Resguardándose del prejuicio y del dolor en la casita del amor
Estancias > Hibakusha ProjectPor Mainichi Shimbun
domingo 11 de mayo de 2008 3:06 COT
(Publicado originalmente el 29 de abril de 2008 en japonés y el 7 de mayo de 2008 en inglés; esta es la primera entrega de la serie de primavera de 2008 del Hibakusha Project)

Yuriko Hatanaka, a la derecha, entonces de 22 años, recibe la ayuda de su padre Kunizō para sonarse la nariz. (Foto publicada originalmente en la edición del 15 de octubre de 1968 de la revista japonesa Economist [no confundir con la publicación británica homónima]. © Mainichi Shimbunsha)
Esta primavera, sin bombo alguno, un edificio que se había convertido en símbolo de las cicatrices dejadas por los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki fue demolido. Ubicado en Iwakuni, prefectura de Yamaguchi, era conocido como "Ai no Koya", la casita del amor. En este lugar había vivido después de la guerra Yuriko Hatanaka, quien sufre desde su nacimiento una microcefalia relacionada con la bomba. A medida que el tiempo pasa, los recuerdos de esa horrible época se oscurecen. Las tierras en donde la casita se encontraba es ahora un lote vacío pavimentado de concreto blanco, ligeramente cubierto de las flores de cerezo caídas a mediados de abril.
Vivir es una misión
El 22 de marzo, a unos 50 km de Hiroshima, la Kinokokai ("Sociedad del hongo") celebró su fiesta de cumpleaños anual para Hatanaka y sus compañeros víctimas de la microcefalia. Los aplausos resonaban mientras se apagaban las velas. Todos los invitados de honor, al igual que Hatanaka, habían sido afectados por la radiación estando en el vientre de sus madres. Todos celebraban su 62do. cumpleaños. Entre ellos estaba Kimie Kishi, quien había venido desde su casa de Miyoshi, 50 km al nordeste de Hiroshima. Kishi y Hatanaka no se habían visto en más de 10 años.
- Otoño 2007: Soledad y ansiedad en un menudo cuerpecito
- Invierno 2007: Una misión por cumplir
- Otoño 2006: La agonía de toda la vida nacida del vientre
Aun entre sus compañeros de enfermedad, Hatanaka sobresale por la notable pequeñez de la cabeza y del cuerpo. Con sus facultades mentales seriamente limitadas, apenas puede mostrar un rango muy pequeño de expresiones faciales. No puede conversar. Mientras Kishi le habla, ella le responde con el más escueto rastro de una sonrisa.
En el Museo Memorial de la Paz de Hiroshima, la historia de Hatanaka es presentada como uno de los más dolorosos ejemplos de lo que el bombardeo atómico le hace a la gente. Dentro de las muestras se halla una foto de ella más joven junto a su madre. Ahora la edad le pasa factura. Padeciendo de diabetes y confinada a una silla de ruedas, últimamente ha perdido 10 kg.
La cuida su hermana menor, quien la trajo a la fiesta. Una vez por semana asiste a un día de servicio de custodia. Aparte de eso pasa el resto de los días sentada frente al televisor de su hermana. Su padre Kunizō, quien fuera alguna vez un entusiasta activista del movimiento pacifista, tiene ahora más de 90 años y apenas puede hablar.

Kimie Kishi (Takeshi Nishimura / © Mainichi Shimbun)
Hace tres años, en el verano, me presenté en la barbería de Iwakuni que administraba Kunizō, esperando hacer una entrevista. Ya achacoso entonces, Kunizō se negó. Detrás de su negocio se erigía una casita de madera, como una cabaña. Aquí Kunizō y Yuriko habían vivido juntos después de la guerra. Llamarla "humilde" no le haría justicia. La persiana estaba detrás de la puerta de vidrio del zaguán, y las ventanas estaban cubiertas con tablas.
No obstante, todos en la Kinokokai se referían a Kunizō como un padre amoroso. Yuriko y su familia habían pasado muchas dificultades después de la guerra. Afligidos por el prejuicio contra los hibakusha, vivían de la manera más invisible que podían. La casita era un símbolo de su encierro. Después de que Yuriko y su padre se fueran a vivir a casa de la hermana menor, el dueño del lote aparentemente derribó la casa.
Kishi recuerda a Kunizō Hatanaka como un participante entusiasta en las reuniones de la Kinokokai. La última vez que lo vio, dice ella, se apoyaba en un bastón y hablaba de cuán preocupado estaba por su hija.

Desde el año pasado a Kishi la viene atormentando una persistente tos que la mantiene despierta por las noches. Hace dos años, en otoño, su hermana mayor murió de cáncer en los pulmones, tosiendo constantemente. "Tal vez sea igual conmigo", me dice intranquila. También le da un zumbido en los oídos que no se va. Viviendo sola y cada vez peor de salud, se halla a veces abrumada por un sentimiento de impotencia.
Sus amigos quieren que ella se vaya a vivir a Hiroshima. Seguro la vida le sería más fácil en la gran ciudad, entre sus compañeros hibakusha, que sola en Miyoshi, en las montañas. Pero Kishi se mantiene firme. "Si me fuera de mi pueblo natal, ¿cómo podría cuidar de la tumba de mi familia?" Los padres y hermanos de los pacientes con microcefalia ya están todos muertos, y la propia Kishi está envejeciendo. Es un futuro desalentador el que enfrentan.
"Primero que todo", dice ella, "quiero que la gente entienda lo que es la microcefalia relacionada con la bomba. Luego me gustaría que todos pensaran sobre lo que hay que hacer". Afortunadamente, Kishi puede hablar. "Puedo vivir con lo que tengo", afirma, con determinación y un brillo en los ojos. "Así que depende de mí hablar por los demás".
Kimie Kishi
Kimie Kishi fue afectada por la radiación cuando su madre tenía tres meses de embarazo, con ella en el vientre. La circunferencia de su cabeza mide 52 cm y mide apenas 1,38 m de estatura. Desde que era niña ha estado saliendo y entrando de los hospitales. Hasta hace tres años, temiendo que la discriminaran socialmente, ocultó el hecho de que es una hibakusha.
Yuriko Hatanaka
La madre de Yuriko Hatanaka tenía tres meses de embarazo y se encontraba a unos 730 metros del epicentro cuando bombardearon Hiroshima. Yuriko nació en febrero de 1946 con el pelvis dislocado. Su desarrollo fue lento: a los 7 años todavía no podía hablar o leer. A los 16 la circunferencia de la cabeza era 6 cm más pequeña que el promedio para una joven de su edad. No puede bañarse ni comer por sí misma. El Museo de la Paz de Hiroshima exhibe un video en el que la historia de Hatanaka trae a casa el horror de la guerra nuclear.
Por Hiroko Tanaka, Mainichi Shimbun. Traducido del inglés, con apoyo en la versión en japonés, por Julián Ortega Martínez
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