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1851, folletín de cabo roto: la novela de la historia

Columnas > Las torres de Tanelorn
Por

viernes 20 de abril de 2007 13:19 COT

(Artículo de Adalberto Agudelo Duque, invitado por Mornatur Arquénoro)

Portada del libro

"Amable lector: so pena de caer en las maliciosas erudiciones propias de la época permítame explicar el teatro de los acontecimientos que sirven de numen a la brillante cabeza de Octavio Escobar Giraldo: 1.851, Folletín de cabo roto promete ser un hito importante en la narrativa colombiana. Primero porque es una auténtica novela de historia y segundo porque es  técnicamente perfecta. Octavio Escobar asumió como suyo el aforisma de que las mejores novelas de historia se escriben cien años después de cien años cuando es posible reunir documentos, leyendas y tradiciones familiares para entender los acontecimientos que marcan las rutas de una región, incluso de un país. Nada es azar o contingencia. Todo es origen y destino, principio y fin. Por eso, La Historia es una cadena de historietas que solo tienen sentido si se arma eslabón por eslabón para entenderla. El acierto del título, 1851, es que relieva una verdad poco conocida y menos que poco difundida: los trabajos de Bolívar y el séquito de traidores a su causa hicieron crisis este año. José Hilario López y el partido que lo llevó al poder son conscientes de que la anhelada y batallada independencia fue un espejismo. Las tierras son aún propiedad de españoles o de concesiones de reyes y virreyes; la educación sigue en poder de jesuitas, franciscanos y dominicos y por consiguiente el poder real lo ejercen generales y coroneles aliados con la iglesia. El mismo ejército patriota había luchado contra otro ejército realista que de tales no tuvieron sino el nombre. Mercenarios los unos y los otros quedaron sin trabajo el 7 de agosto de 1819. Hermanos los unos de los otros notaron pronto que no tenían nada: tierra, identidad, principios eran privilegios de aquellos por quienes lucharon o a quienes combatieron. Sin más armas que las manos y sin más sueños que los amplios horizontes de tierras baldías se dispersaron a lo largo y ancho del territorio para reclamar por el trabajo lo que los dueños abandonaron secularmente por desidia. Aunque es así en toda la federación, el Sur de Antioquia es el lugar narrativo, en esta obra de Escobar Giraldo, donde estalla el conflicto entre los campesinos y los amos de la tierra.

No se trataría aquí de una novela de colonización. La colonización ya está en marcha, casi hecha: abras, rastrojos y cultivos; caminos, rutas y puentes; fondas, caseríos y parroquias aparecen sustanciados en mapas y memorias. El problema es darles nombres, batallar por su reconocimiento, amurallarlos, defenderlos, amarlos. Es, en cambio sí, una extraordinaria obra de la violencia y la guerra. La banda de hampones que organiza y arma Elías González instaura un régimen de terror mucho mas efectivo que hoy: asaltan caminos, asesinan finqueros; matan perros, gallinas, vacas, caballos; incendian cultivos y ranchos. No importan mujeres en embarazo, niños de pecho, ancianos desvalidos. ¿Qué defienden los Gonzalez, Salazar y Cía.? Una herencia de dudosa legitimidad, una concesión otorgada por cédula real a un tal José María Aranzazu quien nunca supo qué tenía, un globo inmenso de terreno que no conoció siquiera de lejos. Tantos crímenes, tamañas tropelías “se resuelven” en 1848 con un decreto de Mosquera: “…la tierra es para el que la trabaja hasta una extensión de sesenta fanegadas…” José Hilario López la amplía tres años más tarde: “… la tierra es para el que la trabaja hasta una extensión de doce fanegadas si está en la orilla de los caminos…” Por supuesto los terratenientes se rebelan, arman batallones y declaran la guerra. Lo paradójico es que el Sur de Antioquia, beneficiario de estas leyes, hace causa común con los rebeldes y presenta batalla el siete de septiembre de 1851 en las vecindades de Abejorral lugar propicio para el desenlace que el autor planea.

Estos acontecimientos desatan la historia de Juan Escobar, especie de caballero andante, minero, buscador de oro y de problemas que trasiega los caminos entre Abejorral y Neira, Salamina y Medellín. Manizales y Marmato son apenas referencias obligadas. Eulalia, su mula, no traspasa las orillas del Cauca o el Guacaica por razones que el novelista ni explica ni sugiere amarrado tal  vez por cierta forma hipotextual que remite al capítulo octavo de El Quijote.

Ahora, queridísimo amigo, deseo concentrarme en uno de los temas más fascinantes de la literatura como lo es el de las técnicas, recursos y herramientas de que se valen los escritores para sus producciones: lo primero que salta a la vista es el universo narrativo: 1851 es igual a 1951 con su estigma de pájaros, chulavitas y terror. Podría ser también 2007 como para demostrar que el conflicto es de tierras, injusticia social y desplazamientos. El Sur de Antioquia es el país y Salamina la capital.  Del centenar de libros leídos, Escobar ha logrado armar un espacio, ha entendido la leyenda de la colonización, ha percibido la perversidad de La Historia en su mentira política. Pero también encuentra un problema. Y bien grande: ¿cómo contar los avatares de Juan Escobar sin caer en los lugares comunes del héroe y el mártir? ¿Qué  decir de los eventos sin caer en calificaciones maniqueas que estigmatizan lo rojo, azul o ateo? ¿Cómo eludir los costumbrismos sonsonetudos y desabridos? Y entonces, lector inteligente y memorioso, recuerda que el folletín es el medio más eficaz para la publicación de narrativa precisamente en la época que lo ocupa.

A finales del siglo XIX y principios del XX no  hay editoriales interesadas en novela o cuento. Son los periódicos de grandes tirajes las empresas que impulsan el género. Contratan, léase encadenan, a los escritores de renombre para que produzcan largas zagas publicables por entregas. En doce meses, entregas, Octavio Escobar cuenta docientos años -o trescientos- de la historia que arranca en 1754 con la Concesión Aranzazu. Y entonces el folletín plantea otros retos: debe mantener el interés, los argumentos crecerán en tensión y velocidad y, cada mes, cada semana, hará un resumen juicioso y condimentado en el desarrollo de los temas. Se valdrá de preguntas que conciten la curiosidad. Propondrá acertijos para que los consumidores participen en la escritura, sugieran desenlaces,  alternativas o tomen partido por tal o cual personaje. Esto exige de los autores un contacto nada usual con los lectores: resumen, anuncian, explican, glosan, hacen del lector un compinche al que guían, página a página, por los vericuetos de la narración. Aun los horóscopos cumplen una doble función en este Folletín de cabo roto que nos regala Octavio: sugieren el diseño editorial y eximen al autor de retratos y semblanzas etopéyicas.

Concebida como una revista de variedades, Escobar se regodea en la novela con glosarios, apuntes de medicina tradicional, dichos y refranes, fórmulas, explicaciones toponímicas, zoonímicas y topográficas. Y va más allá: la transcripción de documentos auténticos nos dice, caro lector, que la novela no es creación pura sino pura historia, no está inventando nada. El thriller romántico es solo un pretexto. Aquí La Historia se hace novela por la imaginación pero la novela gana en verosimilitud por La Historia. La Historia se hace carne en Juan Escobar pero Juan Escobar es real en La Historia porque no es héroe, ni mártir, ni villano. Ni siquiera notable. No pasó a la memoria colectiva por hechos extraordinarios. Es del pueblo. Común y corriente. Un veedor de acontecimientos que busca a su padre en las vueltas y revueltas tormentosas de caminos y eventos. Novela de aventuras a Juan Escobar no le falta sino su séquito de rufianes y filibusteros para buscar algún tesoro marcado en el mapa Parsons. Guión para película policíaca plantea un principio y deja un final abierto, cabo roto del folletín, para el estudio de sociólogos y politólogos. Novela de vaqueros, el conflicto personaje-antagonista lo resuelve la ley del Guacaica en un duelo en el cual a falta de pistolas buenos son machetes.

Y, por supuesto, usted, lector acucioso, se preguntará si el universo narrativo se compone solo de lugar, tiempo y evento. En este caso y en este orden de ideas, Sur de Antioquia, doscientos años y dificultades de los moradores del entorno que nos ocupa. Claro que no.  Las narrativas las actúan los hombres, los personajes. 1851, Folletín de cabo roto nos depara otra sorpresa: en la búsqueda deliberada de la universalidad, Octavio había optado por nombres extraños al medio que aquí resuelve con la enseñanza de los grandes maestros: la universalidad se encuentra en el patio de la casa. Tony Flowers, Mónica Pont, Saide, Lilyan P. Rivers se transforman en Juan Escobar, Serafina, Pablo Arango, Las Duque, nombres y apellidos tan familiares que la novela parece entresacada de un álbum de fotografías, idea que se refuerza con el acierto de la carátula: Juan Escobar, atuendado al mejor estilo dominguero del campesino medio, mira de soslayo y nerviosamente la lente de la cámara. Se ve fuerte y agraciado, bien dotado  para las faenas del campo y de la cama y aunque la lectura superficial de la cubierta prometiera otra historieta costumbrista, no es así. Octavio Escobar utiliza una argucia inteligente y eficaz: transcribe el juego de la pijaraña no como juego jugado sino como juego de oídas: el personaje oye un coro de niños que canta y desarrolla la charada porque la necesita al final para atar los cabos rotos del folletín con una variable que denuncia lo infantil de la guerra y anticipa el agotamiento narrativo.

Hay además otra faceta. Usted, compinche amigo que me lee, y yo, estamos seguros de que el autor sonreirá si mencionamos a Marcial La Fuente Estefanía, Keith Luger o Clark Carrados. Los romances de caubois nos enseñaron una fórmula infalible para contar historias: un forastero arriba a un pueblo polvoriento perdido en el lejano sur o en el lejano oeste. Su primer contacto con los habitantes será un enfrentamiento a puño o pistola en el bar, la casa de las bailarinas o el casino. Será testigo del poder de las bandas de hampones protegidos por un senador, un hacendado, un candidato a alguacil o el alguacil mismo. Al margen de los hechos, no tomará partido si no se meten con él pero la historieta ganará su clímax si el forastero se enamora de alguna viuda adinerada que defiende honor  y hacienda de la voracidad y el asedio de los amos del vecindario. El conflicto se resolverá en un duelo a pistola, puño o cuchillo. El forastero siempre gana y se queda con viuda, hacienda y poder. 1851, Folletín de cabo roto está montada sobre esta estructura. Acierto indiscutible, la obra se adoba con otros ingredientes: precisión del lenguaje a veces parco, limitación del entorno y de los personajes, intertextualidad bajo control: no hay acciones innecesarias ni descripciones poéticas. Incluso Juan Escobar puede ser un personaje opaco pero esa opacidad se justifica porque lo importante en la obra no es el carácter épico de los eventos sino la vida cotidiana de los habitantes sujetos a presiones que deben resolver por la ley, la resistencia y el coraje.

1851, Folletín de cabo roto es pues el resultado de una intensa y extensa preparación: algo hay de folletín en Tony Flowers y mucho de guión cinematográfico en Saide. Deudor de Piglia, Adoum y Papini, le funcionan bien el humor negro, el eroticismo, la ironía y hasta cierta excentricidad eruditista. Pero sobre todo, la capacidad para armar el artefacto.


Glosario

Artefacto: m. Aparato, mecanismo. (sinón. V. Máquina.) En literatura, libro armado como un mecanismo, objeto lúdico en el cual es importante el libro como objeto de manipulación y como objeto de lectura. El libro 1851, Folletín de cabo roto, es un personaje en sí mismo. Rayuela, de Cortázar, es uno de mis mejores ejemplos. No me niego a la tentación de nombrar dos de mis títulos: De rumba corrida y Reloj de luna son  artefactos.

Atuendado. Del verbo atuendar, del sustantivo atuendo: m. Vestido, atavío. También aparato, pompa.

Eroticista. No existe en ningún diccionario. Me gusta usarlo como “…aquél que estudia el erotismo, lo erótico…”

Adalberto Agudelo Duque."

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6 comentarios a la entrada “1851, folletín de cabo roto: la novela de la historia”

  1. Markota
    viernes 20 de abril de 2007, 15:07 COT
    1

    Mornatur, después de leer este completo análisis de 1851, Folletín de cabo roto me quedan unas enormes ganas de comprar el libro y leerlo. Veo que conoces íntimamente esta novela, casi como si hubieras asistido a su proceso creativo: “en la búsqueda deliberada de la universalidad, Octavio había optado por nombres extraños al medio que aquí resuelve con la enseñanza de los grandes maestros: la universalidad se encuentra en el patio de la casa. Tony Flowers, Mónica Pont, Saide, Lilyan P. Rivers se transforman en Juan Escobar, Serafina, Pablo Arango, Las Duque, nombres y apellidos tan familiares que la novela parece entresacada de un álbum de fotografías,…”.
    También veo que le das una alta calificación en cuanto a técnica y a la calidad de auténtica novela histórica. Siento curiosidad por leerla. Cuando lo haya hecho, vengo hasta aquí y te lo cuento.
    Un abrazo.

  2. Mornatur
    viernes 20 de abril de 2007, 15:23 COT
    2

    Gracias por el comentario, Markota, que, además, me da una excelente oportunidad de aclarar un ligero malentendido provocado por mi propia falta de claridad. El artículo en cuestión es autoría del escritor manizaleño Adalberto Agudelo Duque, sobre el que yo mismo hablé en la anterior instancia de Las Torres de Tanelorn.

    De otro lado, estoy perfectamente de acuerdo con las apreciaciones del autor; lejos de ser un conocedor de la obra de Octavio Escobar Giraldo, he tenido acceso, sin embargo, a algunas de sus obras – amén de la presente – lo que me ofrece una amplia perspectiva de su estilo y su técnica, más apropiada – desde mi humilde punto de vista – para la novela (1851, El Último Diario de Tony Flowers, Saide) que para el cuento (La lámina más difícil del álbum, De música ligera).

    Más allá difícilmente puedo simplemente reiterar las afirmaciones de Agudelo Duque – lo que no aportaría nada nuevo – u oponerme a ellas – con lo cual incurriría en el pecado de la soberbia.

  3. Markota
    viernes 20 de abril de 2007, 17:56 COT
    3

    Listo Mornatur, qué bien que haces la aclaración. Son gajes del oficio. Igual, lo leeré y te comentaré mis impresiones.
    Un abrazo.

  4. lully
    sbado 21 de abril de 2007, 12:24 COT
    4

    Señor Mornatur, le extiendo mi mano:

    Exquisita recomendación, hasta el punto de que quienes la leamos nos interesemos en serio por saber de esa novela. Eres cautivador con tus letras, eso es innegable. Me adentraste en la historia y en los sucesos que la rodean, y hasta estuve por el Sur de Antioquia y Manizales. Mornatur, pretendía salir de compras ya pero me detuve para degustar tu loable entrada y conocer cuál era el hito que mencionabas y, entre más leía más quería saber. Octavio Escobar Giraldo, nuevo escritor en mi lista personal y 1851 Folletín de Cabo Roto, una de mis próximas lecturas (bueno, cuando termine los dos libros que están en turno).

    Estaba extrañada con la palabra eroticismo y cuando finalicé me encontré con tu toque personal en el glosario, ¡bien hecho!! Como dije en mi post sobre lenguaje erótico al desnudo, ¡el idioma lo hacemos nosotros!
    (Me tomo el atrevimiento de ensayar estos xhtml a ver si me salen)

    ¡Un abrazo afectuoso con aires otoñales desde Medellín!

  5. 1851 Folletín de cabo roto « Legado Antioquia
    lunes 6 de septiembre de 2010, 15:16 COT
    5

    […]  http://equinoxio.org/columnas/1851-folletin-de-cabo-roto-la-novela-de-la-historia-1212/ […]

  6. Manizales, beso tu nombre… « Señor Obscuro
    sbado 6 de noviembre de 2010, 17:30 COT
    6

    […] 1851: Folletín de cabo roto, novela de Octavio Escobar Giraldo, analizada por Adalberto Agudelo Duq… […]



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