Las elecciones presidenciales de 2010 en Colombia pueden sintetizarse como una medición de fuerzas entre, por una parte, el voto de opinión no uribista, encarnado en buena parte por Mockus y Fajardo, y en menor medida por Gustavo Petro y Rafael Pardo, y de otro lado, la aceitada maquinaria del régimen Uribe, tras ocho años de un mandato plagado de vicios de poder, como la parapolítica, la yidis-política, los falsos positivos, las chuzadas y decenas de diarios escándalos por corrupción, politiquería y tráfico de influencias, incluidos en esta debacle los hijos del ejecutivo, Tomás y Jerónimo. Al final los colombianos elegiremos entre seguir por este “seguro” camino de atajos, o virar hacia la legalidad institucional, propuesta por Antanas, Fajardo o Petro.