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Mujeres y política en Colombia

Especial Día Internacional de la Mujer 2011
Por

lunes 7 de marzo de 2011 22:20 COT

Aunque la participación actual de la mujer en las altas esferas de las instituciones colombianas es un hecho cotidiano, debido al aumento de la actividad femenina en todas las áreas de la vida política nacional, e incluso, obligatorio, en virtud a una ley que establece que haya paridad de género en la cantidad de personas en ejercicio de los cargos públicos que son por nombramiento, este es apenas el resultado lógico y merecido de un largo proceso que se inició en el nacimiento mismo de la república, y que ha tenido tres etapas bien diferenciadas.

La gesta independentista o el tiempo de las heroínas

Uno de los íconos que marcó la revolución comunera de finales del siglo XVIII fue la imagen de Manuela Beltrán destrozando los edictos fijados en la plaza de El Socorro, que significaban impuestos aún más onerosos para sus coterráneos. Aquel acto de arrojo fue la chispa que desencadenó el primer intento –fallido– de emancipación. Décadas más tarde, en el período turbulento de la Independencia (1810-1819), mientras los hombres partían para los campos de batalla a matar o morir, hubo miles de mujeres que libraron la guerra a su modo, y no se quedaron simplemente esperando en sus casas el regreso victorioso de sus padres, maridos o hermanos, o la amarga noticia de que se habían quedado viudas, y sus hijos, huérfanos.

Policarpa Salavarrieta

La historia recoge apenas el nombre de unas cuantas que las representan a todas. Así, hablamos de Antonia Santos, como patrocinadora de grupos armados patriotas que se enfrentaron fieramente en lo que hoy es el departamento de Santander a las tropas realistas enviadas por Fernando VII para reconquistar y someter a las colonias sublevadas. Simona Duque, una matrona antioqueña que, aunque viuda, no dudó en instar a sus siete hijos a que se incorporaran a las filas del ejército insurgente comandado por José María Córdoba. Mercedes Ábrego de Reyes, dama cucuteña fusilada por los españoles por haber dado sus hijos a la causa insurgente y confeccionar con sus propias manos la chaqueta azul y rojo que lucía Simón Bolívar en su campaña libertadora. Policarpa Salavarrieta fue la primera agente de inteligencia de nuestro bando en pleno régimen del Terror, de Sámano y Morillo, recolectando información clave entre las señoras de la aristocracia y suministrándola a los líderes militares rebeldes. Capturada, juzgada sumariamente y ejecutada por la espalda bajo el cargo de traición, es ella la máxima figura femenina de una cruenta época que terminó al producirse el triunfo del 7 de agosto de 1819.

La República: Primeras damas y activistas, con voz pero sin voto

Colombia nace en el Puente de Boyacá, y durante los siguientes 138 años, de manera retrógrada e increíble, la mujer vuelve a ser sometida al mismo papel de los tiempos de la colonia, encerrada en su casa, embarazada la mayor parte de su juventud y sin ser dueña de sí misma ni de la ropa que tiene puesta. De niña y adolescente, todo pertenece a su padre y, apenas es apta para concebir, se le busca un esposo que se encargue de ella de ahí en adelante. Raramente se le educa más allá de aprender a leer y escribir, cocinar o tocar algún instrumento musical. Su participación en los negocios de su familia es nula. No puede comprar ni vender nada. No puede heredar directamente nada. No se le expide documento de identificación, ni mucho menos se le da derecho a intervenir en cuestiones políticas. Así las cosas, las tres opciones que tiene la mujer colombiana de entonces se reducen a ser la esposa de un hombre de la que pasa a ser “propiedad”, ingresar a un convento de monjas o dedicarse al oficio más viejo del mundo, que como en toda sociedad hipócrita que se respete, se ejerce en estas tierras desde que hay seres humanos.

Manuela Sáenz

Las excepciones de esta época no hacen otra cosa que ratificar lo que era la norma. Manuela Sáenz fue nuestra primera Primera Dama, de facto, puesto que no era la esposa sino la amante de Simón Bolívar. Esta polémica mujer fue de las pocas que no se le quedaba callada a nadie en los círculos de la naciente clase política colombiana y tuvo una gran influencia en la vida del Libertador, para bien o para mal. Para bien, porque su valiente actuación en la noche del atentado contra él fue decisiva en su salvación. Al plantarles cara a los conjurados septembrinos, hizo tiempo suficiente para que Bolívar escapara por la ventana del palacio y se pusiera lejos del alcance de los asesinos. Y para mal, porque su odio visceral hacia Francisco de Paula Santander contribuyó a ahondar las diferencias entre los dos líderes, que a la larga derivaron en el colapso de la Gran Colombia.

Si Manuela Sáenz, de haber vivido en los días que corren, habría acaparado muchas de las portadas de las revistas y páginas web de chismes, por ser la concubina del mandatario en ejercicio, Soledad Román tendría también un despliegue comparable, pues estaba casada por lo civil con el cerebro de la Regeneración, el presidente Rafael Núñez, a la sazón, unido en matrimonio católico con otra mujer y separado de ésta. Vivir en unión libre, en matrimonio laico o divorciarse era algo inadmisible ante los ojos de la iglesia y la moralista sociedad conservadora que, luego de los excesos de 25 años en el poder del Olimpo Radical, iba a instaurar una hegemonía de más de cuatro décadas en las que prácticamente Dios, la Constitución de 1886 y el Gobierno que la aplicaba eran la nueva Trinidad.

Lorencita Villegas de Santos / Bertha Hernández de Ospina

De ese cúmulo de primeras damas que solamente aparecían en los eventos de sociedad como meros objetos decorativos, que nunca decían una palabra y apenas se nombran en un renglón de la biografía de sus maridos presidentes, vale la pena destacar a dos señoras. Lorencita Villegas de Santos, una de las gestoras de las iniciativas humanitarias en favor de la niñez, y que con su impulso llevó adelante la creación del hospital infantil que llevó su nombre. Por su parte, Bertha Hernández de Ospina fue literalmente una mujer de armas tomar, pues el 9 de abril de 1948, durante los terribles sucesos de “El Bogotazo”, no dudó en ponerse un revólver al cinto y en mostrarse dispuesta a enfrentar a balazos a cualquiera que hubiera intentado entrar por la fuerza al Palacio de la Carrera. En las décadas siguientes, doña Bertha fue aguda con sus comentarios políticos en su recordada columna del diario La República, denominada “El Tábano” que, como su nombre lo indicaba, era punzante en extremo.

María Cano

En el siglo XX, cuando los ecos de las luchas sindicales empezaron a llegar –tarde, como es usual en estos lares– surge la pionera del activismo político femenino en Colombia: María Cano. Su agitada vida pública como defensora de la causa de los trabajadores y la reivindicación de sus derechos fundamentales tuvo como punto culminante la creación de Partido Socialista Revolucionario, de cuyas entrañas saldría luego el Partido Comunista de Colombia, fruto de las divisiones internas del movimiento socialista. Cano fue la primera mujer en pronunciar discursos de contenido político ante una audiencia y la primera en deliberar en un evento político-ideológico: el Congreso Nacional Obrero.

Ofelia Uribe de Acosta

Los pasos de María Cano fueron seguidos por una mujer de una estatura histórica comparable. Ofelia Uribe de Acosta es la referente obligada del movimiento feminista en Colombia. Lejos de ser un feminismo enfermizo y lleno de misandria, el planteamiento de Ofelia fue el de propender por la igualdad de oportunidades para la mujer. Con el apoyo de su marido y familia adelantó campañas para que las niñas tuvieran mayor acceso a la educación básica, media y universitaria, y creó medios de difusión de las ideas en favor de la mujer, no sólo como esposa y madre, sino como trabajadora, política e intelectual, tales como La Hora Feminista (radio), Agitación Femenina y su obra máxima Verdad (prensa), producido en su totalidad por mujeres. Fue una incansable militante del Partido Liberal.

El voto y la participación en el gobierno

A pesar de que en los años treinta del siglo XX una ley determinó la igualdad de derechos civiles entre hombres y mujeres, y posteriormente se les reconoció su condición de ciudadanas, aún seguían siendo colombianas de segunda categoría, porque no tenían cédula, de modo que no podían elegir ni ser elegidas. Paradójicamente, este viejo anhelo vino a hacerse realidad durante una dictadura. La Asamblea Nacional Constituyente, esto es, el congreso hecho a la medida por el régimen del general Rojas Pinilla, determinó mediante acto legislativo que las mujeres mayores de 21 años tendrían en adelante el derecho al voto y a ocupar cargos de elección. Lo malo era que en las dictaduras no hay elecciones, por lo que hubo que esperar hasta el plebiscito de 1957, que ratificó la instauración del Frente Nacional, para que nuestras compatriotas expresaran por fin su opinión en las urnas.

Josefina Valencia de Hubach / Esmeralda Arboleda

Antes de poder votar o ser elegida, hubo una mujer que ejerció puestos de importancia en el gobierno. Josefina Valencia de Hubach fue, durante el mandato de Gustavo Rojas Pinilla, integrante de la Asamblea Nacional Constituyente, gobernadora del Cauca y ministra de Educación. Este paso gigante en la inclusión de la mujer en la política colombiana vino a tener su complemento cuando Esmeralda Arboleda, una de las primeras abogadas que tuvo el país e integrante junto a Josefina Valencia y Teresita de Santamaría de la Asamblea Nacional, resultó elegida Senadora de la República en 1958. Años más tarde, fue ministra de Comunicaciones del gobierno de Alberto Lleras Camargo, y embajadora en Austria y Yugoslavia en el cuatrienio de Carlos Lleras Restrepo.

Luz Marina Bustos

Desde allí y hasta el presente, hemos tenido una gran cantidad de mujeres ministras, senadoras, representantes a la Cámara, embajadoras, alcaldesas, gobernadoras, directoras de departamentos administrativos, magistradas, concejales, ediles, líderes gremiales y empresariales, candidatas presidenciales, y en los últimos tiempos, una general y una fiscal. Como es apenas natural, los resultados han sido diversos porque, así como a los hombres, la naturaleza humana las ha dotado de virtudes y también de defectos. Las damas que han llegado a altas posiciones en la política colombiana lo han logrado no sólo por ser mujeres, sino gracias sus capacidades y méritos o, al igual que sucede con sus colegas varones, a las influencias, imprescindibles en estas esferas en donde no basta con ser capaz, sino estar rodeado de buenos padrinos. Lo importante es que, comoquiera que hayan llegado a una posición de responsabilidad, su aporte ha sido fundamental en el desarrollo del país en los últimos cincuenta años.

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Un comentario a la entrada “Mujeres y política en Colombia”

  1. Alfonso Vallesteros
    martes 8 de marzo de 2011, 09:03 COT
    1

    UN EXCELENTE RECORRIDO POR NUESTRA HISTORIA.



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