Sin ningún candidato fuerte y sin importar quien gane, se presagia un gobierno de minorías, sujeto a alianzas transitorias que exigirán cogobierno. Ya no se gobernará para uno, como sucedió en la era uribista, sino para muchos, como antes. El problema es que en el pasado existían partidos fuertes que podían manejar a los gamonales provinciales y preservar la gobernabilidad. Esta vez no hay sino remedos de partidos, sin cohesión alguna, cuyos miembros sólo obedecen a su bolsillo y, como los bueyes de la carreta, con cada quien tirando para su lado, es presumible que el país se estancará por un buen tiempo. Este es el precio de la desinstitucionalización uribista.