Palabras bajo sospecha
Columnas > La política en taconesPor Pilar Ramírez
viernes 9 de mayo de 2008 3:05 COT
Siempre he considerado que las malas palabras son muy buenas porque tienen un alto valor semántico; otro indicio de su valor no sólo gramatical sino social es que en incontables ocasiones han sido combatidas por autoridades de rango diverso, pero con el mismo ahínco han sido resguardadas en distintos frentes por valientes e imaginativos defensores que reivindican el valor social y literario de las mal llamadas “malas palabras”.
Jorge Ibargüengoitia ingeniosamente declaraba su incomprensión de la frase “malas palabras”. ¿Acaso son malas porque les pegan a las buenas? se preguntaba. Renato Leduc respondía a sus críticos, que lo tachaban de malhablado, que las malas palabras las había aprendido de Cervantes.
La Secretaría de Gobernación se ha atribuido el papel de guardián de las buenas maneras en el hablar. En cierta medida ha sido la responsable de traducciones anodinas que dan como resultado escenas cinematográficas donde el actor dice “son of a bitch” y en los subtítulos aparece “malnacido”, también gracias a las vigilancia de la Segob, nuestra imaginación se echa a andar cuando en los programas de televisión escuchamos un biiiiiiiiiip, en lugar del parlamento de un entrevistado, porque eso quiere decir que hubo allí un brote de lenguaje florido. La dependencia gubernamental le acaba de ganar un litigio, que duró tres años, a Televisa por transmitir en televisión abierta segmentos del reality show Big Brother, donde los participantes profirieron insultos; la televisora alegó que las malas palabras son parte de la vida ordinaria de los mexicanos y que son utilizadas por personalidades del medio literario, periodístico y artístico. Tiene razón, pero no suficiente para convencer a los jueces que resolvieron a favor de la Secretaría de Gobernación.
Casos hay para dar y regalar. Cuenta José Emilio Pacheco que La mala hora de Gabriel García Márquez se publicó en España después de que el jesuita Félix Restrepo, presidente de la Academia Colombiana y miembro del jurado en el certamen donde participó la novela del futuro premio Nobel, le pidió eliminar del texto dos términos “impublicables”: masturbarse y preservativo, a lo que el escritor colombiano contestó: “Acepto suprimir uno. Elijan ustedes”. Afortunadamente Memorias de mis putas tristes ya no tuvo que pasar por tal revisión.
Un caso ejemplar es el del controvertido comediante estadounidense Lenny Bruce, quien fue condenado por obscenidad en 1964, acusado de utilizar 100 palabras obscenas durante un show en el Café au Go Go de Nueva York lleno de policías disfrazados de civil. Bruce, agobiado por los problemas legales de esta acusación y por dificultades financieras, murió en 1966 -a los 37 años- de una sobredosis.
Durante años la figura de Bruce fue menospreciada, pero la corriente de opinión que defendía su postura ante el lenguaje como una forma de preservar la libertad de expresión emanada de la Primera Enmienda, que fue la propia lucha del comediante, continuó. La primera esposa y la hija de Bruce persistieron no sólo en la defensa del humorista ante la opinión pública sino también en la legal, lo cual hicieron con una veintena de abogados, lucha jurídica a la que se unieron figuras del espectáculo como Robin Williams. El resultado fue que en 2003, Lenny Bruce obtuvo el indulto postmortem de parte del gobernador de Nueva York, George Pataki, 40 años después de haber sido condenado. Una victoria, no de Bruce, sino de la sociedad que defiende la libertad de expresión. Como bien dijo Bob Dylan: “Bruce no cometió ningún crimen. Sencillamente tuvo la perspicacia de abrir la tapa antes de tiempo”.
Con mi defensa irrevocable de las palabras y mi rechazo a todo acto de censura, me he preguntado por qué me resultan tan irritantes las palabras del poblano góber precioso y las del jalisciense góber piadoso, el primero profiriendo insultos contra una periodista y el segundo enviando mucho pero muchísimo hacia los confines de ninguna parte (como diría el buen Efraín Huerta) a sus críticos. Llegué a la conclusión que es porque ellos utilizan las malas palabras para acallar la libertad de expresión, porque en el uso que hacen de este vocabulario no hay ningún ejercicio creativo y porque se percibe que sus influencias literarias más notables son una combinación poco afortunada del Libro vaquero y Condorito.
Veremos qué acciones emprende la Secretaría de Gobernación para sancionar al gobernador de Jalisco, que en todos los noticiarios, por televisión abierta y en horario familiar utilizó un lenguaje soez para insultar a sus críticos. Si a Big Brother lo censuró ¿por qué darle trato privilegiado al góber piadoso?
ramirez.pilar@gmail.com