Rapsodia en agosto, la vida a partir de la muerte
cine > Cineclub > EstanciasPor Marsares
lunes 8 de diciembre de 2008 23:50 COT
“¿Qué es el cine? La respuesta a esta pregunta no es nada fácil. Hace mucho tiempo el novelista japonés Shiga Naoya presentó una obra escrita por su nieto como uno de los escritos en prosa más notables de la época. Se publicó en una revista literaria. Se titulaba “Mi perro”, y decía así: “Mi perro se parece a un oso; también se parece a un tejón, también se parece a un lobo…” Continuó enumerando las características especiales de su perro, comparando cada una de ellas a la de algún otro animal; resultado de ello fue una lista completa del reino animal. Sin embargo, el escrito concluía diciendo: “Pero como es un perro, a lo que más se parece es a un perro”.
Me acuerdo que me eché a reír a carcajadas cuando lo leí, pero decía algo serio. El cine se parece a muchas otras artes. Si el cine tiene características literarias, también tiene cualidades teatrales, un lado filosófico, particularidades de la pintura y la escultura y elementos musicales. Pero en conclusión, el cine es el cine”.[1]
Akira Kurosawa
En un país como Colombia, donde la guerra y los odios que genera son un elemento más de lo cotidiano, resulta interesante verla a través del cine que con sus múltiples ojos nos proporciona perspectivas diferentes, tan seductoras como la que se encuentra en Rapsodia en agosto (Hachigatsu no rapusodī, 1991), la penúltima película de Akira Kurosawa, una historia de reconciliación con la vida a través de la tragedia de la misma guerra.
Los conflictos armados pueden mirarse de muchas formas, y sobre todo la Segunda Guerra Mundial: las épicas victorias, el dolor que genera, la humillación de los vencidos, el perdón, la crueldad, en fin, pero el acierto de Kurosawa es mostrarla pura y simple en su película Rapsodia en agosto, sin adjetivos, sin culpas, sin falsos ropajes, enseñándola a las nuevas generaciones como lo que es, una crueldad sin sentido que no debe repetirse.
Con el pretexto del holocausto de Nagasaki, el director japonés mira la guerra a través de una sobreviviente que en un verano, a 45 años del bombardeo atómico, comparte retazos de recuerdos con sus nietos. Pero la historia no se limita al pasado. El presente golpea a la abuela con el hallazgo de un hermano suyo que vive en Hawái, con descendencia estadounidense.
El quiere verla antes de morir, pero ella se niega a viajar, lo que hace pensar a los nietos que su resentimiento hacia los Estados Unidos es el motivo. Y es que en Nagasaki ella perdió a su esposo y parte de su familia en ese fatídico 9 de agosto de 1945. Pero ella les aclara que no quiere encontrarse con el moribundo porque no lo recuerda, mientras que por Estados Unidos no siente ni odio ni simpatía, simplemente le es indiferente. Aquí se encuentra la clave de la historia.
No hay odio, no hay resentimientos, no hay venganza, ni siquiera perdón. Todo eso quedó atrás para la abuela. Sólo recuerda cómo la guerra afectó a su familia. Por ello, en su corazón tan sólo cabe la nostalgia que comparte con sus nietos. Del holocausto rememora que uno de sus hermanos vio un gran ojo entre las montañas que circundan Nagasaki cuando explotó la bomba, ojo que lo persiguió por siempre, hasta el punto de pintarlo miles de veces a lo largo de su vida.
Pero mientras ella vuelve a tejer historias pasadas como la de otro hermano que huye de la ciudad con la esposa de su patrón y construye una cabaña al lado de dos árboles secos que “cometieron suicidio”, inquietante alegoría al Japón militarista, sus hijos han ido a Hawái a conocer al hermano de su madre. A su regreso, deslumbrados por la riqueza del tío reaparecido y su familia estadounidense, hablan sobre no contrariarlos con recuerdos de la guerra. La anciana se molesta y les llama la atención sobre su actitud. No puede perdonarse y olvidarse a través de la cobardía.
No se trata de echarle culpas a nadie, porque nadie es inocente. Pero tampoco fingir que nada de esto existió para congraciarse con todo el mundo y en especial consigo mismo. Diciente recordar a Jean-Luc Godard en estos momentos:
“Me encantan los avestruces. Son personas realistas. Sólo creen en lo que ven. Cuando todo está mal y el mundo resulta demasiado feo, les basta con cerrar fuertemente los ojos para que el mundo exterior se aniquile, simple y llanamente (…) En pocas palabras, los avestruces son unos animales perfectamente idiotas y encantadores.”[2]
Los hijos se avergüenzan con el reclamo y más aún cuando uno de los primos “gringos” viaja a Japón para conocer a su tía, extrañado de no saber que familiares suyos habían perecido en Nagasaki. Su llegada, su intención de conocer el sitio donde murió su tío, su negativa a quedarse en un hotel, prefiriendo pernoctar en casa de la anciana disfrutando a su familia japonesa, muestra que en la guerra todos perdieron, pero que ya no es el tiempo del odio hacia el antiguo enemigo, sino hacia la guerra misma.
Con este gringo, Kurosawa nos muestra una faceta interesante sobre la guerra. Intencionalmente escoge a un actor típicamente caucásico como Richard Gere, diferente en extremo a su familia japonesa para resaltar que la raza es lo de menos. La prueba es que se compenetra tanto con ellos que al final se funden sus rasgos con los orientales. Es uno más que al igual comparte el dolor de la abuela como la alegría de sus sobrinos.
En este punto vale detenerse en una escena que marca la película. Mientras Gere y su familia japonesa asisten al homenaje que se les rinde a unos niños que perecieron en el holocausto, el más pequeño se queda mirando una procesión de hormigas. La cámara sigue el desfile interminable de los insectos por el sendero y luego su ascenso por los tallos de una planta hasta culminar el viaje en una bellísima rosa roja, a la que le dedica un primer plano bellísimo.
La alegoría sobre la vida impacta sobremanera al espectador, a la que vuelve Kurosawa en la escena final, cuando la abuela se marcha rumbo a Nagasaki en medio de un tifón, protegida tan sólo por una sombrilla que el feroz viento pronto destruye. Mientras la cámara la persigue detallando su desigual lucha, seguida por su desesperada familia que intenta alcanzarla para que regrese, una ronda infantil acompaña la escena, en la que el coro cuenta la sorpresa de unos niños que encuentran en medio del valle una linda rosa.
La abuela lucha contra el olvido de la guerra volviendo a transitar por sus horrores, obligando a su familia a seguirla para que ellos jamás intenten algo parecido y encuentren a cambio esa hermosa flor que anuncia la vida. Los viejos convertidos en la conciencia del pasado, como en el Hibakusha Project, que busca romper la barrera de la amnesia que se ha apoderado de Japón.
Reflexiones hechas después de varias generaciones, las que indudablemente se suscitarán en Colombia dentro de muchos años cuando nuestros descendientes recuerden esta absurda guerra que padecemos sin el odio que la provocó y la fomenta. Bastará para ellos con recordar el horror que generó para que jamás se vuelva a repetir.
Nosotros, para nuestro infortunio, estamos condenados a continuarla, pues las rosas aún no florecen. Tan solo espinas por doquier.
[1] KUROSAWA Akira, Autobiografía (o algo parecido), Editorial Fundamentos, Colección arte, 2a. Edición, 1998, págs. 289 y 290.
[2] Cahiers du Cinéma, No. 94, abril, 1959
viernes 12 de diciembre de 2008, 09:13 COT
Con semejante comentario, no hay que perderse esa pelicula, mil gracias!!!!