Una cosa es una cosa… | espacio público
impuesto de guerraPor Sentido Común
martes 15 de agosto de 2006 0:07 COT
Es cosa dura ser abordado en la calle por un anciano enfermo que suplica una monedita para poder comer algo. Pero cuando a su lado aparece toda una pléyade de enfermos, discapacitados, niños, más ancianos, familias completas de desplazados, actores circenses, vendedores ambulantes y rateros camuflados, quienes ocupan el horizonte visible e impiden el libre desarrollo de las distintas actividades urbanas, se ve que vivimos en una ciudad donde los problemas sociales superan ampliamente a gobernados y gobernantes. Eso es lo que pasa en Bogotá.
Justamente el carácter endémico de la pobreza es la razón misma de la indiferencia de nuestra sociedad frente a un mal que absurdamente ha llegado a ser entendido por algunos como la condición natural de otros. Pero resulta facilista y recurrente convertir la dura realidad de la pobreza en un derecho de los pobres a ocupar arbitrariamente el espacio público en pos de su supervivencia. Esta actitud va en contravía de los intereses de una ciudad cuya dinámica venía direccionándose desde la concepción acertada de la cultura ciudadana, que más que una solución a los problemas estructurales de la nación, constituye en últimas la base para la construcción de una conciencia colectiva que valore la necesidad de un orden social más equitativo, dentro del marco de un entorno físico amable que otorga calidad de vida a todos; ese es el modelo de ciudad al cual le apostamos los bogotanos con el Plan de Ordenamiento Territorial vigente desde el año 2000.
Para los equipos de asesores que acompañamos a los candidatos a la Alcaldía de Bogotá durante la pasada campaña electoral* era evidente que uno de los mayores retos que asumiría el ganador de la contienda sería el manejo del comercio ambulante e informal, frente a la política de recuperación del espacio público, sin menoscabo de ninguno de los dos temas. Con esta idea en mente se inició la era Garzón, pero de inmediato el mal entendido carácter popular del nuevo gobierno local permitió que las calles fueran tomadas nuevamente por vendedores, mendigos y malhechores a su antojo, a falta de una política social frente al espacio público que permitiera afianzar los logros de la ciudad impulsados por Antanas y Peñalosa. Por ordenanza del POT (y presiones de la ciudadanía) se comenzó a trabajar en la formulación del PMEP (Plan Maestro de Espacio Público), estudio cuya presentación en sociedad se habrá efectuado cuando este escrito aparezca publicado.
Admiro al arquitecto Fernando Montenegro como diseñador, pero su incursión en el campo de la sociología resulta desafortunada, cuando confunde economía informal con empleo. Su planteamiento central del PMEP es un mal acercamiento a las teorías económicas del peruano De Soto, en la medida en que saturar y oficializar la informalidad en la calle no responde al carácter propio del espacio público, sino a la mamertización de una falencia social. Partir del supuesto de que si los artículos que se comercializan en un semáforo son en su mayoría de marcas conocidas, implica que se está desarrollando un comercio más bien formal, es toda una bofetada a la DIAN y a quienes pagamos impuestos correctamente. Pero la verdadera perla del PMEP será la inviabilidad financiera para llevarse a cabo.
Aceptemos de una vez por todas que detrás de las personas humildes que nos abordan por doquier para ofrecer cuanto cacharro cabe en la imaginación, hay todo un cartel del subempleo, dirigido por personajes nada humildes, vinculados de alguna forma, entre otros, a empresas de telefonía celular o a los diarios capitalinos. Invocando la libertad de prensa, se expenden en el semáforo los dos diarios de los Santos, el del padre del actual Gobernador de Cundinamarca y el semanario y la revista de Don Julio Mario.
Empresarios menos encumbrados como aquellos que pretendieron impedir la promulgación del Código de Policía (que de cualquier manera tampoco se aplica hoy) mediante sobornos a los tristemente célebres concejales que hoy se encuentran en prisión, son quienes se lucran realmente del espacio público. Ellos manejan el personal, cobran y ganan por interceder ante la autoridad y por lograr sitios estratégicos y overoles con marquillas de Comcel, chalecos con el aviso “Voceador de prensa”, o el kit completo de Bon-Ice; alquilan las esquinas así como a muchos de los niños mocosos y somnolientos que se nos acercan mendicantes.
La recuperación del espacio público bogotano emprendida con éxito hace varios años, ha sufrido un retroceso significativo en manos del alcalde Garzón, a quien le ha faltado claridad al momento de enfrentar el subempleo y el desempleo, reflejados patéticamente en las ventas callejeras y en el limosneo. Antes que intentar ir al grano, Lucho ha preferido hacerse el de la vista gorda, lesionando así el interés general y el derecho de todos a disfrutar un espacio público amable y ordenado, que además de inferir calidad de vida a los transeúntes, ricos o pobres, resulta ser un innegable factor de valorización social, en beneficio de la ciudad. Espacios cívicos que fueron recuperados ya, como San Victorino, la carrera trece y muchos otros, han ido sufriendo un deterioro acelerado ante el retorno invasor de las ventas callejeras y la indigencia.
Su origen sindicalista y de izquierda no puede llevar a un alcalde a propender por la degradación del hábitat urbano, sino más bien a tomar medidas que enfrenten eficientemente el origen del mal, que no está en ni en el andén, ni en la plaza, ni en el semáforo. Es a un alcalde elegido a nombre de la izquierda con quien se va a ser exigente, con toda razón, al momento de pedirle cuentas y resultados concretos en el campo social.
Si bien es cierto, el empleo no es una actividad que se pueda generar por decreto, y obedece además a factores de la macroeconomía que desbordan la competencia de un alcalde, no menos cierto es que existen acciones que incentivan y apoyan la creación de empleo y no vemos de su parte una búsqueda.
No estaría nada bien cerrar los ojos frente al terrible drama de la pobreza, pero si hemos de proponer soluciones, no busquemos el muerto río arriba. Las calles son solo el escenario resultante de nuestra injusticia social, de nuestra inequidad, de la aterradora intolerancia y de muchos otros pecados, pero no podemos convertirla en otro más.
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*En 2003 Intervine en la formulación de la política habitacional del candidato a la Alcaldía Mayor de Bogotá Eduardo Pizano de Narváez
Espere proximamente la tercera entrega de esta serie:
El gran trancón cultural | movilidad
martes 15 de agosto de 2006, 10:04 COT
Ante esta realidad sume por favor el numero de trabajadores normales paralelo a los informales y la diferencia es galactica.
La informalidad de los semaforos vende mas que muchos almacenes de marca y esos mocosos de las monedades mantinen 24 horas los sitios de las dosis personales.
Hay tantos artistas y circos de semaforos que parece imposible hablar informalidad.
Miramos mas los problemas dentro de las oficinas y sus estudios ,que en las calles.
Esa informalidad hace ricos con poco capital a los dueños de celulares o distribuidoras de dulces , chicles,flores,diarios, que cualquier legal con obligacion a la Dian.
Da tristeza de tratar de mantener la informalidad a raya mientras otros se enriquece con la misma…razon de doble moral.
martes 15 de agosto de 2006, 13:42 COT
Lo dicho: hay todo un cartel en todo esto.
sbado 2 de septiembre de 2006, 18:06 COT
Mi experiencia – poca, pero real – en el tema del Espacio Público me ha ofrecido la oportunbidad de responder parcialmente a muchas de las preguntas planteadas por el tema: claro, el tema del empleo y del subempleo es delicado y la manera en que es manejado por el DANE es, simlemente, tramposa.
Pero también es cierto que para muchos “vendedores informales” es más fácil y lucrativa esa actividad, que invade el espacio público, que deteriora las condiciones de habitabilidad y tránsito de la ciudad, que promueve el contrabando y la delincuencia, que aceptar un empleo formal medianamente bien remunerado, o que formalizar sus negocios con todo el apoyo, la asesoría y als facilidades financieras disponibles. Tristemente, en muchos casos, más que los carteles – reales y peligrosos y casi siempre disfrazados de sindicatos – el problema es de facilismo. Claro, después de todo, es uno de nuestros viejos problemas colombianos.
domingo 3 de septiembre de 2006, 08:37 COT
Mornatur: Hay una buena dosis del facilismo que anotas, sobre todo en los sitios donde el comercio informal no es muy intenso, donde no está presente entonces el cartel.
Un saludo.
domingo 7 de octubre de 2007, 11:39 COT
ESTAMOS DE ACUERDO TODO RADICA EN LA POBREZA, PERO HAY MAS SOBRE ESPACIO PUBLICO, QUE DONDE ESTAN UBICADOS LOS VENDEDORES AMBULANTES, MEGUSTARIA MEINVITARAN A SUS DEBATES PARA CONOCER UN POCO MAS Y ASI TENER CLARIDAD SOBRE UNA POLITICA SOCIAL FRENTE AL ESPACIO PUBLICO DE BOGOTA. ES NECESARIO ESTABLECER UNA POLITICA SOCIAL FRENTEA ESTOS TEMAS DE ESPACIO PUBLICO, FRENTE, A LA SEGURIDAD, Y OTYROS TEMAS GRACIAS