Bergman y Antonioni, simples obituarios pretenciosos
¿Ar iu toquin tu mí? > Columnas Por: Carlos Vallejo3 dAmerica/Bogota Agosto dAmerica/Bogota 2007 18:37 COT
Sí, se murieron Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni, el sueco y el italiano que se convirtieron en dos indiscutibles del séptimo arte. El problema es que ha pasado un buen rato, ya todo el mundo escribió sobre el asunto y no sé si tiene mucho sentido –aunque a quienes manejan este medio seguramente les gustaría– contar lo ya contado, hablar de algunos filmes, espetar pretensiones como que “fueron directores que representaron en sus películas las angustias y las crisis del hombre contemporáneo” y datos inútiles como que el primero nació en 1918 y el segundo en 1912, enumerar en una parrafada llena de años entre paréntesis ambas filmografías, pontificar sobre la visión trágica del sueco y el alejamiento del neorrealismo del italiano. Así que, en lugar de ello, voy a hablar de un par de vainas que tal vez, en medio de la fiebre periodística, no se han dicho. Y que me pueden llevar, como a cierto columnista de aquí mismo, a tomar Prozac para superar su amargura. Porque sí, lo que voy a escribir puede que ponga en evidencia mi amargura, porque sí, tengo un problema: que muchos, con sensibilidad de cineclubista sempiterno que programa ciclos de ambos directores una y otra y otra vez, como La noche de los lápices o El imperio de los sentidos, y apegados a fatalismos ridículos y fáciles análisis, han dicho cosas como que el cine se acabó. ¡Qué se va a haber acabado! ¡Los que se murieron eran un par de viejos que se murieron como todos los viejos, como se muere cualquiera, porque la gente se muere! Y ya, sus películas están ahí, obras inigualables como Persona de Bergman o Blow Up de Antonioni (la que es basada en Las babas del diablo, el cuento de Cortázar), se consiguen hasta en Blockbuster.