Una historia perdida entre vestidos
cine > Cineclub > EstanciasPor Isabel Cristina González R.
mircoles 20 de mayo de 2009 16:08 COT
Locaciones imponentes, trajes milimétricamente diseñados, infinidad de detalles glamorosos y, por supuesto, una fotografía cuidadosa y una banda sonora estilizada, le dan vida a otra historia cinematográfica inspirada en la nobleza inglesa. Basada en la premiada biografía Georgiana, Duquesa de Devonshire de Amanda Foreman, esta película escrita, dirigida, interpretada y producida por ingleses, evoca la industria del heritage cinema que surgió en la década de los años ochenta y proveyó de grandes éxitos comerciales a la Gran Bretaña.
Dentro de este tipo de películas en las que predominan las descripciones de trajes, arquitectura y modo de vida de épocas pretéritas de la Inglaterra colonial, son especialmente recordadas las adaptaciones de las obras literarias de E. M. Foster como Habitación con vista (A Room with a View, 1985) y Maurice (1987), realizadas por el ya octogenario James Ivory, asimismo autor de Lo que queda del día (The Remains of the Day, 1993) y Howards End (1992).
La Duquesa (The Duchess, 2008), como todos estos filmes, evidencia con esmero el esplendor visual del pasado pero termina por ser un relato simple y predecible, por eso es ante todo una película bella, agradable a la vista, pero que no conmueve. Pareciera que tanto el joven director Saul Dibb como el experimentado reparto, e incluso las productoras Pathé y BBC, reprodujeron nuevamente los aspectos más románticos e idealizados del estilo de vida inglés, que ha sido una de las características de este tipo de producciones, pero desperdiciaron la trágica y robusta historia de la verdadera Georgiana Spencer.
La Duquesa de Devonshire (1757-1806), interpretada por Keira Knightley, vivió un mundo en pleno cambio durante la segunda mitad del siglo XVIII, el de la Ilustración, en el que Europa comenzaba a agitarse por la Revolución Francesa y las 13 colonias de América pensaban en libertarse. Era apenas justo que a la enérgica Georgiana se le antojara algo más que lucir trajes sofisticados y parir herederos. Y no era que esto, para lo que finalmente la había escogido el Duque, le disgustara, pues su vida estuvo marcada por la moda y el fervor a sus hijos; no obstante, había en ella una intención de ser consecuente con lo que pasaba a su alrededor: consideraba la libertad como un concepto absoluto, quería participar de la política con el partido Whig y se resistía a ser un objeto más dentro de las posesiones del Duque (interpretado por Ralph Fiennes).
Al igual que la reina Maria Antonieta, con quien, según los historiadores , tenía una gran amistad, Georgiana fue poseedora de una gran influencia entre algunos ministros y creó en torno suyo todo un círculo de escritores, artistas y políticos, siendo icono de la moda e inmortalizada en los cuadros de los retratistas Gainsborough y Reynolds.
Un vestido para expresarse
Durante la primera noche como esposos los trajes complicados son tema de conversación entre el inmutable Duque y la tímida Duquesa. Es una escena en la que se le ve a él un poco más humano, tijeras en mano tratando de despojar de tanta tela a su nueva esposa. Ella, entretanto, le da a entender que ante la falta de medios para hacerlo, los vestidos les sirven a las mujeres para expresarse. Este par de frases son reveladoras y evidencian el papel que le correspondía a la mujer en aquel entonces y la importancia, más allá de la belleza, que cobraban los trajes y accesorios que ellas lucían.
La prensa de la época registró minuciosamente la influencia de la Duquesa en el mundo de la moda. Georgiana impuso el corte turco en los vestidos, el uso de peinados de tres pies, las excéntricas plumas penachos de avestruz en los sombreros, en fin, lo que ella usaba inmediatamente se replicaba en todo el país, y eso es algo que sí se refleja bien en la cinta, no en vano, el vestuario diseñado por Michael O’Connor resultó galardonado en la última velada de los Premios Oscar.
Este vestuario es un elemento expresivo fundamental en el relato. A lo largo del film sirve, incluso más que la misma actuación, para caracterizar y contrastar cada personaje. Georgiana utilizó cerca de treinta atuendos en los que se evidencia un esfuerzo por comunicar las sensaciones de una mujer ingenua, célebre y traicionada. Según el mismo O’Connor, hubo una intención de contrastar a Georgiana con Lady Bess y por eso “Keira comienza con colores pasteles mientras Bess usa colores oscuros…cuando se unen como hermanas ambas usan vestidos blancos. Al final de la película, Keira usa vestidos oscuros y Havley usa colores pálidos y ligeros, reflejando que se ha apoderado del rol de la Duquesa”.
La vida de “G”, como la llamaba su esposo, más allá de estar rodeada de lujos y suntuosidades fue una tragedia: desde antes de cumplir 18 años, su madre, Lady Spencer (Charlotte Rampling en la película), hizo el negocio de su vida con el Duque William Cavendish y, en adelante, Georgiana tuvo que aguantarse las mezquindades y la frialdad de su marido, el cual compartió por años con su amiga Lady Elizabeth Bess (Hayley Atwell); además, se la pasó en embarazo e incluso tuvo varios abortos por la presión de encontrar un heredero de sexo masculino; perdió parte de su fortuna en el juego, renunció al amor verdadero de Charles Gray (Dominic Cooper) y a los ideales de libertad para no perder a sus hijos y, finalmente, le cedió su lugar a Lady Bess para que fuera la siguiente Duquesa de Devonshire.
Sin duda, una historia más compleja de lo que aparece en la pantalla, no por la abundancia de decorados, sino por la incapacidad de trascenderlos por medio de elementos narrativos audiovisuales y la construcción de personajes que sorprendan al espectador, pese a la experiencia en filmes de época de todos los actores. Por ejemplo, el omnipresente gesto de Knightley no nos permite sentir de forma verosímil cuándo está alegre, cuándo está triste, cuándo tiene rabia ó cuándo coquetea. Su Duquesa como tal es un personaje mal construido, muy diferente al que encarna por ejemplo Nicole Kidman en Retrato de una dama (The Portrait of a Lady, 1996), donde también se cuenta la historia de una mujer aprisionada dentro de los cánones de la aristocracia y la tiranía de su marido.
La Duquesa, después de todo lo que le pasa, no nos deja sentir lo oprimida que se siente. Igual ocurre con el Duque, que si bien era un hombre parco, mantiene la misma expresión dibujada en el rostro y es incapaz de hacer transiciones entre una situación y otra. Ni él ni ella logran transmitir, más allá de lo evidente, lo incómodo que fue compartir bajo el mismo techo dos vidas tan diferentes. Algo similar ocurre con el personaje de Lady Bess que permanece relegada al Duque: no le coquetea, no se pone en su contra pero tampoco se pone a favor de Georgiana, simplemente vive cómoda entre la historia de los dos. Charles Gray tampoco sorprende, no convence el dolor que muestra al perder a la madre de su hija, a la mujer que ha querido desde que ambos eran apenas adolescentes y jugaban en los jardines.
Por eso, lo que era la tragedia de una mujer libertaria, atrapada en los cánones de la aristocracia y que sacrifica sus ideales por unos hijos que a duras penas aparecen en el film, queda simplificada a un triángulo amoroso, sin que haya mucho esfuerzo en los diálogos o la actuación. La historia cuenta que entre ambas mujeres hubo una relación epistolar llena de celos y reproches, y en la película si acaso se hablan, no hay emociones, simplemente comparten la casa, el marido, la comida, las fiestas y hasta los hijos sin dejar muy claro si lo que siente la una por la otra es lástima, amor, odio, resignación. Estudiosos de este heritage cinema, como Claire Monk, reconocen que el placer de estas películas está en el ingenio, el humor y la ironía, en los elementos de romance, en el melodrama y sobre todo, en el exceso de emociones, que es lo que no vemos en La Duquesa.
¿Para qué ir al cine a ver un drama tan parecido al que se transmitió por la televisión y se leyó en los periódicos y revistas de farándula de todo el mundo hace poco más de una década? Lady Di, la famosa “princesa de Gales” compartió con su antecesora, además del apellido Spencer, la insatisfacción matrimonial, el aprecio de la gente, el gusto por la moda y la política, la entrega a sus hijos y hasta las aventuras amorosas.
Como vemos no bastan el vestuario, la belleza de los espacios, los peinados, la música de cámara, esto es lo mínimo que esperamos cuando vamos a ver una producción histórica; por eso, La Duquesa es una de esas películas desperdiciadas, a la que duele invertirle tiempo para verla.
lunes 25 de mayo de 2009, 14:32 COT
No estoy de acuerdo con lo escrito en esta entrada (teniendo en cuenta que lo maravilloso del cine es que existen miles de puntos de vista, todos validos).
La actuación de Kiera Knightley es muy buena. No excelente, pero por lo menos va con el promedio. El género histórico no está diseñado principalmente para conmover, aunque todo cine deba hacerlo. El énfasis del género es mostrar la visión de un determinado director o escritor sobre una época, una vivencia. No es un documental, por lo tanto no tiene que ser preciso. Es eso, un punto de vista.
La opulencia en decorados y vestuarios, tiene que ver con eso, la visión de la época. Y volviendo a la actuación, me parece que la moderación de la misma es para crear contraste con los escenarios. Los excesos están en la mente del espectador, que funciona muy bien, por ejemplo, con la actuación de Ralph Finnes.
Si Maria Antonieta, de Sofia Coppola, hubiera tenido una mejor actriz como Kiera, de otros premios se hablaría.
No me parece una pérdida de tiempo. Me parece que no es apta para todos, que es diferente…