Después de un año telúrico donde se conmovieron los cimientos de nuestro país, el presagio de un año menos agitado se presentía, pero jamás que se detendría en el tiempo como un absurdo paréntesis, dejando en el limbo las muchas tareas pendientes para dirigir al país hacia senderos menos excluyentes y violentos. Una sola persona, el presidente de la República, con la descomunal influencia que mantiene sobre el país, lo puso a marchar al ritmo de su agenda personal. Los tres poderes del Estado, uno como mandamás, otro como obsecuente servidor y el tercero como opositor a su “encrucijada del alma” inevitablemente transitaron por el camino que les trazó Uribe.