El papado de Pedro II
Estancias > Primera planaPor Julián Rosero Navarrete
viernes 23 de abril de 2010 14:00 COT
Hace alrededor de 900 años, San Malaquías de Armagh, místico y sacerdote irlandés, realizó una serie de profecías en las cuales mencionaba uno a uno los papas y los antipapas posteriores a él, hasta llegar al 112, Pedro el Romano. Según la profecía, ese supuestamente era último papado de la iglesia católica, toda vez que el mundo conocido acabaría en su pontificado. Sin duda alguna, este papa, el No. 112, adquiere su carácter apocalíptico pues, a Benedicto XVI le corresponde ser el 111mo. en la lista.
No obstante, pese al morbo producido por el carácter fatalista del ser humano y las interpretaciones tipo Hollywood de tal “secuencia” mencionada con anterioridad, se le puede dar una interpretación mucho más aterrizada a lo que San Malaquías pudo haber querido profetizar. Sin importar qué tan fiable sean esta profecía, lo que sí es cierto es la crisis que se avecina y se torna inminente en la Iglesia Católica, la cual no sólo estaba predestinada por el auge de aquel “protestantismo circense” que le ha venido quitando fieles, sino por todos los escándalos de abusos sexuales, lo anacrónico de su institucionalidad y, por qué no decirlo, los ataques del sensacionalismo literario tipo Dan Brown.
Las condiciones en las que San Malaquías vivió su apostolado eran totalmente diferentes a las actuales. En primer lugar, la iglesia católica contaba con un fuerte poder político en aquel entonces, asunto que le servía de plataforma para mantenerse y expandirse en la Europa medieval. Además, contaba con el monopolio de credo y, junto a ello, la posibilidad de construir verdades según los intereses de la institución.
En aquel entonces, Mahoma y el Islam, simplemente, eran una herejía. Hoy, Ratzinger tiene que cuidar cada palabra que dice para evitar que en Medio Oriente vuelvan sus imágenes una fogata constante. En aquella época, las verdades de la Iglesia eran irrefutables y quien tuviera la osadía de interpelar, no sólo recibía un fuerte escarmiento social sino que tenía que pagarlo con sangre. Hoy, el quien lo haga y de la manera más entretenida posible, se convierte en un best-seller. En aquella época primaba la concepción de un dios castigador que con un rayo que emanaba de la palma de su mano rostizaría a los infieles; hoy, la concepción de ese Dios, por un lado, les sirve a los pastores cristianos para abarrotar sus arcas de manera “honesta” a costa del miedo de sus feligreses y por otro, sirve para hacerle competencia a fenómenos cinematográficos como Furia de Titanes.
En fin, se podría pensar que, obviamente, la situación actual de la Iglesia Católica en comparación a hace unos 900 años es el “acabose”. Ahora, si se diese la crisis aquí mencionada para el presente siglo, alguien como San Malaquías lo vería de manera tan fatalista que lo equipararía con algo tan apocalíptico como el fin del mundo. Más aún cuando el contexto y, de hecho, el mismo progreso humano pide cambios; si alguien los llevase a cabo, llevaría a que se desdibujaría la Iglesia medieval de San Malaquías, obviamente, para él, el fin de todo.
De otra parte, la profecía anunciaba que Pedro el Romano sería denominado el “Papa Negro”. Por tanto, en la actualidad, muchos fieles temían que el cardenal Arize, por su color de piel, tuviera la posibilidad de encaminar su pontificado. Pero el asunto no es tan superficial como parece. El cisma doctrinario originado por la Compañía de Jesús a lo largo de la historia del catolicismo y su estructura organizacional, la han enfrentado al institucionalismo radical, al punto que el Padre General, el líder de la orden jesuita, se le denomina el “Papa Negro”. Por tanto, siguiendo este orden de ideas, al decirse que Pedro el Romano sería el “Papa Negro” no tiene nada que ver con su color de piel y mucho menos que convide al satanismo sino que, simplemente, será un sacerdote jesuita.
Obviamente, el hecho que un jesuita tome las riendas de la iglesia católica sería un salvavidas, un evento que oxigenaría la milenaria institución. Más aún si dicho sacerdote tenga el espíritu reformista, quien no sólo tenga una visión diferente e incluyente de la moral y el amor sino que innove desde una perspectiva organizacional. Además, que tenga la osadía de convocar un último Concilio Ecuménico, en el cual se replanteen asuntos como la divinidad y “no carnalidad” de Cristo, los errores teológicos de la Trinidad, la equivocada concepción del hombre como amo de la naturaleza, entre otros asuntos que se han mantenido ocultos para mantener el dogma medieval.
Por el lado institucional y organizacional, se debe concebir de una vez por todas a las mujeres como sacerdotisas y que además, puedan acceder al papado. De la misma manera, se debe pensar en romper con el esquema del “celibato” y conciba una iglesia más humana, más aterrizada, que ceda su poder político y económico a causas más nobles.
Así pues, este sacerdote reformista tendrá en sus manos no sólo salvar a la Iglesia, sino la histórica tarea de repensarla y reconstituirla. Por eso, dicho deberá tomar el nombre de Pedro II, toda vez que se comenzará de ceros y se deberá erigir una iglesia católica de cara a los retos espirituales, sociales y culturales del siglo XXI, denominado por muchos como “el siglo de lo pluricultural”. Obviamente, este escenario necesario para la Iglesia Católica, con todas las propuestas aquí bosquejadas, sería un evento terrible para alguien como San Malaquías: ¡un claro fin del mundo! No obstante, para todos aquellos disidentes y para el progreso, es el anhelado “nuevo amanecer” y una “nueva y fresca oferta espiritual” para el desarrollo humano.
viernes 23 de abril de 2010, 17:51 COT
Información Bitacoras.com…
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martes 27 de abril de 2010, 16:49 COT
BAAAAH
viernes 7 de mayo de 2010, 18:19 COT
Sabiendo que él es un papa de transición, porque debido a su edad, no durará ni una década como pontífice, B16 debería aprovechar para dejar planteada una serie de reformas que sean desarrolladas plenamente por su sucesor (tal como hizo Juan XXIII), como la eliminación del celibato, la aceptación de métodos anticonceptivos y el divorcio.
Por otro lado, los anticlericalistas que tanto abundan por estos lares, no han puesto ni una coma para hablar del salvaje asesinato a puñaladas del sacerdote Carlos González, de Manizales, muy estimado por su feligresía.