Mi pequeño cuento de hadas
Columnas > Renglones de viento y fuegoPor Ramón
mircoles 17 de noviembre de 2010 14:34 COT
Perseo guardaba siempre con mimo su pequeño libro de cuentos bajo su desgastada chaqueta. Se lo había regalado su Padre. Tan lleno de colores y animales sonrientes, princesas de largas trenzas y amaneceres interminables. De tapas duras y usadas, el mismo leído una y otra vez y del que nunca se cansaba soñar ser protagonista. El mismo libro que le acompañaba cada noche en la vigilia, antes de volver al mundo de los sueños en los que verdaderamente se sentía Él mismo. Era el romance que le susurraba al oído esas releídas historias del mundo brillante y resplandeciente que sobrevolaba cada noche.
Por el día, no lo sacaba a la luz más que en contadas ocasiones y lo guardaba con recelo para leerlo en su intimidad. A veces, cuando todo a su alrededor tomaba un cáliz más denso, encontraba el rincón sobre el que dejar deslizar su espalda en la pared y acurrucarse en secreto para abrir una de aquellas maravillosas páginas. Los mayores nunca comprenderían sus historias, pues la magia no estaba hecha para la mente sino para el corazón. Entre la muchedumbre de los adultos, Perseo y su fábula eran uno solo, coloreando el grisáceo entorno de su realidad con otra canción de esperanza.
Las acartonadas hojas de algún episodio le recordaban no exponerlo nuevamente al hostil mundo de ahí afuera. La última vez que confió en el cielo, la lluvia robó para siempre uno de sus capítulos. Mientras sus lágrimas se mezclaban con el azote de la tormenta, las gotas acariciaban su empapado rostro despertándole a un mundo diferente. Los duendes habían dejado de danzar alrededor de los cedros, en un extraño lugar dónde hasta las páginas más bonitas pueden sangrar ríos de colores.
Pero con el tiempo comenzó a dibujar sobre la superficie de aquellas páginas que la tormenta había renovado y secado para siempre. Ahora tenía un sitio dónde escribir su propia fábula, y comprendía que el mundo ya no era solamente el que otros habían pintado para él. Aprendió a amar a la lluvia, aquella que había purificado el corazón con el que hoy redactaba su propia leyenda.
Hoy Perseo desabrocha los botones de su pequeña chaqueta y abraza con su libro al mundo que le rodea. Queriéndolo como es, sin pedir nada a cambio. Recuerda en la eternidad de las más profundas noches, como acunaba en su regazo el presente de esperanza en el que cobijarse, bendición que tantas veces le dio fuerza para seguir siendo inocente.
Cual espejo del pequeño que todos llevamos dentro, sus cuentos siguen más puros y vivos que nunca ahora que son uno con los elementos. Sabe que el Cielo sonríe para Él cuando tiene ojos para verlo. Y sabe que un día, creer en sus hadas, hará que la misma lluvia purificadora de aquel entonces de esta vez vida al más precioso de los capítulos con los que sueña cada noche.
jueves 18 de noviembre de 2010, 10:00 COT
Ese Perseo Couto que se nos ha hecho poeta !
Siempre he admirado tu visión de las cosas, esa a la que yo llamaba percepción inocente del mundo, la misma que captaban mis ojos pero mi cerebro no era capaz de procesar.
Aquella manera de interpretar las energías, aquel brillo en tu mirada que relacionaba con la tierna infancia e irónicamente es ahora, con la madurez, cuando empiezo a abrir los ojos e intento fluir y permitir que el universo conspire para alcanzar mi leyenda personal.
Apertas CRACK !!!
jueves 18 de noviembre de 2010, 12:19 COT
Hermosos renglones… mi interpretación es que Perseo descubrió gracias a la lluvia que podía escribir sus propios sueños, y no refugiarse únicamente bajo las fantasías de su libro. Así que no dejemos escapar nuestros sueños, no dejemos escapar nuestra vida.
A seguir así Ramón, aguante!!