Vivir en Bogotá implica sufrir a diario las consecuencias de uno de los más caóticos sistemas de transporte del mundo, lo que aunado a la falta de disciplina ciudadana y a la agresividad de gran parte de los conductores particulares, da como resultado
una ciudad peligrosa y poco amigable. Basta hacer un recorrido de cincuenta cuadras a bordo de una buseta o un bus bogotanos, para entender la magnitud del problema.
El sitio menos indicado para subir a un bus es cualquiera de los paraderos dispuestos a lo largo de las principales vías, ante el riesgo de que allí se forme una aglomeración de gente, o lo que es peor, una fila, a las que son alérgicos la mayoría de los bogotanos. Como los buses también tendrían que guardar un orden de llegada si se detuvieran exclusivamente en los paraderos, sus choferes prefieren cazar pasajeros donde buenamente los vayan encontrando, como igual, arrojarlos donde mejor les convenga, poniendo algunas veces a prueba la pericia para llegar con vida al andén, de quienes admiten ser dejados en los carriles interiores de la vía.
Una vez abordado exitosamente el automotor, la emoción va en crescendo, incluso si es hora pico, posiblemente por algunas cuadras seamos parte de un racimo humano. Es el momento de sacar nuestro billete de 20 o 50 mil pesos, para pagar los $1.300 del pasaje, pero cuidemos de no “dar papaya” a un raponero para que se alce con nuestra billetera, cartera, aretes, reloj, pulsera, collar, pirsin y demás cacharros que usa la gente en este tiempo.
Las vueltas (el cambio) podrán venir con billete falso o con insulto justificado de parte del conductor, quien como retaliación, intentará llenarnos de moneditas de $50. El viejo truco de demorar las vueltas muchas veces resulta en perdón y olvido, y entonces, como decía el expresidente Uribe, esa platica se perdió. Adentro es posible que nos toque hacer parte de una cadena humana, para transportar dinero procedente de pasajeros que abordan la nave por la puerta trasera, y es entonces cuando se pone a prueba la honradez ciudadana. Pero ojo, que mientras el metálico circula, es posible que su celular con minutos haya cambiado de plan… y de dueño.
El Imperio de los Sentidos
Como no es Transmilenio, usted en realidad se ha subido a una caja de Pandora, en la que sus sentidos experimentarán toda suerte de sensaciones, comenzando por el olor a tapicería de pana color rojo ennegrecido, lavada por última vez en 1998, con agrieritas de bebé de 2001 y vómito de borrachito de 2008. Por fortuna para quienes les molestan estos dos aromas, un restante potpurrí de fragancias ahogará, entre chucha y pecueca, cualquier desagrado por los primeros. De cualquier forma, es recomendable llevar su buen tapabocas y una bolsa a mano, por si acaso.
Le sigue el impacto visual del decorado
kitsch, arraigado en el arte
pop zonal
, que ya desde el exterior se insinuaba en el ilegible cartel de la ruta. De hecho no son estos avisos lo que se acostumbra mirar, sino los colores institucionales de la EPS, o empresa prestadora del respectivo servicio, y algún tipo de carrocería característico de la ruta.
Si el exterior es medianamente tipológico, su lenguaje plástico interior le imprime a cada vehículo un carácter propio, personalizado, donde la cabina es lo más singular. En la del que abordamos en esta crónica, la bombillería a granel (sin estar en navidad) enmarca los sobrios acabados cromados, los tapices de arabesco y los cojines de leopardo con el rótulo Panamá, cuya asociación no se explica fácilmente. Cajitas de madera sobre bayetilla roja raída suavizan los pespuntes de la acolchada tapicería que cubre el motor, impidiendo que los gases tóxicos afecten en demasía a la tripulación. En esta ocasión el espíritu coleccionista del conductor salta a la vista, con bellos modelitos a escala y el juego completo de estampitas religiosas compradas en Chiquinquirá. El detalle que remata magníficamente la armoniosa decoración es el escarabajo con visos fosforescentes, recubierto en plástico transparente, que corona la barra de cambios. Si miramos al piso, una cabeza plástica de la muñeca Janeth nos hace distintos gestos, dependiendo la marcha en la que se desplaza el vehículo.
Pero si “sus vistas” tienen motivo para explorar y deleitarse, la tortura sobre sus oídos no cesará en esta aventura urbana sin par. Vallenato, reguetón, Heavy Metal y mucha plancha solo dejarán de sonar si la ruta va equipada con un par de televisores plasma en los que siempre estará sintonizado un pregrabado de Pirry despotricando de los pobres Tom & Jerry, o la Gurissati hablando contra el pobre Chávez. Al fin y al cabo estamos entre pobres.
Quizás el sentido mayormente afectado sea el del tacto. El roce social y el toque-toque son la máxima característica del transporte masivo. Algunos machos experimentan la adivinación con las manos, aunque lo pueden proyectar a otra parte de su anatomía, sin problema. Precisamente es el tacto en el resto de su cuerpo el que muchas hembras experimentan a bordo, con repulsión muchas veces, quien sabe si con abnegación otras.
Al mirar a nuestro alrededor es posible observar cómo muchos garosos pasajeros van ejercitando su sentido del gusto. Chitos, Charms, besitos, papas fritas, yuquitas, uvas chéveres o gomitas ácidas en forma de gusano son apenas unos de los nutrientes alimentos cuya venta y consumo al interior del aparato incitan al placer de degustar cualquier porquería que se ocurra. Algunas personas menos afectas a la comida chatarra llevan entre su equipaje de mano una doradita presa de pollo o un sanguche de muchacho preparado con esmero por la mamá. Activada la gurbia, y en recorridos como Bosa-Lucerito o La Gaitana-Claret, el refrigerio cubre una necesidad básica insatisfecha.
La interacción socioeconómica se da cita en cada recorrido y con elevada frecuencia. En nuestro recorrido de cincuenta cuadras es posible que presenciemos dos actos culturales, tres apéndices de televentas y un caso impresionante de emergencia social doméstica no cubierto por el POS, factor hoy en aumento. Desde raspa y armónica, hasta arpa y capachos, circulará por los estrechos corredores toda una orquesta sinfónica, en busca de un aplauso y de las moneditas de 50 con que llenó nuestros bolsillos el maquinista. Perfumes, chanclas y lápices flexibles, además de los caramelos antes descritos, reposarán en los cantos de quienes tiene asiento, mientras el vendedor narra su experiencia de vida, pide perdón por vender incomodando al respetable pasajero y agradece su amable atención. Mientras tanto en el exterior, y ayudados por el continuo trancón, hace presencia la amenazante competencia de vendedores de manzanas acarameladas, Bon Ice y hasta cañas de pescar de cinco metros.
Etiquetas: bus urbano, Sistema Integrado de Transporte Público, SITP
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domingo 7 de marzo de 2010, 19:10 COT
[…] del timón: un modelo insostenible Habida cuenta del “sistema” de transporte brutal e indecoroso que hemos sufrido por tanto tiempo los bogotanos, amén de Transmilenio, la experiencia de […]
domingo 7 de marzo de 2010, 19:29 COT
Tantas situaciones incómodas me hacen ratificar en mi convicción de que es más que necesario el metro para la capital de Colombia. El metro de Medellín, es ahora toda una institución en este medio masivo de transporte y está en la capacidad de asesorar y expandirse a toda Colombia.
Terrible sentir la anatomía varonil de un extraño y en esa forma,
Besitos amistosos!
domingo 7 de marzo de 2010, 20:23 COT
Lully: Besitos también amistosos y gracias.
El Metro de Medellín es una maravilla paisa, donde está proyectado todo su sentido cívico y su amor por Antioquia. Ojalá se nos pegara esa actitud, en vez de estar proyectando odios ajenos y anidando la esperanza de que al actual Alcalde no le salgan bien sus planes, porque de golpe se sube otro del Polo. Esa es una mentalidad obtusa y mezquina que está de moda por acá. Si a este o a cualquier alcalde le va bien, nos va mejor a nosotros.
SC
martes 9 de marzo de 2010, 11:02 COT
Qué pena con el ex Alcalde (por accidente), Paul Bromberg, gran “experto” en movilidad, quien seguramente no usa el bus, pero con todo y el aumento de la tarifa planteado en el SITP, el servicio se hará más económico para quienes hagan varias conexiones, caso muy frecuente en los desplazamientos de “largo tiro” que son realizados por numerosos trabajadores (celadores, obreros, vendedores, empleadas de servicio, etc.), quienes cruzan dos veces la ciudad de sur a norte o de oriente a occidente.
Pero quizás lo más importante, e intangible, es la mejora en la calidad de vida para todos, algo que no tiene precio.
Igual se decía de la tarifa de Transmilenio y se dirá de las del Metro y el tren de cercanías, pero la eficiencia y la decencia terminan por darle la espalda a esos argumentos populistas. Lo contrario es seguir por siempre conviviendo con la caverna, en razón a que “somos un país tercermundista”. Abre la mente, Paul. Otros ya la tienen bien abierta
mircoles 10 de marzo de 2010, 08:09 COT
Don S.C. Tal cual es la experiencia de andar en bus.. no es otra la realidad, creo que todos la hemos sufrido.
Aqui como en muchas cosas que pasan en este pais, el ciudadano no protesta, se conforma, cree que eso y no otra cosa es lo que se merece, que “al menos” tiene como movilizarse,
Esto que paso, el paro, fue bueno, y al menos este Alcalde fue capaz de enfrentarse a ese gremio, pues el problema es tan antiguo como la ciudad, y los anteriores alcaldes fueron seguron miedosos de hacerlo.
Ojala y pronto se vean los resutados…
Y ojala y pronto dejemos de ser tan conformes… que sepamos que tenemos derechos, que no tenemos porque aguantar los “toque-toque” , los chitos, los mariachis, los madrazos de los choferes,
Gracias por escribir esto que sabemos que existe pero que nos hacemos que no…
mircoles 10 de marzo de 2010, 08:46 COT
Qué bien que lo hayas expresado apreciado Sentido Común, es que no más, es -sentido común- que todos deberán asumir si quieren una Bogotá mejor, no se trata de ir en contra de la alcaldia sino velar por lo que realmente se merecen los ciudadanos, que no es precisamente la incultura que se vive en los buses. De hecho, dejame decirte que no considero a los paisas los más cultos, porque aqui pasa de todo y apenas estamos tratando de involucarnos en la cultura de respeto y demás, pero es un comienzo para la tranquilildad ciudadana y de convivencia pública, que bien vale la pena que lo comiencen a realizar también en la capital de esa hermosa Sabana de Bogotá, por una calidad de vida mejor. Ojalá valoraran este esfuerzo y empeño en que está encaminado el Alcalde Samuel Moreno y ojalá que Uribe realmente apoye y antes de irse deje un avance en este sentido, aún tiene 140 días aproximadamente, entonces que demuestre su garra paisa para ejecutar acciones que beneficien la ciudadanía: El metro de Bogotá.
Kisses friendly again!
mircoles 10 de marzo de 2010, 17:28 COT
Se que es mucho más eficiente, rápido y digno el metro. Que lo necesitan y lo merecen. Pero he disfrutado la descripción de los automotores. Encuentro encantadora esa cultura cálida, graciosa, humana, llena de ruidos y olores. Muy latina y que se extraña al subirse a un bus en Alemania, en que el frío ambiental exterior se transforma en un frío humano. Todo es silencio y rectitud. Los choferes parecen gerentes de banco y que vaya a reir un niño. Lo hacen callar.
Me gustan las busetas latinas y su cultura kitsh.
Cariños, SC.
jueves 11 de marzo de 2010, 08:27 COT
Lully, Q. y Macladu.
Definitivamente lambericas
(Nota de Sentido Común: De conformidad con la política editorial de equinoXio, la moderación de comentarios en sus entradas corresponde exclusivamente a los autores.)
jueves 11 de marzo de 2010, 10:06 COT
No para luego de tantos días: acaba de temblar en Chile (terremoto 6,5) Con toda esa emoción es increíble que Q. necesite más adrenalina, jeje. Pero en fin, como a algunas personas les parecerá pintoresco y divertido, se podría, luego de organizar la movilidad con el SITP, dejar una rutica turística de busetas Chicó-Miranda-Olaya-Quiroga, con todos los juguetes.
Gracias Macaya y Lully, estimadas fans, por sus comentarios.
Y veo que nadie advirtió que es la primera vez que hablo del “expresidente Uribe”. Tenía mucha curiosidad de ver cómo sonaba.