La Candelaria
Columnas > La política en taconesPor Pilar Ramírez
jueves 5 de febrero de 2009 10:31 COT
En Las Islas Canarias se originó la devoción por la Virgen de la Candelaria y llegó a América con el mismísimo Hernán Cortés, de quien se cuenta llevaba una medalla con esa imagen mariana. En nuestro continente hay muchas ciudades que tienen como patrona a esta virgen, quizá porque recrea uno de los pasajes bíblicos preferidos en la religión católica, aquel en el que la Virgen María ofrece al mundo la luz (como las candelas o velas) con la presentación de su hijo en el templo.
Varias de estas fiestas gozan de fama, pero la ciudad de Tlacotalpan, ubicada en la cuenca del veracruzano río Papaloapan, tiene una serie de peculiaridades que han hecho trascender mundialmente sus festejos para honrar a su patrona La Candelaria. En algunos sentidos, la fiesta tlacotalpeña coincide con la descripción de esa amalgama de religiosidad y paganismo que hace Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, donde los extremos del culto y la festividad se tocan. Por más que observo, nunca he podido percibir en la fiesta mexicana el anhelo freudiano de volver al claustro materno representado en el origen histórico de una madre sometida por un padre conquistador del que habla Paz.
La Candelaria de Tlacotalpan es ahora un festejo multicolor donde caben la tradición, la modernidad, la conjugación de las clases sociales, el baile, los actos de gobierno y el derroche de energía. No es un pueblo triste escondido en una máscara festiva como pretendía nuestro poeta, sino una tregua festejadora como la cantaba Serrat.
En busca de esa tregua acuden miles de paseantes que se instalan en la fiesta de su elección, porque la variedad ofrece opciones para muchos. Está la fiesta religiosa con un programa lleno de rituales para colmar la fe, los juegos mecánicos itinerantes, la polémica pamplonada y la verbena popular con baile y generosas cantidades de bebidas espirituosas en la que cientos de jóvenes se reconcilian con la tradición afroantillana y por unas horas abandonan sus Ipods para entregarse al revitalizante ejercicio dancístico con el inevitable roce social al que obliga la multitud. Está visto que las autoridades gubernamentales, en este caso las educativas, tienen una idea confusa de lo popular asociado al mal gusto, creyeron satisfacer al pueblo llevando a la Sonora Santanera y grupos de pasito duranguense al foro más grande cuyo costo debió tener mejor destino.
Nuestra ancestral vena tianguista vuelve por sus fueros y convierte al poblado en un enorme mercado que, con el pretexto de las festividades, ofrece los más variados artículos. Es notable, sin embargo, cómo la versión moderna de los hippies sesenteros salió del barrio capitalino de Coyoacán o el Callejón del Diamante en Xalapa para apoderarse de las fiestas donde hay lugar para el cabello largo, los morrales y la venta de artesanías hechas a mano.
Lo anterior describe a fiestas patronales como las hay por cientos en el país, pero lo que explica la singularidad de estas fiestas de la cuenca del Papaloapan es la música y la poesía. En este 2009 se cumplieron 30 años del Encuentro Nacional de Jaraneros, una reunión, vieja y nueva a la vez, de músicos amantes del son jarocho que caracteriza a la región. Más de ochocientos músicos provenientes de distintos puntos se dieron cita en la Plaza Doña Martha y esperaron con paciencia su turno para subir al escenario. Sones conocidos e inéditos, interpretaciones a la manera tradicional o con guiños hacia lo moderno resonaron durante cinco noches en este encuentro musical que no se caracteriza sólo por su permanencia sino porque contra afanes que desean colocarlo como una hechura gubernamental se ha mantenido como un acto cultural esencialmente ciudadano.
Ninguno de los músicos que acuden a formar esta cumbre del son jarocho cobra un centavo, muchos de ellos llegan por sus propios medios y buscan alojamiento con familiares o amigos; pero muchos, cuya presencia es irrenunciable, necesitan apoyo. El sector gubernamental de cultura lo ofrece pero nunca se sabe cuánto ni cuándo y generalmente es insuficiente. Se debe reconocer que este año la intervención del municipio permitió que todos los músicos tuviesen el respaldo necesario para su participación en el Encuentro. La magnitud del concierto y su fama -ya mundial- justificaría una erogación mayor sin tantos regateos, que permita planear con anticipación y con mayor pertinencia.
El grupo Siquisirí, por más de dos décadas, se ha echado a cuestas el trabajo de organizar cada año este concierto maratónico. Es loable la firmeza de los músicos por mantener esta reunión musical como una demostración de que la sociedad civil es capaz de trabajar por un objetivo común, pero si las autoridades deciden apoyar con más recursos también es necesario transparentar plenamente su aplicación con mecanismos que cancelen las decisiones unilaterales y las sospechas -no siempre infundadas.
Hace ocho años Rafael Figueroa añadió a las fiestas un rubro que va tomando camino a la tradición. Abrió un foro académico-cultural para dar espacio a la presentación de libros, discos y otros productos que se desarrollan a lo largo del año sobre Tlacotalpan, la región y sus expresiones culturales. Hoy, ese foro, que significativamente surgió también como una iniciativa ciudadana, y que actualmente está a cargo del Instituto Veracruzano de la Cultura y del Conaculta, es un gran atractivo de las Fiestas de la Candelaria para otro tipo de público.
Y como desde hace seis años, no podía faltar el Foro de la Décima Irreverente, también liderada por Rafael Figueroa. Un espacio en el que los decimistas pueden dar rienda suelta, como diría Alfonso Reyes, al lenguaje florido, a la veta humorística, políticamente incorrecta, mordaz, satírica y picaresca de esta poesía milenaria que caracteriza a los cuenqueños. La jarocha idiosincracia en todo su esplendor.