El estilo personal de administrar
Columnas > La política en taconesPor Pilar Ramírez
mircoles 9 de marzo de 2011 7:44 COT
Estamos en una época de cambios. Podemos esperar casi todo. Vemos caer regímenes autoritarios que parecían perfectamente blindados por la docilidad de los gobernados; la ansiada alternancia que teníamos colocada como un sueño en el horizonte llegó para regocijo de unos y desilusión de otros, pero llegó para demostrarnos que es posible; un afroamericano alcanzó la presidencia en Estados Unidos y una adineradísima socialité estuvo encarcelada por conducir ebria.
Los cambios suceden tan rápido que nos asombran con hechos inesperados. No resultaría extraño que el diputado Fernández Noroña se comportara serenamente en lo que resta de la LXI Legislatura, que el secretario de Hacienda logre vivir holgadamente con seis mil pesos, que el PRD solucione definitivamente sus diferencias, que a Mafalda le guste secretamente la sopa, que haya un acuerdo entre el Correcaminos y el Coyote para que éste pronto lo alcance o que a Garu le fallen los escapes ninjas y Pucca pueda besarlo a sus anchas. Sin embargo, sexenios van y sexenios vienen, se va un partido y llega otro, y lo único que no cambia es el poder embriagante del poder.
Cada vez que comienza una administración federal, estatal o municipal se abre un espacio de incertidumbre acerca de quién llegará a los cargos, o como serán los que asumen cargos de elección popular. A la duda, se une muchas veces la esperanza de que las cosas sean diferentes y mejores, pero no siempre es así o quizá se deba a que las expectativas siempre son más altas que la realidad.
Lo cierto es que los arranques de las administraciones se llenan de una grey variopinta que va imponiendo un estilo para ejercer la autoridad, pero, como humanos que somos, hay similitudes que permiten intentar una tipología:
Los fundadores.- Son los funcionarios que reinventan el mundo. La vida educativa, de la salud, la agricultura, la justicia o el ámbito donde les toca ejercer existe a partir de ellos. Eliminan todos los proyectos anteriores que pueden, especialmente si están bien realizados y les “hacen sombra” para “imprimir su sello”. Generalmente, son los que tienen aspiraciones a cargos de mayor rango, por ello, la mitad del tiempo que permanecen en el puesto lo consumen en “dejar huella”, en “imponer estilo”.
Los versátiles.- Esta especie de funcionario, antes llamado por el vulgo “milusos”, es la que ha pasado por una gran cantidad de áreas. Un sexenio sabe de asistencia social, el siguiente de cultura, al otro de educación y el que viene de construcción de carreteras. Estos servidores públicos se vuelven profesionales del ejercicio público, han desarrollado un lenguaje burocrático que se adapta a todas las circunstancias y con él van sorteando los problemas que enfrentan sus áreas. No es difícil ver que al término de su gestión las instituciones están, si les fue bien, en el mismo punto en que las tomaron.
Los sinceros.- Este tipo de funcionario es raro, pero también existe; son los que admiten no saber nada del encargo que se les dio y apelan a la buena voluntad, profesionalismo o amor a la camiseta de los subalternos para “sacar al buey de la barranca”. Suelen ser lo que se llama “compromiso político”, es decir, los que hicieron méritos para conseguir el puesto y no les puede ser negado o son muy amigos de otro que hizo todavía más méritos.
Los inaccesibles.- En este subgrupo no se cree en el populismo. Son el arquetipo de la clase elegida que se rodea de una atmósfera de inaccesibilidad. Cualquier acercamiento ciudadano o de los subalternos pasa por rigurosos filtros de secretarias, particulares o asesores. Estos funcionarios pierden terrenalidad porque no se permiten el roce con la plebe y, cuando lo hacen, exhiben muy malas maneras para dejar en claro quien tiene la autoridad.
Los “yuppies”.- Los “young urban professional” o “yuppies” estuvieron muy de moda en Estados Unidos hace más de veinte años. El término designa, con un dejo despectivo, a los directivos o ejecutivos jóvenes, recién egresados de ciertas universidades, bien vestidos y altamente tecnologizados . Para darle la razón a Carlos Fuentes en eso de que América Latina siempre llega tarde al banquete de la civilización, hoy abundan en nuestro país versiones región cuatro de los “jóvenes profesionales urbanos” en los cargos públicos. Se distinguen por haber estudiado un posgrado en universidades del extranjero —a los que no se les da el inglés, en universidades españolas—, son inseparables de sus ipad, sus blackberry y sus ideas gerenciales, pues están absolutamente convencidos de que el fracaso de las oficinas públicas radica en no manejarlas como una empresa. Hacen “benchmarking” para definir sus metas, realizan análisis “stakeholder” para identificar a sus aliados y la sociedad a la que deben servir es su “clienta”. Los que no logran establecer un punto medio, son cooptados rápidamente por la realpolitk mexicana a la primera licitación o al reto de atender todas las necesidades con la asignación presupuestal de su institución.
Como siempre, los modelos no existen en forma pura y en la administración pública encontramos combinaciones de estas especies que no responden a una tipología científica sino a una larga observación del ejercicio del poder. “En un sistema presidencialista sin límites, los defectos personales del jefe del Ejecutivo se vuelven características del sistema mismo y se amplían y multiplican hasta afectar la vida misma de la sociedad” señaló Lorenzo Meyer como tesis central del libro El estilo personal de gobernar de Daniel Cosío Villegas, en un excelente artículo publicado por la revista Letras Libres hace diez años con motivo del 25 aniversario de la muerte del politólogo, quien analiza en ese libro la administración echeverrista.
Ese presidencialismo, entendido en su forma más simple como la concentración del poder en una sola persona, se replica en casi todos los ámbitos de la esfera pública. Casi cualquier oficina gubernamental pende del estilo, los gustos y hasta el humor de quien ejerce el cargo de mayor rango, a tal extremo que se trabaja en función de ellos y poco en relación con las necesidades, pendientes y reclamos de la ciudadanía.
ramirez.pilar@gmail.com
mircoles 9 de marzo de 2011, 11:02 COT
Cambiar los estilos de administración es un asunto cultural, pero es necesario que exista la preeminencia de la ciudadanía, de la comunidad por encima de cualquier estilo administrativo.