Pequé por no querer mentir
Columnas > Limpia - MentePor Johanna Pérez Vásquez
domingo 16 de marzo de 2008 7:38 COT
Escucho a la gente quejarse una y otra vez porque les mienten, porque cuando piden a otros una respuesta directa y clara reciben frases que pueden ser interpretadas de cualquier manera, todo porque unos le tienen pavor a decir no y otros a oír la verdad.
La semana que pasó quería ir con alguien a un toque de un músico que conozco y decidí llamar a un sujeto x para que hiciera las veces de acompañante. La última vez que lo vi fue hace más o menos 4 meses en una reunión que él organizó y a la que asistí con una amiga. Al poco tiempo de haber llegado nos dimos cuenta de lo obvio, los grupos de amigos de una misma persona no siempre, mejor, casi nunca son compatibles entre sí, por lo que decidimos irnos argumentando que teníamos asuntos pendientes.
Sabiendo que el personaje es hombre pensé que el incidente no había pasado a mayores, igual me había despedido educadamente antes de abandonar el sitio donde se desarrollaba la tertulia, o sea, en términos de amistad masculina todo había transcurrido en total normalidad, por eso mismo no le vi ningún problema a llamarlo sobre el tiempo para que me acompañara a la presentación de mi compañero de colegio.
Lo llamé al celular desde un teléfono prestado, esperé a que se acordara de mí luego de saludarlo y decirle mi nombre, le propuse ir al evento, aceptó, nos pusimos de acuerdo en momento y lugar. Un par de horas más tarde estaba yo en el punto convenido, pasaron diez minutos… nada, lo llamé y cuando sonó el timbre la llamada fue enviada al correo de voz, resumen: hasta el día de hoy no hay noticias del fulano.
Resolví, sobre la hora de la presentación irme sola para que valiera la pena el haber cruzado media ciudad, pero esa no era mi noche, aunque encontré la dirección el sitio no correspondía con el de la invitación, así que gracias a mi tranquilidad, proveniente de las prácticas meditativas recientes, me dediqué a cavilar por qué pasa esto y la respuesta fue tan simple como que a la gente le encanta que le mientan.
Cuando comencé a rebobinar la cinta de la conversación que había tenido con mi acompañante fallido noté que le había dicho “fresco que no lo estoy invitando para emborracharlo y luego hacerle la vuelta”, en clara referencia a una ocasión en la que él se emborrachó y comenzó a coquetearme. Preferí dejarle las cosas claras para que supiera a qué atenerse mientras estaba conmigo, pero luego de lo sucedido es evidente que cometí un craso error de táctica. Debí haberme reído hipócritamente, perdón, diplomáticamente con él para hacerle creer que todavía podía juguetear conmigo y así me habría asegurado de que llegara a la cita propuesta, pero al quitarle de un plomazo todas las esperanzas no le quedó más remedio que decirme que sí por salir del paso y quedar bien, para más tarde ausentarse sin ninguna explicación.
Mi intención no es la de decir los hombres son malos y las mujeres son buenas, sino la de criticar esa repudiable maña que tenemos de decir sí cuando sabemos por adelantado que no podremos o no querremos cumplir con lo que se nos pide.
La adultez se trata de asumir las complejidades de la vida, que no se hace más fácil cada día.
Así que si los hombres se aburren de las calentahuevos que los ilusionan para sacarles invitaciones, que no se quejen también cuando se encuentran con mujeres directas y sinceras que les dicen de frente “lo quiero sólo para que me acompañe no para que se acueste conmigo”.
Que las mujeres por favor no se hagan las santas cuando un hombre les dice en la cara “quiero puro sexo y nada más” y que tampoco digan llorando “me dijo que me quería sólo para llevarme a la cama” porque seguramente no le dejaron al tipo más remedio.
Allá usted si insiste en que lo mejor es decir sí cuando quiere decir no, pero recuerde que en esos casos está enviando el mensaje de que prefiere que le mientan porque es incapaz de soportar la verdad por más sencilla y dura que sea, algo similar a preferir un puño dentro de 8 días a un pellizco instantáneo.
domingo 16 de marzo de 2008, 10:07 COT
Hace poco alguien me pidió un favor similar, primero dije que no podía -porque no podía-, horas más tarde dije que si, que si acaso me escapaba ese día. Parece que quería que le dijera que sí desde un principio, porque no salió con nada.
domingo 16 de marzo de 2008, 20:40 COT
Me sonrío por tu entrada. Me encantó y espero que sirva para muchos y muchas que no se atreven a decir no o, prefieren que les mientan.
Un abrazo!
lunes 17 de marzo de 2008, 16:29 COT
Saludos,
Interesante la conclusión desde la mentira, literal. ¿Pero funciona igual con aquellas verdades a medias?
Por otro lado, lo de ser sinceros, abiertos y directos, y que ellas sean sinceras, abiertas y directas, es cuestión de tiempo. Pero a la primera, para no sacar corriendo a todo el mundo con nuestra franqueza, hay que decir mentiras o verdades a medias, y más importante aún, creerlas. La medida de nuestra inocencia será el pago de nuestro dolor o alegría.
viernes 21 de marzo de 2008, 07:45 COT
Yo creo que uno puede arriesgarse a decir sólo la verdad con aquellas personas que uno conoce de tan vieja data que sabe por experiencia que pueden manejarla. Lo lógico sería que uno se arriesgara a decirle una que otra mentira sólo a los amigos, pero la realidad es que uno sólo le puede decir la verdad a quien le tenga absoluta confianza.
Por otro lado, decir TODA la verdad puede ser hasta contraproducente porque hay una barrera delgaditica entre la intimidad y el exhibicionismo que está allí por una razón: para empaquetar nuestra ilusión de identidad dentro de una frágil burbuja de lo que sólo nosotros sabemos.
lunes 31 de marzo de 2008, 14:35 COT
Filipogs a mi parecer tú no dijiste mentiras así que bien por ti.
Lully bonito que te haya regalado una sonrisa con mis letras y sí, ojalá la “función social” del texto quede.
Totalmente de acuerdo contigo Marqués, a veces las mentiras son súper dolorosas y para mentir bien hay que ser inteligente y tener buena memoria, pero creo que el grado de madurez de una persona está dado parcialmente por su capacidad para asumir la verdad, por muy dolorosa que sea.
Apolo imposible llevarte la contraria, pero de nuevo, se trata de tiempo, de madurez, para saber a quién y cómo le puedes decir la verdad, en cuanto a lo del “exhibicionismo” creo que uno debe revelar lo que se necesita, lo pertinente porque si uno anda contando todo todo de uno pues ya cae como en el egocentrismo y tampoco es la idea.
lunes 31 de marzo de 2008, 22:32 COT
Las cosas que hay que ver (y saber) Me encanta la franqueza de este artículo. Pero no nos digamos mentiras, el mundo sería aburrido si todo el mundo fuera directo. Nos convertiríamos en catálogo de almacén. Así soy yo, estas con mis características y esto valgo. Si le gusta bien, si no, consígase otra. Creo que las relaciones humanas son más complejas. Como en la ciencia se juega al acierto y al error. Sabemos qué queremos pero no sabemos qué nos vamos a encontrar. Hay múltiples situaciones, y con ellas vienen las disculpas, las “mentiritas”, con seducción incluida, por supuesto sin jugar con el otro o engañar, que es bien diferente. En suma, no hay recetas. Cada relación fabrica las suyas, incluyendo los “pecaditos” que conspiran contra la absoluta sinceridad.
martes 8 de abril de 2008, 22:44 COT
Marsares pues es cierto, los problemas y las mentiras son necesarios, por algo existen pero una cosa es cuando se causan con buena intención, si es que tal cosa existe, y otra cuando se hacen por afanes puramente egoístas.