Bogotá: la maldición de la no movilidad
Columnas > Economía Por: Julián Rosero Navarrete4 dAmerica/Bogota Marzo dAmerica/Bogota 2014 13:08 COT
Manifestaciones tras colapso del sistema Transmilenio, Estación General Santander (Avenida NQS), 4 de marzo de 2014 (Foto original: Sandra González Franco).
En tiempos de revocatoria, destitución y la desgracia de una posible interinidad, surge ante los ojos de los ciudadanos el eterno problema de la ciudad: la movilidad. Hace unos días, el diario El Tiempo publicó un artículo que hacía alusión a la falta de planeación de la ciudad; cómo quienes se encargaron de diseñarla, en aras de traer un falso progreso y crecimiento urbano, decidieron trazar avenidas rectas y planas como la apariencia gris y tosca que luego proyectaron, llevándose por delante monumentos y finos espacios arquitectónicos. Como enuncia el artículo, Bogotá fue demolida una y otra vez, volviéndola así la ciudad de “ensayo y error”, y llevando a erigir el leviatán urbano que es el día de hoy.
Claramente, esa fue la filosofía, el trasfondo de esta urbe: un completo caos de cemento que redundó en la imposibilidad de pensar una ciudad en crecimiento, una metrópoli, en volver habitable el conglomerado urbano más importante del país. A nadie se le ocurrió hace varias décadas que la ciudad capital, entrado el siglo XXI, iba a contar con más de 8 millones de habitantes, con una población flotante de más de 10 millones y con una densidad poblacional que, si se excluye la localidad de Sumapaz, supera los 15.000 habitantes por kilómetro cuadrado. Y fue esa miopía la que llevó a que ciertos académicos en la década de 1970, desde un prestigioso think thank que es irrelevante nombrar, propusieran gastar recursos para demostrar que no valía la pena usar fuentes del erario para construir un metro. Que el sistema existente ya era por sí eficiente y, pues, no requería tal inversión. Que se gastara esa platica en otros menesteres. Así pues, el monstruo de ciudad que se venía se quedó sin una solución estructural para el problema del transporte masivo.
El problema del metro ha estado en el debate público desde entonces. Esta ciudad, por la cantidad de habitantes que tiene y su densidad poblacional, necesita todo un sistema integrado de transporte: metro, buses articulados, buses urbanos tipo SITP, trenes de cercanías, ciclorutas, etc. Sin embargo, a lo largo de las últimas décadas tan solo se han formulado soluciones cortoplacistas: desde la troncal de la Caracas (luego un nido de delincuencia) hasta el afamado Transmilenio (al borde siempre del colapso). Y es tal la visión de “ensayo y error” que quien impulsó el proyecto Transmilenio, con tal de entregar rápido la obra la ciudadanía, aceptó una infraestructura incompatible con los suelos de la ciudad, que llevaría a un imparable reparo de las losas que la conforman. Esto, claramente, ha costado miles de millones de pesos al erario distrital. A los bogotanos les ha costado mucho dinero esa falta de visión. Alguna vez, cuando un experto extranjero en alguno de los tantos foros que se ha hecho sobre el tema cuestionó por qué no se había encaminado todos los esfuerzos financieros en Bogotá para la construcción de un metro y un sistema integrado, algún experto del peñalosismo le respondió que un sistema así era como un Rolls Royce y pues, que solo había dinero para un “Mazdita”. La respuesta del experto redundó en que ese es el problema de los latinoamericanos: que ven la política pública en temas de mejora en movilidad como si fuera un lujo y no como la necesidad que es.
Hoy por hoy, el sistema Transmilenio sigue al borde del colapso y las soluciones alternativas aún no responden a la demanda que tiene la urbe. La ciudadanía constantemente hace manifestaciones para exponer el descontento y cada vez más surge una ciudad con una movilidad imposible. Y no es del todo culpa de los gobiernos socialistas de Petro y Lucho, ni de la mediocre visión de ciudad de Samuel o Peñalosa: es la ausencia de un pacto social, de un acuerdo último y total sobre la movilidad como algo esencial. Es culpa de la ausencia de voluntad política, no solo de los cabildantes y el ejecutivo distrital sino también de la falta de compromiso de empresarios, organizaciones ciudadanas, de la sociedad en su conjunto, para encaminar una solución estructural al problema.
Finalmente, cabe señalar que si nunca se da un pacto social por la movilidad y no se instituye la voluntad política para lograrla, como menciona el artículo antes citado, Bogotá continuaría siendo un “sueño de ciudad inconcluso”, un “juego inmemorial de piezas intercambiables” que, en comparación a las grandes urbes, no sería más que un gigante amorfo y amotriz, con millones de transeúntes que nunca se pusieron de acuerdo para enderezarla.