¿Hoy vengo a ofrecer mi corazón o un granito de arena? Los diminutivos me dejaron de parecer tiernos cuando empecé a notar en ellos una constante de mezquindad y hoy en los radicales encuentro más calidez (corazón), necesarios porque sin ellos no habría el repudio y la valentía para dejar condiciones previas atrás y avanzar.
Cuando la política se convierte en una actividad absolutamente mediática, ser es menos importante que parecer y agradar es lo único importante, muy por encima de servir. Las pruebas de un esfuerzo son más importantes que el certificado de buenas intenciones; sin embargo, encomendarse a la virgen, decirse preocupado y poner cara de consternación, para una ciudadanía reducida a audiencia televisiva puede ser más que suficiente.
Lejano de la mayoría de los planteamientos del presidente, siempre he creído que el mejor papel que cumple es el de la seguridad, que de eso él sabe, que tiene un diagnóstico acertado y que en esa materia tiene resultados que no se le pueden eclipsar. Sin embargo, ya con espacios paradisiacos en Sucre, en el bajo Cauca, Bolívar y Valle donde las bandas emergentes del narcotráfico tienden a convertirlos en infiernos, me pregunto si el principal problema de Colombia era la guerrilla o siempre ha sido, desde Pablo Escobar, uno u otro narco (los narcotraficantes).
Medellín como municipalidad puede aumentar sus esfuerzos en esta crisis de seguridad, pero no entiendo cómo con los recursos y la autoridad el gobierno nacional no ha sido capaz de presentar un resultado contundente en la ciudad. Esto podría ser un punto de fractura de la seguridad democrática, que iría anunciando que esta política se desarrolla en términos de amigos y de enemigos antes que por el bienestar de la sociedad, cuando se siguen empeñando recursos en zonas deshabitadas contra una guerrilla disminuida (ensañada contra ella mientras que los problemas de la gente están en otro lado).
El presidente puede hacer algo más por Medellín que discursos y el gobierno nacional tendría que someterse a la prueba de flexibilidad y transformación que le pone un tipo de piso de cristal con las FARC que sobrevive a partir de retaguardias transfronterizas. La seguridad que sigue en Colombia no será de un pulso numérico como lo empezó a ser contra la guerrilla, está será de fortalecimiento de la Policía Judicial para judicializar viejos y nuevos capos del narcotráfico y de una gran movilización ciudadana para acabar con los espacias grises de ilegalidad con los que se apertrechan en nuestro territorio las redes del narcotráfico.
El Alcalde de Medellín, informalmente, le daba la idea al Ministro de Defensa de ir creando mecanismos para pasar soldados profesionales a la Policía, mediante una inducción y una preparación en cultura ciudadana. De no ir pensando en rutas como esta, pronto estaremos abocados a la tarea de resocializar soldados de nuestro Estado.
Para llegar en nuestros pueblos a una seguridad digna, más allá de noticiosa, tenemos que reemplazar fuerzas de ocupación por reales policías comunitarias y llevar a cabo una lucha contra la corrupción, de verdad y sin sectarismos (como nuestra vergüenza con la parapolítica respondida por una farcpolítica), que comience con nuestra clase política, continúe con nuestra fuerza pública y servidores públicos de la seguridad, pero abarque a toda nuestra sociedad con el empresariado y los sectores comunitarios.