El Día de la Tierra, 40 años después

Imagen: Corey Matsumoto, licencia Creative Commons – Atribución

Cuarenta años de preocuparnos por nuestra planeta. Cuarenta años de haberse instaurado el “Día de la tierra”, convierte al movimiento que le dio origen en un fenómeno de mediana edad que exige un replanteamiento de su propósito original. Hoy se habla de los Turqs, un término acuñado por Stewart Brand, uno de los inspiradores del “Día de la tierra”, para señalar a los nuevos activistas ecológicos como una combinación del verde ecológico tradicional con el azul turquesa del cielo pensando en la mente abierta que debe tener como referente la ciencia y no la nostalgia o la tecnofobia.

Todos estamos de acuerdo en que nuestra especie sólo sobrevivirá si le ponemos orden y disciplina a nuestra intervención en el planeta, y este es el tema de Brand en su nuevo libro Whole Earth discipline ("La disciplina de toda la Tierra") en el que insta a los verdes a plantearse nuevos interrogantes.

Hace cuarenta años, cuando se instauró el primer “Día de la tierra” nadie habló sobre el calentamiento global, en parte porque no existían modelos que predijeran cómo afectaría este fenómeno a la civilización del siglo XXI, y en parte, también, porque los oradores no estaban seguros de si sobreviviríamos tanto tiempo. La visión de entonces era realmente apocalíptica. Se esperaba que la sobrepoblación humana agotaría los combustibles fósiles, causaría la escasez de minerales vitales, lo que junto con la contaminación, los pesticidas, las epidemias de cáncer, las fusiones de los reactores nucleares, una variedad de desastres tecnológicos, y la hambruna consiguiente, diezmaría nuestra especie. ¿Para qué preocuparse por un peligro lejano como el dióxido de carbono?

Lo malo (o lo bueno) del cuento es que el apocalipsis nunca ocurrió y hoy son los gases de efecto invernadero la principal preocupación de los científicos, indicativo de que la prioridad de los Verdes debe cambiar, como muchos de ellos ya lo vienen entendiendo.

Una mirada hacia atrás nos muestra que una sola obsesión marcó a los Verdes en estas cuatro décadas: oponerse a las nuevas tecnologías, ante las consecuencias imprevisibles que podían conllevar. No obstante, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones y esto en variadas ocasiones produjo el efecto contrario. La oposición cerrada, por ejemplo, a la energía nuclear, hizo depender al hombre como nunca de la electricidad generada de las centrales alimentadas por carbón, aumentando las emisiones del pernicioso dióxido de carbono a la atmósfera, mientras la oposición a la agricultura industrial dio como resultado el empleo de mayor tierra para los cultivos, restándosela a los bosques que no sólo protegían la fauna y la flora sino que absorbían el carbono.

Otra de las banderas de los Verdes de viejo cuño fue el apoyo a la comida orgánica. Pruebas científicas recientes señalan que no guardan diferencias grandes con los productos agrícolas corrientes, salvo el precio. Los orgánicos, al ser más costosos, sólo pueden ser adquiridos por los habitantes de los países ricos, y aquí viene la paradoja de la situación. Influenciados por los Verdes de que lo orgánico es lo único saludable, ante su imposibilidad de adquirirlas los habitantes de los países pobres consumen menos frutas y verduras o simplemente las eliminan de su dieta. Un ejemplo reciente lo dio Zambia, cuyo pueblo padecía una hambruna sin precedentes, pero rechazó trigo estadounidense porque era transgénico.

En Deniaslim ("Negacionismo"), un libro sobre la difusión de creencias que riñen con la ciencia, Michael Specter critica el fetiche "orgánico" como una especie "perniciosa de negación" para ser exportada a los países pobres.

"La dependencia total de la agricultura ecológica obliga a los países africanos a dedicar dos veces más tierra para cultivar que la empleada en Estados Unidos", escribe. "Un universo orgánico suena encantador, pero podría condenar a millones de personas en África y en gran parte de Asia a la desnutrición y la muerte".

Los transgénicos, llamados alimentos Frankenstein por ser el producto de manipulación genética han sido combatidos aduciéndose pavorosos efectos sobre el género humano, predicciones que al final, como el propio Frankenstein, nunca traspasaron el mundo de la ficción, pero condujeron a una moratoria en la Unión Europea para su cultivo y comercialización, a la que se unieron los países pobres, especialmente de Asia y África. Y es que hoy, después de una década de consumo por los estadounidenses, los horrores que se predecían no sucedieron.

La semana pasada, la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos dio a conocer que los transgénicos habían ayudado a los consumidores, los agricultores y el medio ambiente a reducir los costos, el uso de pesticidas y herbicidas, y a fomentar técnicas de cultivo que reducen la erosión del suelo y la contaminación del agua.

Brand, cuarenta años después de ese 1970, en un tono pesimista advierte que el movimiento ecologista “ha hecho más daño con su oposición a la ingeniería genética que cualquiera otra equivocación nuestra" y concluye con un mea culpa a tener en cuenta: "Hemos hecho que la gente se muera de hambre, hemos obstaculizado la ciencia, dañado el medio ambiente, y negado a nuestros profesionales una herramienta crucial".

Pero tampoco la energía “verde” con la que todos simpatizamos ha hecho mucho por la Tierra. Desde hace cuarenta años, las llamadas energías limpias como la éolica y la solar se pusieron de moda con nombres como alternativa, renovable y sostenible. Subsidios, proyectos gubernamentales (hoy en Costa Rica, por ejemplo, se hace un gigantesco intento con energía eólica), tecnología de punta, no han pasado de proporcionar menos del 1 por ciento de la energía eléctrica en el mundo, sin contar su enorme costo y cuánto terreno requiere para llevarla a cabo.

Diez años después de este primer “Día de la Tierra” Gwyneth Cravens unió a los verdes e impidiò la apertura del reactor nuclear de Shoreham, en Long Island. Hoy, con el calentamiento global amenazando el futuro de nuestra especie, se descubrió que el reactor hubiera evitado la emisión anual de tres millones de toneladas de dióxido de carbono. La frustración consiguiente hizo que Cravens escribiera un libro sobre la industria nuclear titulado El poder para salvar el mundo.

Los Verdes que podríamos llamar tradicionales, aún satanizan la energía nuclear, o se oponen a los cultivos transgénicos como Greenpeace, pero como el mismo Brand lo destaca, tal vez algunos Verdes redescubran el entusiasmo por la tecnología en su famosa frase al comienzo de The Whole Earth Catalog: "Somos como dioses y también podemos conseguir buenos resultados como tales".

Pero claro, lo uno sin olvidar lo otro. El progreso tecnológico sin destruir el medio ambiente. Lo único cierto es que no es la nostalgia por pasados bucólicos ni el ascetismo los que salvarán este planeta. La vida silvestre, y con ella nosotros mismos, sólo podrá ser preservada si los agricultores del mundo utilizan las mejores herramientas para alimentar a todos cultivando la menor cantidad de tierra con la máxima eficiencia. La energía solar será ampliamente adoptada sólo si hay avances que la hagan más eficiente.

Mientras tanto, los gases de efecto invernadero se continúan acumulando a menos que los ingenieros construyen fuentes económicas de energía baja en carbono o desarrollen técnicas que lo atrapen. Y si esos avances no son suficientes para detener el calentamiento global, la ingeniería tendrá que crear nuevas herramientas para intervenir directamente el clima. Brand apoya estas investigaciones y ha actualizado su famosa frase de hace cuatro décadas.

Somos como dioses y esto tiene que ser bueno.

Adenda: Mientras esto sucede, en nuestra parroquial Tierra colombiana, Noemí se agarra con Santos, Vargas Lleras le muestra los colmillos a Chávez, Pardo lanza su catálogo de lugares comunes, Petro se esfuerza por romper la ortodoxia del Polo y un filósofo llamado Antanas Mockus le apuesta a un futuro donde la educación, la honestidad y la tolerancia marquen el rumbo, que para nuestro caso es tan exótico como su nombre.

Etiquetas: agricultura, alimentos transgénicos, Ambientalismo, apocalipsis, calentamiento global, cambio climático, ciencia, cultivos transgénicos, Día de la Tierra, ecología, ecologismo, manipulación genética, Michael Specter, Stewart Brand, turqs, vida silvestre

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