Chiquilladas
Columnas > La política en taconesPor Pilar Ramírez
jueves 14 de febrero de 2008 15:33 COT
El 30 de enero pasado, el Congreso Estatal de Veracruz aprobó la Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. La relevancia del hecho quedó un tanto opacada porque ese mismo día se discutió en el pleno del Congreso la iniciativa para que tres diputados independientes pudiesen formar una “minibancada”, grupo al que también le llaman la “chiquillada” como se comenzó a denominar desde hace varios años a las representaciones de los partidos minoritarios.
La verdadera chiquillada consistió en los pleitos de muy dudoso nivel que sostuvieron los representantes tanto de los partidos mayoritarios como los tres independientes, con lo cual se llevaron la nota. A medida que se alargaba la sesión con el debate sobre la “minibancada”, los oradores se disculpaban por retrasar la discusión de la ley sobre mujeres y acto seguido hacían gala de las más primitivas técnicas de pugilismo verbal para beneplácito de muchos colegas comunicadores que, con ello, habían, conseguido “La Nota”. Ni modo, hay que admitir que los medios viven del conflicto, entre más encendido más noticioso. La aprobación de la Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia sólo mereció, en general, notas secundarias o menciones menores, “la colearon” como se dice en el argot periodístico, no ocupó las primeras planas.
Esto quizá reduce la difusión sobre la existencia de la ley, pero no le resta importancia al hecho de que Veracruz se sume a las entidades que ya cuentan con leyes similares, después de que surgió la norma general.
¿Qué sigue? Llevar a la práctica la disposición jurídica. Se dice fácil, pero no se trata exclusivamente de hacer cumplir la ley, se trata de revertir varios siglos de machismo de Estado como bien lo llama Francesca Gargallo, de esa conducta en contra de las mujeres que se encuentra inoculada bajo la piel de hombres y también de mujeres. Allí están algunas tristes estadísticas del INEGI para mostrarlo: para 1999, 28% de las mujeres y el 21% de los hombres percibían que el “hombre de la casa” nunca cuida de los niños, el 42% y el 35% respectivamente de mujeres y hombres declaró que dicho “hombre de la casa” nunca cocina, los porcentajes suben a 47% y 36% respecto de lavar trastes y de 66% y 60% si se trata de lavar y planchar. Es aún más inquietante que el 23% de mujeres y 32% de hombres con escolaridad de secundaria y superior hayan opinado que si la mujer gana más dinero que el hombre le pierde el respeto; estos porcentajes se elevan a medida que disminuye el nivel de instrucción, al igual que sucede a medida que los encuestados son de mayor edad. Por otra parte, en porcentajes que fluctúan entre 7% y 15% hombres y mujeres justifican pegarle a una mujer cuando es necesario corregirla, cuando ella pega, si falta al respeto o cuando, según ellos, hay una causa que lo justifique.
Quizá la violencia física sea la expresión más evidente de la agresión hacia las mujeres y por ello su erradicación encuentre caminos reguladores y de procedimientos más tangibles también.
La violencia económica constituye un problema más complejo debido a que la subordinación económica ha sido el sustento de la marginalidad de las mujeres. La complejidad se debe a que trata de un tipo de violencia que subsiste y convive con un discurso e instituciones que en apariencia buscan la equidad. Pero, la violencia económica la experimentan miles y miles de mujeres que viven en pareja con hombres que hacen sentir su poder con el manejo, limitación y supervisión estrecha del dinero, muchos se escudan en el cuidado de la economía familiar, pero son legión aquellos que pueden gastar en una noche de bar, en accesorios para su auto o en boletos para espectáculos deportivos lo mismo que invierten en seis meses para la ropa de la familia completa. Una gran cantidad de mujeres que ya no viven en pareja por abandono o por divorcio viven la violencia económica de peor manera. La mayoría de los hombres han formado un segundo hogar o relación que les produce amnesia respecto de las necesidades del primero. No importa el nivel socioeconómico, según sea éste, le pueden negar a la primera familia alimentos, pago de luz, de teléfono, de colegiaturas, de viajes. Los bienes y las necesidades cambian, pero siempre está presente el poder que confiere decidir la vida de otros gracias a la fortaleza económica.
En el plano cultural, la reeducación será un proceso paulatino, quizá lento, en el que no faltarán los retrocesos, pues no es tarea fácil desmontar la mentalidad patriarcal que aparece, a veces, hasta inocente o veladamente. Muchas mujeres son víctimas de una especie de violencia simbólica –no tipificada en la ley- pero con una corporeidad inequívoca, cuando socialmente se considera válido dar prioridad no sólo a hombres sino a otras mujeres, no por competencia sino por apariencia; cuando, en la mezquindad de la disputa burocrática cotidiana los mejores muebles, instrumentos de trabajo u oportunidades laborales se sortean con puntajes de juventud y belleza y, peor aún, cuando son las propias mujeres las que justifican su victimización.
Para hacerse realidad, las leyes a favor de las mujeres necesitan militantes de todo tipo y actividad social, no chiquilladas.
ramirez.pilar[arroba]gmail[punto]com