Los titulares deportivos y las portadas históricas de los principales medios deportivos del mundo estarán siempre destinados a los grandes deportistas, a aquellos que en su disciplinan dan el paso decisivo para la obtención de un logro, llámese éste un campeonato o una clasificación a una instancia superior, pero poco o nada harán mención de aquellos que comparten el esfuerzo de las estrellas y que tal vez sin ellos aquel gol o llegada a la meta hubiera sido imposible.

Entrenan, se preparan física y mentalmente para afrontar cada jornada deportiva, se mueven de un lado a otro en canchas y pistas, tratan de obedecer las reglas de juego, pero nunca ganan. Por el contrario, siempre pierden. No tienen simpatizantes. Cuando hacen las cosas bien, pasan desapercibidos, pero cuando fallan, son el objetivo central de la ira de los aficionados y del veneno de los comentaristas. Aquellos personajes, otrora vestidos de negro en el caso del fútbol, o ataviados con algún ropaje sobrio que denotara neutralidad, en los demás deportes, son parte fundamental en el desarrollo de cualquier disciplina física.

El fracaso de la Selección Colombia Sub 20 dirigida por Eduardo Lara en el Juventud de América, Paraguay 2007, parece corroborar una vez más una norma implícita según la cual nuestros combinados nacionales y los clubes profesionales son incapaces de obtener títulos fuera del país. ¿Por qué nos cuesta tanto ganar afuera? ¿Acaso cogemos un avión y se nos olvida jugar bien?

En esta insoportable época del año en la que las revistas y los periódicos vienen flacos, y en donde, para colmo de males, no hay campeonato de fútbol profesional en Colombia, es más que justo decir que los torneos amistosos son una bendición.

En contraste con lo sucedido en deportes como el fútbol, Maria Luisa Calle y Cecilia “La Chechi” Baena fueron las deportistas que más prestigio le dieron a Colombia durante el año. Las dos practican no precisamente los deportes más populares del país -ciclismo en pista y patinaje, respectivamente-, pero sus méritos son innegables.

¡Cómo hemos cambiado! Con la llegada de las barras, el espectáculo del fútbol ganó en cuanto a vistosidad, puesto que el golpe de vista que produce la parafernalia es espectacular, además de crearse ambiente de fiesta y colorido que antes no existía. Pero junto a ello llegaron los efectos secundarios indeseables, como la delincuencia y la violencia de las barras o el tinte regionalista, apoyado en un malinterpretado sentido de pertenencia, que a la vez se contradice con una falta absoluta de identidad, debido a la copia de modelos barristas extranjeros.

A pesar de la supremacía del fútbol, de vez en cuando algún otro deporte se roba la atención de los colombianos por un tiempo, por el desempeño de algún compatriota nuestro que ha puesto de moda otra disciplina.

Hasta mediados de 2004, los colombianos podíamos decir, y todavía con algo de razón que, en materia de fútbol, nuestro país era el tercero en Suramérica, después de Brasil y Argentina. Hoy seguimos siendo terceros, pero no por los méritos actuales, sino por lo malos que son los otros… por sustracción de materia.