Con la colaboración de Alejandro Echandía, Luis Fernando Echavarría y Juan Diego Jaramillo
El 2009 es el séptimo año de Uribe y todo parece indicar que será el penúltimo de dos cuatrienios donde todo pasó para que nada pasara. La historia se repite y una guerrilla aparece por segunda o tercera vez derrotada o casi diezmada. ¿Existirá la guerrilla o será un invento electoral? Cuánto quedará de una guerrilla mítica si quitamos los narcos del sur y una nueva clase dirigente local de pueblos olvidados hasta por el gallinazo del escudo. Pequeñas alcaldías, Juntas de Acción Comunal y los únicos que con gasolina, coca o hasta finanzas de cuartel mueven la economía de los territorios más periféricos.
Se ha atacado a las FARC con fiereza y éxito, y Uribe nos dice que una sola lucha alberga su corazón: que no vuelva a ocurrir lo que sucedió a su padre. ¿Será que le prestamos el Estado a Uribe para que vengara la muerte de este? La encrucijada del alma de Uribe se puede maquillar diciendo que es algo que uno no quiere “que le ocurra a otro compatriota”, pero es un recurso misional bastante personal. A veces a Uribe lo imaginamos como un personaje que literario sería bastante interesante (lo que pasa es que uno no quiere que lo gobiernen los personajes novelescos), es un hombre que no duerme, probablemente ni se enamora y le podría creer que no busca riquezas, sólo y únicamente busca vengarse y ese el clamor que enciende su alma.
En la lucha de Uribe la patria es una propiedad con la cual pretende deshumanizar al enemigo y por eso bajo la sombra de su gobierno se pueden arrancar brazos, los soldados se ven tan presionados que disparan a lo que sea y visten campesinos de camuflados como jugando al muñequero. Allí donde el fin justifica los medios, la seguridad alberga un tipo de democracia, una de tantas, la del “poder de las mayorías” porque la mayoría de los colombianos piensan que odian a las FARC (piensan porque no lo saben y dentro de esos casi todos quisieran, pero no tienen elementos para odiar).
Un punkero canta por Las Aguas, preguntando “¿ahora a quién vamos a odiar, presidente, contra quién nos vamos a organizar toda esta gente?” Hay dos grandes tentaciones deliciosas de las guerras: ser muy malos para acabar con el mal y hacer a alguien malo para ser los buenos. La política de seguridad del presidente es de amigos y enemigos y no es muy violenta ni traumática porque el enemigo es muy pequeño y está muy lejos de nuestra experiencia, entonces, dentro de la sicosis, es una política de amigos y enemigos donde “los buenos sí somos más”.
Lo de combatir a la guerrilla no está mal y todo lo que vaya más allá de eso en Uribe es prestado, pero Uribe no da más, no nos lleva a soñar, no emociona, es un hombre muy poco creativo que no se ha inventado nada después del odio por los tiranitos confundidos de la guerrilla. La guerrilla pasó de moda hace décadas y Uribe hace años, pero las encuestas no miden pasiones, miden costumbres, apuestas ajustadas y el miedo al cambio, a perder un papá que anuncia la hecatombe cuando él se marche.
Uribe, suéltanos ya, no nos dejás crecer… Ya nos vamos cansando de esta falta de ingenio y exceso de astucia, mucha maña y poca creatividad, mucha berraquera sin la sensibilidad para ser delicado. Y no te vas a reencauchar con una plasta histérica de chavista, comunista, drogadicto y guerrillero, cuando llevamos ya muchos años con un Estado que no nos da seguridad, nos asusta y opta por controlarnos; estamos llenos de leyes contra el miedo del otro, que crea murallas y nos dice que hacer para ser iguales para no asustar al selecto grupo que puede tener Estado o estar en el Estado o controlar el Estado.
Libertad y orden. Libertad para la elite de hacer negocios y orden como higiene y resultado de un pueblo maleable que está regulado. La libertad nació y murió en la independencia pero hoy no se reactiva como propuesta. Seguridad, seguridad, seguridad, ¿seguridad para qué? ¿Más leyes para ser más legales? Dónde está la seguridad para ser libres, para conquistar libertades, pero no metafísicas, sino cotidianas, para hacer más cosas para elegir más, pero el orden no es para uno ser libre, sino para que otro sea libre, el que gobierna, el que rige, el que está en el poder. A los ricos o poderosos en Colombia, la tal elite, no les falta ser más pobres, ni acumular menos, les falta ser más estéticos, más hedonistas, gozar más, disfrutar más, tener mejores polvos y unos días más bellos, ¡pero no! Ellos quieren mandar y tenemos laboratorios de engendros, donde no quieren ser ricos, mucho menos ser libres, sino tener poder, el poder para tener más poder y el delirio llega, con el artesanal poder colombiano, entre la hacienda y el banco, la dominación y la ficción, o la ficción de dominar y ficción dominada por la falta de sueños, ingenio, creatividad.
Colombia es una doncella, a veces concubina y a veces puta, pero hasta ahora siempre bastarda a la que sus barones, salvadores, príncipes gordos no la logran excitar, y como la hacen “llegar”, se le controla, se le da ordenes y en vez de algo tibio y fálico, el zurriago. El orden es para controlar, uno ordena algo que va a controlar no a liberar y si no se tiene voz para seducir, más te vale producir algunos gritos con los cuales mandar y así ocultar la impotencia o con grueso vozarrón, delgado miembro.
Dentro de las encrucijadas en el corazón de Uribe hoy entran los amigos marihuaneros, a los que quiere agarrar, controlar y ordenar con un pequeño cigarrillo de marihuana y no se contenta con hacerlos ilegales, sino que quiere ponerlo de enfermo, sin salida garantizada. Imagínense la estafa de uno de rebelde y desafiante fumando marihuana para que otro lo recluya a curarlo y que la salida dependa de que un burócrata traspapelado y emparentado con un médico de la divina decencia, de la luz verde.
De 74 senadores que votaron, sólo 14 lo hicieron en contra, 14 defendieron nuestra intimidad y nuestro derecho inalienable a lograr concebir nuestros espacios como algo sagrado que no puede estar en la ruta moralista e higiénica de un político sin corazón. No estamos de acuerdo con los jíbaros al servicio de la delincuencia organizada, no estamos de acuerdo con niños sirviendo de “carritos” para la distribución de drogas y no estamos de acuerdo con las jerárquicas organizaciones de narcotraficantes que distribuyen un mínimo de sus exuberantes ganancias a aquellos que arriesgan su vida por una oportunidad criminal. Sin embargo creemos que la penalización de la dosis mínima no afecta en lo más mínimo el rentable negocio de la droga y contra cualquier pronóstico del sagrado benefactor el negocio de la droga se tornará más criminal ampliando más las guerras urbanas por el control de las plazas de vicio.
Estamos cansados de un Estado paternalista que aún nos cree incapaces de decidir, el cual todavía piensa que nuestro loable destino debe estar en manos de sus mecenas intenciones que finalmente sólo apuntan a una doctrina de descorazonamiento que termina desgarrándonos el espíritu y ofreciéndonos la salvación, a cambio de que sacrifiquemos gota a gota pequeñas dosis de nuestra personalidad.
Hay cosas donde nos reconciliamos y yo quisiera ser parte de esos 14 que votaron como era en el congreso, para no mortificar, para no ser más legales a punta de leyes, para no homogenizarnos por la fuerza. País de tumbadores y controladores busca en ti otra fibra, busca en ti los sueños perdidos, las pasiones castradas y entretente con otra cosa que joder a otro, odiar a otro, es decir, florece y prospera y no busques más culpables para nuestra inmoralidad, nuestra pobreza, nuestro miedo.