Sonreír es para mujeres
Columnas > Limpia - MentePor Johanna Pérez Vásquez
jueves 18 de noviembre de 2010 16:38 COT
Pocas expectativas ajenas tan machistas, y sutiles a la vez, como la de aquellos que siempre quieren verte sonreír sólo porque eres mujer.
A las mujeres se nos cría con la idea de que debemos ser criaturas sociales, amables, candorosas e incluso cálidas, para que nuestra personalidad combine armónicamente con nuestro cuerpo. Los hombres también reciben una educación que se ve bien con sus cuerpos. Desde pequeños los convencen de que las lágrimas no les quedan bien y si intentan jugar con muñecas los regañan, porque ese comportamiento es un peligro potencial, además ningún papá sueña con tener hijos homosexuales.
No importa cuán delgados sean los televisores o qué tan grande sea el ancho de banda de nuestra conexión a internet, los cuartos de las niñas se siguen pintando de colores pasteles y hay más hombres en las facultades de ingeniería que en las de psicología, confirmando que no hemos cambiado.
La mayor parte de mi vida ha transcurrido en ambientes donde se me ha discriminado poco o nada por el hecho de ser mujer. Encuentro tan natural el hecho de dirigirme a un hombre como un igual que tengo serias sospechas de que olvidé cómo coquetear, sobretodo porque cuando me encuentro con un tipo que me resulta atractivo termino diciéndoselo dentro de las 24 horas siguientes después de conocerlo, pero no con tono cómplice sino como quien le plantea una situación a un socio para abordarla de alguna manera, pero la falta de habilidades femeninas no para acá.
Mis recuerdos están salpicados de frases como “eres una aburrida”, “deja de ser tan amargada” o “no leas tanto” así como de miradas inconformes por los decibeles a los que llego cada vez que suelto una carcajada. Lastimosamente, para otros, no puedo confirmar que sea un suicida en potencia porque nunca intenté cortarme las venas o lanzarme desde la azotea de un edificio, pero tampoco puedo complacer a quienes me ven como un somnífero. No necesito bailar para divertirme, no me gusta reírme a un volumen “decente” y no le sonrío a todo el mundo.
Las personas tienden a sacar conclusiones apenas ven a una persona y esas conclusiones no salen sólo de lo que tienen al frente. Cuando conocemos a alguien los estereotipos hacen lo que quieren con nuestro criterio, impulsándonos a hacer afirmaciones acerca de cómo debe ser una persona por el modo en que se ve, se viste, habla, se ríe o no sonríe. Es más, la primera operación que hace nuestro cerebro, después de ver un objeto con forma de persona, es definir si es un hombre o una mujer, luego vienen las ideas preconcebidas. Ahí es justo cuando yo comienzo a perder.
De un tiempo para acá he comenzando a sospechar que si hubiera nacido hombre no me dirían con tanta frecuencia que soy antipática y odiosa. De las mujeres, más específicamente dentro de una cultura latina, se espera que sean amorosas, suaves y alegres para que complementen a los hombres, cuando eso no ocurre quienes las rodean creen que es su deber criticarlas para que cambien, pero no se detienen a pensar que simplemente no son ni tan divertidas, ni tan interesantes como para que inspirarles sonrisas a mujeres como yo.
Así como yo vivo feliz sin sonreírle a todos, espero que otros lo sean ignorando el hecho de que no muestro mis dientes con la frecuencia que una actriz porno muestra las tetas, al tiempo que entienden que eso no me hace menos mujer.
Esta columna también está publicada en mi blog Licuc.