La bioética y los cuidados paliativos
Bioética y medicina holística > Estancias > Liceo de la saludPor Dr. Ramón Couto Turnes
lunes 4 de mayo de 2009 0:25 COT
La gente hoy, sobre todo en occidente, habla y piensa cada vez menos en la muerte y seguramente menos de lo que nunca lo haya hecho a lo largo de toda su historia. El aumento de la esperanza de vida, la generalización de formas de vida hedonistas, la pérdida de las creencias religiosas, han hecho de la muerte algo embarazoso e incómodo, que viene a truncar nuestro prometeico optimismo de una vida saludable, joven, vital, acomodada y glamurosa. Frente a esta realidad nos encontramos con otra, a veces aterradora, fruto de los grandes avances de la biomedicina y la generalización de las atenciones sanitarias que han hecho posible que un número muy elevado de personas reciba el anuncio de su muerte con bastante antelación y pueda conocer su evolución, su degeneración fisiológica y hasta el probable tiempo que le queda de vida.
Los avances médicos han hecho posible el itinerario hacia una muerte lenta, controlada, atendida y gestionable, lo que posibilita la participación consciente del paciente en su propio proceso de morir. Cuando aparece un plazo de vida reducido, en todo caso inferior a los 6 meses, es cuando entra en escena la asistencia que hoy conocemos como cuidados paliativos.
Con esta realidad objetiva, en la sociedad en que vivimos, el equipo sanitario de los cuidados paliativos, ha de tratar día a día con personas que no tienen más remedio que enfrentarse conscientemente con su propia muerte y con su propia vida. Esta manera de afrontar la etapa final de la existencia humana no incide en el proceso de morir, no acelera ni detiene la muerte, solo pretende acompañar al paciente y a su familia, aportar todos los recursos tanto médicos, como psicológicos y espirituales, procurar una estabilidad emocional y evitar en lo posible el dolor físico del paciente.
En la década de los 60, la Dra. Cicely Saunders fundó en Londres el primer hospital de cuidados paliativos. El auge de la medicina científica en el siglo pasado hizo que se olvidara algo tan importante en el ser humano y ello llevó a un descontento generalizado tanto de la población en general como de la propia clase médica. Esto hizo también que la iniciativa de la Dra. Cicely se extendiera rápidamente por toda Europa, generalmente de la mano de los servicios religiosos, sobre todo monjas, que de forma voluntaria atendían estas necesidades casi siempre con mas voluntad que medios, hasta que desde hace muy pocos años la sanidad publica empezó a asumir esta responsabilidad, aunque todavía está lejos el dia en que se hallen cubiertas todas las necesidades.
Ayudar a alcanzar una muerte digna, sea eso lo que sea, supone primero entender lo que para cada paciente en concreto significa realmente eso y supone además escuchar su historia, su propia vida subjetiva y supone sobre todo ayudarle psíquica, moral y espiritualmente. Los cuidados paliativos no buscan nunca acelerar ni posponer el fallecimiento, solo proporcionar alivio al dolor y a otros síntomas e incorporar los aspectos tanto psicológicos como espirituales en la atención del paciente de forma que mejoren tanto su calidad de vida como el curso de la enfermedad, prestando además ayuda a la familia a lo largo de todo el proceso y después en el duelo, porque es bien sabido que la fase terminal de una enfermedad afecta tanto al enfermo como a la familia, es decir, incide directamente en toda la unidad familiar, ya que en el fondo se trata al enfermo y sus circunstancias y no a su enfermedad.
Tenemos un diagnóstico y un pronóstico, que desde el conocimiento de la ciencia medica lo sitúa en un estadio terminal e irreversible y solo necesita atención hasta el momento final, en un proceso natural en el que no cabe el encarnizamiento terapéutico, manteniendo la vida a precio de sufrimientos desproporcionados, ni la actitud que, por acción u omisión, busca dar la muerte a una persona para poner fin a sus sufrimientos.
Frente a la filosofía de la eutanasia se impone la medicina vitalista, contemplando la muerte como un proceso natural. El abandono del tratamiento en un enfermo terminal, cuando ya es totalmente inútil, no excluye en modo alguno la necesidad y obligación de mantener todos los cuidados humanos y clínicos de cara a preservar intacta su dignidad humana y a protegerle del dolor, porque evitar el dolor físico y el sufrimiento humano es un imperativo de humanidad y el contribuir a abreviar la vida, además de un error, es un acto de imprevisibles consecuencias para nuestra sociedad.
Tan antiético es provocar la muerte por eutanasia como ocasionar sufrimientos inútiles con el ensañamiento terapéutico. Sabemos, además, que en los centros hospitalarios que disponen de cuidados paliativos con suficientes medios, las peticiones de eutanasia son prácticamente inexistentes, porque cuando un enfermo se siente integralmente atendido, al igual que su entorno familiar mas íntimo, asume con más aceptación la evolución de su enfermedad.
Muchos de los que critican este sistema y defienden la eutanasia nunca han visto y menos convivido con enfermos terminales y nunca han sentido a su lado tantas vivencias, tantos sentimientos, tanta profundidad sobre la vida y la muerte, como los que aportan quienes se sienten en los últimos días y se agarran con todas sus fuerzas a la vida o asumen con naturalidad su destino último.
Lo que sucede muchas veces en estos casos y el paciente lo percibe con mucha más nitidez, es que los especialistas se desentienden totalmente, el médico de atención primaria se limita a controlar el dolor de forma sistemática y los familiares no tienen recursos y esperan resignadamente el final solo con el último deseo de que no haya sufrimiento. Aquí es en donde empieza el trabajo de ese equipo sanitario interdisciplinar dedicado en cuerpo y alma a los cuidados paliativos. Son profesionales entregados a esos enfermos sin curación, pero con dignidad. El ser humano jamás pierde la dignidad, porque ésta es un valor inherente a su condición, pero muchas veces nosotros no se la respetamos y este respeto se expresa atendiéndolos como personas cuando muchas otras se han desentendido totalmente de ellos.
La medicina de cuidados paliativos pone de relieve dos aspectos nucleares de la ética médica. Por una parte, la limitación de los recursos terapéuticos y, por otra, el respeto debido al paciente hasta el último instante. Es necesario, por tanto, que el médico comprenda que su primer deber ético respecto a la vida se traduce de ordinario en respeto a la vida en su estado más frágil, es decir, el enfermo. En toda medicina el respeto a la vida va unido de forma indisoluble a la aceptación de la fragilidad esencial del hombre y de la inevitabilidad de la muerte: Res sacra miser.