuación que corresponda al sexo deseado) los ocasionan hoy artistas y empresarios, contando sólo con ciudadanos varados que encuentran una opción en seguirle la corriente. Por más que los más despreciables de su clase ganen grandes fortunas con su habilidad para mentir, engañar y tomar los atajos de la cobardía (de aquellos que no fueron capaces de construir empresa, de hacer negocios siguiendo las reglas del juego y prefirieron hacer política), afortunadamente para la justicia poética y la comedia, son personajes desagradables a los que algo siempre les faltará.
Fracasar mejor
Fracasar en este mundo de tontos por cientos y absurdas ilusiones no es tan grave, lo que hemos querido esclarecer acá es que hay dos clases de perdedores: nosotros y ellos; nosotros los que nos salvamos fracasando, intentando cosas inservibles (disfuncionales) y no jugamos el juego que otros intentan hacer creer, que no es un juego sino la vida real o asuntos de caballeros. Y ellos, aquellos que son perdedores, irremediablemente para nosotros, por querernos engañar con tan poca gracia, con su mortalidad enmarcada por el olvido de aquellos que lo aclaman con cálculos igual de mezquinos a su trayectoria.
En la política suele haber dos factores decisivos por los cuales ser evaluado por los perdedores de éste lado: la lealtad frente a sí mismo (convicciones), que supere siempre las que merecen otros (grupos o personas), y la mezquindad para seguir la corriente. Muchas veces, alguien que empieza a escalar en política es subestimado como un perdedor por no seguir la corriente y contradecir lo popular o la costumbre, así como por ser inflexible y de esa forma perder la posibilidad de alianzas que allanarían su triunfo. Ese personaje que efectivamente muchas veces “pierde” para satisfacción de los “ganadores” tradicionales, merecerá toda nuestra simpatía.
Los objetos políticos
Nos desprenderemos acá de cuanto eufemismo vayamos encontrando, evitando las ideas abstractas, que ya en este tiempo de desconexión y olvido, no hay con que comer o por lo menos, aderezar. Lo invitamos a que rescatemos con un poquito de ingenuidad, buen humor y paciencia lírica la intensidad de lo íntimo y cotidiano con miras a lo que se juega en lo público, para experimentar desde nuestro propio afán (no el de ese mundo aparte y autocontenido de los candidatos y servidores públicos) lo político.
Desde aquí, invitamos a los políticos a ser contenidos, como lo que son, fichas de un juego que se les volvió real, pretendemos que entren en nuestra cotidianidad y mundo subjetivo, como piezas curiosas de colección, juguetes. No es nuestro afán irritar a un político o a uno de sus seguidores, pero ya no les queda más que volverse cosas o cositas curiosas, como un jugador de fútbol en un álbum, como un peluche que se puede abrazar o pellizcar para que diga la frase que tanto nos irrita con algo de masoquismo, como una miniatura que se puede enfrentar a otra enfrentando nuestro caprichoso gusto por querer que uno gane.
Cada vez somos más los que superamos la orfandad de estar esperando que alguien nos salve. Y en cada momento, en cada una de las cosas de un mundo subjetivo, mucho más rico que el mundo “real”, procuramos vencer la tentación de salvar a otros. Existen temas serios y temas banales. Hoy por hoy, cuando celebramos el relativismo con el cual ser eternamente adolescentes, eternamente apáticos e insolentes, no sabemos de dónde provenga la autoridad para esa clasificación.
Este es pues un clamor por que la política recobre algo de su belleza deportiva y la agenda pública camine más por donde caminan las pasiones de los descreídos.
Ficciones: política y enamoramiento
Pareciera algo difícil encontrar la estética de la política, siendo éste un espacio de funcionarios, de burócratas, de hombres de letras moribundas, de leyes que reproducen tradiciones, de costumbres y sobre todo de ficciones administrativas. Con raras excepciones, vemos retratos de personajes inspiradores cuando nos acercamos a lo que los autores escriben sobre políticos modernos. La literatura como un espejo de las mejores de las verdades no puede más que trabajar con las verosímiles pasiones de cada campo, narrando historias donde la ridiculez del poderoso sólo nos puede producir el asco absurdo, como se ejemplifica con Vargas Llosa en las descripciones del “todo poderoso Chivo”, que como tantos golpistas y empresarios del voto, no sabían, como la gente normal, que todo no es posible (-D. Rousset; 1947-).
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