[Especial 2009] El año interino I: La siesta de la reelección
Artículo destacado > Especial 2009Por Marsares
sbado 2 de enero de 2010 19:33 COT
Después de un año telúrico donde se conmovieron los cimientos de nuestro país, el presagio de un año menos agitado se presentía, pero jamás que se detendría en el tiempo como un absurdo paréntesis, dejando en el limbo las muchas tareas pendientes para dirigir al país hacia senderos menos excluyentes y violentos.
Una sola persona, el presidente de la República, con la descomunal influencia que mantiene sobre el país, lo puso a marchar al ritmo de su agenda personal. Los tres poderes del Estado, uno como mandamás, otro como obsecuente servidor y el tercero como opositor a su “encrucijada del alma” inevitablemente transitaron por el camino que les trazó Uribe.
Empeñado en su reelección a cualquier costo, Uribe empobreció la agenda legislativa en extremo, empleó toda su energía, con ministros de por medio, para que la bancada gobiernista se centrara exclusivamente en la aprobación de la ley que le abriría el camino al referendo reeleccionista.
En esto se agotaron dos períodos legislativos, signados por el escándalo, por las maniobras sucias (¿recuerdan los mensajes en el Blackberry del ex ministro Arias?), la compra de lealtades en desayunos palaciegos, los volteados, la aprobación de una reforma política para beneficio propio, en fin, la aplanadora uribista atropellando a las minorías, aprobando y desaprobando lo que la Casa de Nariño les indicaba.
Pero a la par con esto, los ecos de escándalos de 2009 tomaron fuerza como la comprobación de que la reelección anterior de Uribe se compró de muchas maneras, empezando por las notarías, que no fueron una o dos como se presumía luego de la condena de Yidis Medina y Teodolindo Avendaño sino que fue una práctica reiterada.
Después, con el destape de otro escándalo, el de Agro Ingreso Seguro, en el que millonarios subsidios se repartieron a los más ricos para pagarles por su lealtad, o por lo menos eso se presume después de comprobarse que los beneficiados, aparte de ser uribistas de primera clase, habían apoyado la primera reelección con dinero y votos.
Pero si por un lado se alineaban las lealtades a través del bolsillo, por el otro, a los que no comulgaban con el poder, se les echó encima la policía política, el DAS presidencial, interceptándoles los teléfonos y armándoles expedientes de inteligencia, en busca de secretos que pudieran neutralizarlos.
Y prosiguiendo la toma por asalto de todas las instituciones del Estado, Uribe no solo quedó con sus fichas en la Corte Constitucional, el Banco de la República y la Sala Disciplinaria del Consejo de la Judicatura, sino que intentó hacerlo con la Fiscalía General, elaborando una terna con amigos cercanos, que le permitieran controlarla.
No contaba el presidente que la Corte Suprema detuviera la maniobra declarando inviable la terna por no contar con un penalista, pero en realidad por temer que esta cercanía echaría al traste las investigaciones de la parapolítica, por encontrarse incursos en ella amigos muy cercanos a Uribe, incluyendo su propio primo y miembros destacados de la bancada uribista.
Un fiscal interino, un congreso fungiendo como interino, la Seguridad Democrática entrando en un marasmo parecido, y el país mismo que, con excepciones, se olvidó de sí mismo para meterse en la polémica reeleccionista en la que, además, Registrador y Consejo Electoral entraron en igual tónica, en espera abúlica de que alguien —no ellos— confirmara o desmintiera las trampas y engaños empleados en captar los recursos que violaron los topes electorales.
Un país en la siesta de la reelección puso también a dormitar a los aspirantes a suceder a Uribe, con la excepción de Sergio Fajardo. Todos, Juan Manuel Santos y Noemí Sanín, Arias, Vargas Lleras, la oposición, todos pusieron el freno de mano a sus aspiraciones en espera de la suerte de la segunda reelección de Uribe.