El extraño mundo de Lynch
¿Ar iu toquin tu mí? > ColumnasPor Carlos Vallejo
jueves 28 de junio de 2007 0:01 COT
En cierto momento de hace unos meses y después de mucho tiempo volví a soñar. Y fueron varios sueños los que me hicieron recordar a David Lynch: en ellos, muy a su estilo en películas como Autopista perdida y Mulholland Drive, comenzaba siendo un personaje y terminaba convertido en otro. Uno de ellos, para no extenderme y hablar de lo importante, era más o menos así: yo era un tipo al que acusaban de violar niños y querían encarcelar pero, después de sufrir ante la posibilidad de pasar años en la cárcel, un productor de televisión solucionaba todo como si fuera un abogado. Pero un instante después yo era un niño que estaba escapando del verdadero violador, un policía al que no se le veían los ojos y sí el bigote puntudo y que tenía un látigo larguísimo en la mano izquierda. Inquietante, como me decía una amiga hace días y como pienso hace rato, que es esa escena en la que en Mulholland Drive, durante un sueño, aparece un viejo teatro en el que una mujer no hace más que repetir en español la frase que titula este texto. Silencio, no hay banda. Silencio, no hay banda. Silencio.
Sobre David Lynch, el director de cine que por su brillante carrera se convirtió el año pasado, a sus 60, en el más joven en ser reconocido con el León de Oro Honorífico en el Festival de Cine de Venecia, donde además estrenó su último filme Inland Empire, se pueden decir tantas cosas como todas las que producen sus películas.
Porque muchas de ellas, y esto se explica en su pasado como pintor surrealista y ha sido dicho por él en muchas entrevistas, están hechas para que como si se tratara de una pintura el espectador elabore cualquier tipo de juicio a partir de su propia intuición y percepción. No en vano, cuando se estrenó Cabeza Borradora en 1977, la mejor forma en que pudo describirla un crítico fue diciendo: “es la película de un pintor”.
Y es esto lo que hace que si alguna certeza se puede tener sobre él es que se trata de uno de esos directores que pueden, a partir de su genialidad, construir mundos particulares que han hecho que la mayoría de sus películas, hasta las que se pueden catalogar como las más sencillas en términos de historia y argumento, se hayan convertido en referentes importantísimos de un cine innovador, imaginativo, oscuro y sugerente. Como dice la frase que concluye la sórdida historia de Terciopelo Azul, mientras todos en uno de los pocos momentos de tranquilidad de la película miran a un pájaro que parado en una ventana se come un insecto: “Es un mundo extraño”.
Su cine, libre de formalismos y dependiente de sus intenciones, resulta por ello poco digerible para quien sólo busca en una película la enunciación de una serie de acontecimientos, extraños o no. Y es por eso que cumple con un papel fundamental e imprescindible para este arte: el de devolverle precisamente ese valor rompiendo las estructuras más evidentes y convirtiendo en sus principales referentes, en lugar de las tramas, a las impresiones o sensaciones.
Y, como si esto fuera poco, para quienes piensan que su cine sólo puede ser de la forma mencionada, queda en evidencia su maestría cuando presenta una película que como Una historia sencilla se aleja de sus características habituales y demuestra que también dentro de su universo caben las historias que tienen justamente la característica que se enuncia en ése título.
Estamos ante uno de esos genios que pocas veces aparecen, de esos sobre el que las palabras nunca alcanzan y cuyo mundo encuentra su mejor definición en la palabra extraño. Para la muestra, esta declaración:
"Creo que era un chico completamente normal. Por supuesto, a todos nos gusta pensar que uno es diferente y único. Tuve una infancia feliz, sin demasiados problemas. Pero los chicos tienen los sentidos particularmente alertas, los ojos muy abiertos, las orejas muy atentas, y el mundo les manda una catarata de informaciones y sensaciones. Agrandado por la imaginación de un niño, un pequeño acontecimiento puede convertirse en la más bella o la más horrible de las historias. Cuando era chico esta percepción de las cosas podía ser formidable, pero, al mismo tiempo, turbadora e inquietante. Por ejemplo, poder entrar a una casa y, sin buscar nada en particular, sin imaginarte nada de nada, sentir que hay algo raro en esa casa: como una nube malvada que flota en el aire y te indica de manera confusa que en esa casa algo anda mal. Hay gente adulta, todo parece normal, pero sientes que hay algo escondido, que en la casa reina un cierto malestar subterráneo que los que viven ahí no quieren que los demás vean. En mi casa todo era muy tranquilo, muy normal. Mis padres nunca se pelearon, hasta tal punto que a veces hasta me habría gustado que se pelearan un poco, que hubiera en la casa un poco de movimiento. Pero jamás pasó nada. Nuestra casa era un lugar sólido, estable, tranquilizador. Quizá cuando desde el principio se posee una estabilidad tan grande, un fundamento bien sólido, uno se encuentra más inclinado a salir de sí mismo. Mientras que si uno crece en la inseguridad, después busca desesperadamente la seguridad, sin arriesgarse tanto. Desde ese punto de vista, creo que tuve suerte”.
Y también por esto, que me parece lo máximo:
"Mi madre se negó a darme libros para colorear cuando era niño. Probablemente me haya salvado, porque si lo piensas, lo que hace un libro para colorear es destruir completamente la creatividad".
jueves 28 de junio de 2007, 19:49 COT
Y usted que piensa de Inland Empire?
viernes 29 de junio de 2007, 15:06 COT
No, es que acá todavía no llega.
mircoles 4 de julio de 2007, 19:39 COT
Ah, ese lynch es muy bueno. Una de las razones para que valga la pena esforzarse por ver esas películas sin convencionalismos que hace él, es que el esfuerzo se debe a eso, a que nuestros moldes no sirven en ese mundo oscuro y extraño. Un ejercicio que nunca está de más, eso de percibir sin muletas.
Curiosamente, por ahí dicen que es una influencia moralmente devastadora, lo que se dice un caballo de troya moral con decoración vanguardista. Es un mundo extraño.
jueves 5 de julio de 2007, 14:30 COT
Lynch no es un excelente director, es un excelente artista, un hombre que tiene muy claro para qué la humanidad creó algo como las artes.
Esas cataratas de las que él habla no permiten digerir sus obras, que de hecho para algunos son muy aburridas, ni mucho menos entenderlo a él. Gente que ama lo predecible y que cree que una película fue provechosa porque la entendiste… que, por ejemplo, debes tener una lista de claves en tus manos para poder llevar el hilo de Mulholland Drive.
Qué inquietante no?