No me pongo la camiseta
Homo UrbanisPor Sentido Común
sbado 2 de febrero de 2008 13:00 COT
Una noble causa se convierte para muchos en un lucrativo negocio y para otros en la oportunidad de ponerse a tono. En Colombia, un joven internauta tuvo la idea de congregar al país, al menos a 1 millón de personas, para que marcharan unidas contra los genocidas autodenominados FARC. Pronto el llamado se regó como pólvora y en breve el movimiento alcanzó pronto un nutrido número de seguidores. Comenzaron las posiciones alternativas y eso es sano. Comenzaron las posiciones contrarias y eso es normal. Comenzaron las ventas de artículos conexos como camisetas o banderitas, y eso sería lógico si se hiciera para fortalecer la causa. Pero inevitablemente lo hacen negociantes que todo lo convierten en feria mercantil.
Ayer, en un soleado viernes, las vías de Bogotá se vieron inundadas de vendedores de camisetas alusivas a la marcha del 4. Por simple curiosidad, porque en efecto jamás uso esos uniformes que se imponen en actos como el del lunes, pregunté el precio y me encontré con que la misma camiseta valía entre diez mil y veinte mil pesos, dependiendo del sitio, del vendedor o, en últimas, del marrano, como se dice vulgarmente. El costo de la camiseta, ya estampada y con bolsa, oscila entre los dos mil quinientos y tres mil pesos. El vendedor ambulante dice comprarla por siete mil e intenta ganarle desde un aceptable 30% hasta un usurero 150%.
Apoyo la marcha, y tengo la intención de salir a la calle ése día porque siento que es hora de vencer la indiferencia y manifestarnos ruidosamente, esta vez contra las FARC, mañana contra los paras, los parapolíticos, los corruptos o cualquier otra plaga de esas conocidas, y finalmente aceptadas por nuestro silencio. Pero reprocho que hasta causas como estas reflejen la idiota sociedad de consumo en que nos encontramos inmersos. Valores como la paz o el respeto a la libertad y a la vida se confunden con un mezquino mercado persa, donde todo tiene un precio (o varios) y todo es comercializable. Se que es una realidad, pero no lo compartiré nunca.
Recuerdo siempre el día del entierro del asesinado Jaime Garzón. Asistí a la plaza de Bolívar por necesidad invencible, pero salí despavorido de ella ante el acoso de los vendedores de Bon Ice con su pingüino gigante, los vendedores de banderitas de Colombia y el gritico en el oído “¡Chicharrón toteado, chicharrón toteado!”
mircoles 6 de febrero de 2008, 07:36 COT
Totalmente de acuerdo. Como siempre, tus comentarios cargados de Sentido Común, que por cierto es el menos común de los sentidos…