Cuando el presente es vacuo y aburrido, los mismos corruptos con las mismas maniobras y los mismos cómplices, no extraña que el pasado regrese a convertirse de nuevo en protagonista. La Comisión de la verdad para indagar sobre lo que realmente pasó en el holocausto del Palacio de Justicia en 1985, confirmó lo que ya se sabía, pero como lo afirmaban magistrados y no metiches metidos a defender los derechos humanos, su imprimatur le daba validez.
Verdades dolorosas, medias verdades, mentiras verdaderas, festín de la realidad que al final deja el sabor amargo de que en este carnaval del poder, un infinito esquema de grises impide ver la frontera de lo justo y lo legal. Caos que deja el sabor amargo de que todo es posible, incluso salvar la democracia, asesinándola. Paradojas modernas escritas con el más puro cinismo que enmarca nuestra época.