Una misión por cumplir
Estancias > Hibakusha ProjectPor Mainichi Shimbun
domingo 28 de enero de 2007 0:01 COT
(Publicado originalmente el 22 de enero de 2007)
Kimie Kishi pule una lápida (Takeshi Nishimura / © Mainichi Shimbun)
Tengo que dar noticias tristes.
Kimie Kishi, de 60 años, vive en la ciudad de Miyoshi, prefectura de Hiroshima. Como resultado de la bomba atómica que cayó en Hiroshima mientras su madre estaba embarazada con ella en el vientre, nació con microcefalia, una enfermedad cuya característica principal es tener la cabeza anormalmente pequeña.
El 5 de noviembre su hermana primogénita, 18 años mayor que ella, murió de cáncer pulmonar. Cinco días después, su otra hermana falleció a los 64 años de septicemia (envenenamiento en la sangre). La menor de tres hermanas, Kishi está ahora muy sola en el mundo.
¿Qué puedo escribir? Las palabras me fallan. Una mañana hacia el final del año pasado Kishi, con un cubo en una mano y un hervidor en la otra, se abrió camino en los residuos de nieve que habían caído durante la noche hacia la tumba de sus padres.
“Siempre fueron mis hermanas quienes se hicieron cargo del agua para lavar la tumba”, dice. Con el cuerpo desgastado por la enfermedad, respira con dificultad mientras, luego de hacer una pausa para descansar, limpia cada centímetro de la lápida, que es tan alta como ella. Es una operación de dos horas, simplemente difícil acostada.
Su hermana primogénita fue una estudiante movilizada para trabajar durante la guerra cuando la bomba explotó. “Me pregunto si la bomba causó su enfermedad”, dice Kishi. Hay momentos cuando, abrumada por los recuerdos, llora incontrolablemente. Ambas hermanas tenían rostros amables y alegres, dice, y a su muerte se veían igual que su madre.
Los recuerdos son difíciles de soportar. La hermana del medio vivía cerca. Cuando va de compras, Kishi se desvía para evitar pasar por casa de ella.
Hecha la limpieza, junta las minúsculas y entumecidas manos y reza. “Sean amables entre ustedes”, exhorta a sus padres y a sus hermanas. Y luego, “gracias por darme la vida”.
Pensamientos similares se hallan en la mente de Yōko Nakano, de 60 años, que ahora vive en Fukutsu, prefectura de Fukuoka. “Las obras del destino son extrañas”, murmura. Como Kishi, ella estaba en el vientre de su madre al tiempo de la explosión. A diferencia de ella, parece no haber sufrido efectos en su salud. No obstante, tiene una profunda sensación de la vida como un precario obsequio, uno para ser apreciado.
La supervivencia de Kishi ha fortalecido su sentido de misión. “Si yo, la más débil de tres hermanas, soy la única de nosotras que queda viva, eso sólo puede significar que tengo un papel que cumplir. Tengo que permanecer saludable para hacer que la gente entienda la imbecilidad de las bombas atómicas”.
Sólo puedo admirar la fuerza interna de esta mujer, agradecida de estar viva a pesar de todo su sufrimiento.
Por Hiroko Tanaka, Mainichi Shimbun. Traducido del inglés por Julián Ortega Martínez
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