Guillermo Cano Isaza
Estancias > Katherine EscobarPor Julián Ortega Martínez
mircoles 17 de diciembre de 2008 0:01 COT
Hace 22 años, sicarios al servicio del narcoterrorista Pablo Emilio Escobar Gaviria asesinaron frente a la entonces sede del diario El Espectador (donde hoy se encuentra un concesionario) a su director Guillermo Cano Isaza, quien en sus editoriales llevaba varios años denunciando, de una manera prácticamente solitaria, los crímenes de quien se convertiría en uno de los mayores capos del narcotráfico y uno de los criminales más temidos de la historia mundial. Su incansable labor, su compromiso con la verdad y su repudio hacia el delito y la moral "traqueta" (cuando no se usaba este término), paradójicamente, serían la causa de su muerte.
Como es costumbre en Colombia, su asesinato sigue impune. Y muy a pesar de su olfato periodístico y de su memoria, que en 1983 le permitieron reconocer en Pablo Escobar al hombre que aparecía en una foto de seis años, ilustrando una nota que afirmaba que había sido arrestado y encarcelado por tráfico de drogas, lo sucedido después de su asesinato en nuestro país me permiten dudar con tristeza del posible carácter visionario de una de las frases de su último editorial: "así como hay fenómenos que compulsan el desaliento y la desesperanza, no vacilo un instante en señalar que el talante colombiano será capaz de avanzar hacia una sociedad más igualitaria, más justa, más honesta y más próspera".
Cano es un ejemplo, no solo para los periodistas (a pesar de la abundancia de la siempre despreciable variedad servil a los intereses del poder, aduladora y arrodillada al régimen de turno) sino para la sociedad en general. Por desgracia, y a pesar de los homenajes recibidos, pareciera que pocos quisieran emular al "gladiador de la verdad". Escepticismo causa la aparente reapertura de la investigación de su asesinato. Estupor causa darse cuenta de que, en el fondo, poco han cambiado las cosas en Colombia y que muchas de las denuncias de Cano siguen tan vigentes como entonces.
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Sólo cuando se aclare su asesinato (y el de muchas otras personas) y el narcotráfico, enquistado como una pústula en una sociedad que apesta a mafia y a terrorismo, sea erradicado de Colombia, junto con todos sus patrocinadores y beneficiarios en las élites de este país, habrá paz en su tumba. Y eso depende de cada uno de nosotros.
mircoles 17 de diciembre de 2008, 09:49 COT
Nada cambia porque Colombia es una isla de ignorancia donde no hay una sola ruta que conduzca al océano de la sabiduría; una isla con un régimen de terror donde los gobernantes ejercen su poder a gritos e insultos, jactándose de su desprecio por la debilidad de sus víctimas.
Colombia es un pueblo sin cultura donde el máximo logro intelectual es el placer de despojar al vecino de sus pocas posesiones. De ahí las pirámides; el mas ladrón se convierte en un modelo social.
Colombia es una prisión donde todos quieren ser más altos que el prójimo, pero no creciendo, sino cortando cabezas ajenas. De ahí las motosierras; el enano más matón se convierte en gobernante.
Colombia pueblo ignorante. ¿Podrás salir algún día del pozo séptico en el que te estás asfixiando y pudriendo?
jueves 26 de julio de 2012, 08:28 COT
Realmente genera una total y absoluta tristeza el hecho de que magnicidios como este sigan al día de hoy en una impunidad tan campante.
El hecho de que la justicia en Colombia prácticamente nunca ha existido, ha sumido al país en una brecha insuperable de desesperanza y escepticismo, un aletargamiento y una embriaguez de amoralidad e impunidad perennes, alimentadas por la certeza de que nunca será superada esta desazón social, perpetuando al país en un estado de infinita corrupción, indolencia, dejación, cinismo, y falta de verdad.
Es más triste aún que como colombianos se nos ha obliterado el derecho de levantar una voz de enérgica desaprobación y un verdadero grito de independencia ante estos estos tan abominables, ante una historia deleznable de décadas de miseria política, de anarquía constitucional, de impunidad absoluta en el derecho a defender los derechos fundamentales.
Se nos ha castrado el derecho ( y la obligación ) de levantar dicha voz, porque se ha inculcado socialmente que el hacerlo, es un acto apátrida de ejercer una crítica insensata e indebida a nuestro establecimiento, a nuestra “inmaculada” idiosincrasia, a nuestros estúpidos lemas de “Colombia es pasión” ” ama a tu país “, “estamos en el mejor país del mundo”, “ser colombiano es la berraquera”, promover la coerción de cualquier llamado a despertar, solo para alimentar de manera conformista, indolente y cómplice sinvergüenza, la continuación y la construcción sin límites de este paraíso criminal.
¿ Es acaso esta la tierra soñada ? – Verdades dolorosas y culpas sociales deberían ser aceptadas.