Un fuerte remesón, sentido en buena parte del continente suramericano, sacudió esta tarde al Perú, al conocerse la condena de Alberto Fujimori a 25 años de prisión por los cargos de homicidio calificado, asesinato, lesiones graves y secuestro, hechos ocurridos durante la época de su largo mandato.
El “Chino”, como se le conoce coloquialmente, aspiraba a salir airoso del juicio que enfrentaba por violación a los derechos humanos en su país, e incluso tenía dentro de sus planes el de presentarse a una nueva reelección como presidente del Perú. Al parecer, su hija Kaiko tomará ahora las banderas del fujimorismo para buscar la presidencia y neutralizar el fallo judicial, tan adverso a su padre.
Dentro del proceso de defensa de los derechos humanos, la condena a un jefe de Estado por parte de la justicia de su propio país es un hecho sin precedentes y constituye la más clara señal de que el abuso del poder en contra de la humanidad no será más un crimen impune. La conducta arrogante que caracteriza a algunos mandatarios autoritarios y totalitaristas del planeta, conlleva la utilización del favor popular para enraizarse en el trono y doblegar el orden institucional al antojo de sus voluntariosas y particulares pretensiones.
Es de esperar que esta lección ejemplarizante sirva en adelante para que otros gobernantes asuman de mejor manera su autoridad…o para que definitivamente vayan poniendo sus barbas en remojo.
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