Mirarnos el ombligo
Estancias > Salón comunalPor Julio Suárez Anturi
lunes 31 de julio de 2006 9:09 COT
En tanto ciudadano, me alivia saber que ya se está pensando en que es bueno que Colombia deje de mirarse el ombligo y salga de ese estado hipnótico en que parece naufragar.
Es triste ver que su vida se ha reducido a la voluntad de la delincuencia política de las autodenominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –Farc–, y a un listado de tareas atravesadas por el estigma de la narcotización.
¡Aire!
Hay que chasquear los dedos, despertar al paciente. Es lo que se necesita ahora.
Bastante tiempo lleva Colombia viviendo la agenda de las autollamadas Farc: secuestros, masacres, chantajes, destrucción de pueblos y caseríos, propaganda negra…
Colombia es más que alias Tirofijo, más que las autodenominadas Farc.
Es más que esa organización del narcotráfico, y el narcotráfico organizado, juntos.
Duele ver reducido a su país a semejante estado de postración.
Medios de comunicación –incluido equinoXio, digo yo–, y cuerpo diplomático, tienen una bella labor a favor de Colombia. Los primeros, como iniciativa privada, y el segundo, como consecuencia de una decisión de Estado.
Por eso, en tanto ciudadano me complace leer dos artículos en las últimas veinticuatro horas, relacionados con este giro que debería tener el país, en su visión estratégica.
Uno de ellos es de Salud Hernández–Mora, quien considera que el servicio exterior colombiano es un mercado persa, en el que "se entregan responsabilidades a indocumentados por el mero hecho de pertenecer a la tribu o con el fin de pagar favores, o se les da a personas con aparentes competencias para fortalecer un grupo determinado".
Y casi se asombró, menciona que Geraldine El Chaer y José Ángel Aldana, diplomáticos colombianos en Líbano, pudieran haber salvado a compatriotas mediante un trabajo "eficaz y discreto" y, sobre todo, "sin gastar muchos recursos públicos".
El otro artículo, de mayor aliento conceptual, es de León Valencia, quien lamenta que, contrario a lo que ocurre en el resto del mundo, donde los países han comprendido el peso de las alianzas con otras naciones y la preponderancia económica sobre la política, "en Colombia la agenda interna se roba todo el protagonismo".
Para León Valencia "Colombia tiene que mirar hacia el sur de América", explorar Europa y abrir canales hacia "la sorprendente Asia" –como hace muchos años lo visualizó el entonces presidente Virgilio Barco–, y "superar la fatigante y odiosa narcotización de nuestras relaciones exteriores".
¿Por qué ocurre que vivimos solazados en mirarnos el ombligo, en una actitud bastante cuestionable de considerar por encima del hombro a los demás países?
León Valencia no responde esta pregunta, que me hago en tanto ciudadano, pero sí afirma que Colombia no tiene por qué esperar que su entorno multilateral gire en torno a su política de Seguridad Democrática –necesaria, quizás, pero no la única manera de buscar relacionarse con "el otro", Venezuela, Ecuador o Perú, por ejemplo.
"Un error histórico", afirma León Valencia, "que se profundiza: la preponderancia de los políticos sin formación y sin vocación diplomática a la cabeza de las embajadas".
Los mismos políticos de los que habla Salud Hernández–Mora, que son nombrados como representantes de Colombia, no porque haya una estrategia de desarrollo, sino "por el mero hecho de pertenecer a la tribu".
También son nombrados en el servicio diplomático "con el fin de pagar favores", o porque son "personas con aparentes competencias para fortalecer un grupo determinado".
En tanto ciudadano, me alivia saber que ya se está pensando en que es bueno que Colombia deje de mirarse el ombligo, y salga de ese estado hipnótico en que parece naufragar.