Libros como aventuras fascinantes
Columnas > La política en taconesPor Pilar Ramírez
jueves 22 de abril de 2010 6:57 COT
Cuando inició el ciclo escolar anterior, el pequeño Andrés, que ingresaba entonces a tercer año de primaria, recibió un encargo: leer un libro cada mes, del cual debería presentar un resumen ante sus compañeros. El libro debería tener, para ser considerado como tal, al menos 56 páginas; la síntesis se podía presentar con o sin ayuda visual. Los esclavos del Figueroita, es decir, sus padres, nos dimos rápidamente a la tarea de buscar títulos atractivos, de preferencia divertidos que pudieran atraer el interés del joven lector.
El mercado editorial ofrece una gran variedad de productos que pueden ser los instrumentos de conversión de los pequeños herejes intelectuales. Al tercer mes encontramos un libro de 200 páginas que hizo fruncir un poco el ceño al lector en ciernes, pero el tema y el hecho de que un personaje con el nombre de la madre fuera el “puerquito del grupo”, a costillas de quien se hacían bromas y se inventaban apodos, hacía al irreverente hijo desternillarse de risa y olvidar que era un “libro gordo”. Para caminar por el sendero difícil hacia el gusto por la lectura, establecimos cuotas diarias, excepto domingos, la mayoría de las veces la lectura era con acompañamiento para aclarar el significado de palabras y que el disfrute fuera más inmediato. Las carcajadas que arrancaba el libro hacían que las diez páginas diarias terminaran pronto. A los cinco meses, el Benjamín de la estirpe Figueroa había leído más que muchos adultos en toda su vida, incluida una buena porción de maestros. Combinábamos libros gordos con delgados, ir a la librería a elegir el libro era una nueva aventura y procurábamos los mejores momentos para neutralizar la idea de “obligación” y reemplazarla por la de oportunidad de hacer juntos algo divertido.
Por el séptimo mes, ya no le exigieron la presentación del resumen. Esto coincidió con una junta escolar donde agradecí públicamente la iniciativa de poner a leer a los pequeños. Cuando toqué el tema, la directora me informó que a ella también le había parecido buena idea pero que se veían obligados a cancelar el programa. Habían recibido muchas quejas de los padres para quienes el encargo de la lectura se había convertido en una pesadilla y una tarea muy ingrata que no podían cumplir. Se acabó la lectura, porque Andrés, al no sentirse obligado, se mostró renuente a continuar, sólo llegó al octavo libro.
Todo mundo reconoce que uno de los males nacionales es la falta de lectura y que los resultados lamentables en las evaluaciones estandarizadas que aplica la Secretaría de Educación Pública tienen mucho que ver con los problemas en las competencias lectoras, como se dice ahora en el argot educativo, donde todo es educación por competencias, cuando en realidad continúa la misma educación memorística y, en esencia, sólo se modificó la denominación de los antiguos objetivos por el de competencias.
¿Será posible interesar en la lectura a los millones de alumnos mexicanos si tienen padres y maestros que, en general, no leen? ¿Puede un padre o madre sin el hábito de la lectura ser un ejemplo para su hijo? ¿Un maestro que no lee, será capaz de transmitir pasión por la lectura? ¿Podrán los niños y jóvenes percibir la vibración que encierra dar vuelta a una página para devorar historias que cuentan las vidas que nunca viviremos, las aventuras en las que no nos embarcaremos, las sensaciones que nuestra vida cotidiana no producirá pero que estaremos cerca de conocer gracias a un escritor avezado en el arte de contarlas, si no tienen cerca a alguien que se entrega sin reservas a la lectura? ¿Cómo puede un maestro transmitir una emoción que no siente? ¿Cómo pueden los padres o madres ser guías de un camino que no recorren? Un dato, sólo a manera de ejemplo, en la lista de útiles escolares, suelen solicitar a mis hijos alguna revista para recortar, junto a lo cual se agrega, por experiencias previas, la leyenda “No enviar TV y Novelas o TV Notas” las revistas de espectáculos, por lo visto preferidas por las madres de familia, que además les parecen suficientemente educativas como para anexarlas a los materiales escolares.
Esta semana, la Secretaría de Educación Pública aplicó las evaluaciones ENLACE (Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Escolares) a alumnos de tercer grado de primaria a bachillerato y sin haber consultado aún mi bola de cristal, me atrevo a aventurar que servirá para darnos a conocer, una vez más, el mal estado de la educación nacional. Los avances, si hay alguno, será porque hay un empeño político en mejorar la imagen de la SEP, por lo cual la dependencia está anunciando incentivos a los maestros cuyos alumnos obtengan buenos resultados en el examen ENLACE. El incentivo y no los resultados anteriores es lo que está propiciando algún esfuerzo adicional, el más notable de ellos aplicado a preparar a los alumnos para contestar un examen, que no para aprender más o ensayar nuevas estrategias educativas.
Los padres, en tanto, tienen escasa participación. La información sobre resultados y temas llegó de manera muy tardía. La escuela de Andrés hizo entrega del reporte individual el último día hábil antes de las vacaciones de Semana Santa. En este año, quinta evaluación para educación básica y tercera para educación media superior, se incluye como parte de los festejos centenarios y bicentenarios, la evaluación de conocimientos en Historia. Rudeza innecesaria.
A pesar de los polémicos resultados y estrategias para mejorarlos, la SEP se siente obligada a promover el examen a la manera de las pastas dentales que rubrican sus anuncios con el respaldo de alguna asociación profesional. En la página de la SEP se incluyen citas de personajes y organizaciones que aparentemente deben proporcionarnos confianza hablando bien del examen ENLACE. Espero fervientemente verme obligada a reconocer errores colosales en mis vaticinios.
ramirez.pilar@gmail.com
jueves 22 de abril de 2010, 11:58 COT
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viernes 23 de abril de 2010, 09:24 COT
Pilar, muchas gracias por tu columna, es de las cosas más interesantes que me encuentro aquí y me gusta mucho lo que y como escribes, entre otras, porque me deja una extraña sensación que en México las cosas no son tan distintas de Colombia. A veces, cuando leo tu columan siento que estás haciendo una mirada crítica y aguda de nuestra propia realidad (la colombiana) y eso me pone a pensar muchas cosas.
Lo que dices es totalmente cierto y aplica para Colombia, en donde, los estudios han dicho que los verdaderos culpables de la deserción escolar y/o universitaria son los padres. Es decir, el éxito de que una persona pueda pasar bien su primaria, su bachillerato, desee entrar a la U le vaya bien, depende de todo a todo de la educación que haya recibido durante los primeros 5 ó 6 años de su vida en su casa, increíble, pero cierto. Así que si en casa, no hay una cultura de amor por la lectura, difícilmente el hijo pueda adquirirla (salvo contadas excepciones), lo que lleva en el largo plazo a un problema de proporciones alarmantes.
Saludos