Inmortalizados en el cine
Estancias > Hibakusha ProjectPor Mainichi Shimbun
jueves 8 de febrero de 2007 0:01 COT
(Publicado originalmente el 27 de enero de 2007)
Sugako Akizuki visita la tumba de su esposo, Tatsuichirō. (Noriko Tokuno / © Mainichi Shimbun)
Los ciclámenes alrededor de la tumba, plantados en otoño, ahora retoñan, con sus flores rosadas temblando en la brisa de enero. He venido al cementerio con Sugako Akizuki, de 88 años. Su esposo, Tatsuichirō, yace bajo tierra aquí. Médico de Nagasaki, murió en octubre de 2005, a la edad de 89 años.
Cuidadosamente Sugako limpia la lápida con un trapo y luego, con cariñosa atención, riega las florecitas, como todos los días. Al frente de la lápida está escrito “Por la paz” y por detrás, junto al nombre de Tatsuichirō, está el de ella.
Hacia finales del año pasado Sugako recibió una carta que le dio mucha alegría. Era del director de cine Seiji Arihara, quien le agradeció por las mandarinas que ella le había enviado y le adjuntó un artículo de un boletín noticioso de un grupo pacifista, anunciando la exhibición en el extranjero de su película animada Nagasaki 1945 – Angelus Bell.
La película trata de los incansables esfuerzos de Tatsuichirō Akizuki para aliviar los sufrimientos de las víctimas del bombardeo nuclear de Nagasaki. Sugako, enfermera en ese entonces, también aparece en ella. Arihara hace una crónica del resurgimiento gradual del barrio Urakami, fuertemente golpeado por el bombardeo, entre cuyas víctimas hubo muchos católicos.
La cinta fue terminada poco antes de la muerte de Tatsuichirō. Desde entonces, ha sido exhibida de forma independiente en cerca de 500 sitios a lo largo del Japón. Una versión con subtítulos en inglés fue mostrada en siete países, entre ellos EUA, Alemania y Francia, y se trabaja en una versión con subtítulos en ruso.
No todos están contentos con Nagasaki 1945. “Las condiciones justo tras el bombardeo no eran así”, se quejan algunos hibakusha. Pero Sugako dice que su esposo quería que el bombardeo se comunicara no solamente con libros sino también con películas y con música, que apelan más directamente a las emociones.
“Era importante para él que el terror de las armas nucleares se entendiera de manera tan amplia como fuera posible”, dice. “Estoy segura de que está feliz con ella”.
Antes de visitar el cementerio, Sugako sale todos los días en el crepúsculo de la mañana a oír misa en el Hospital de San Francisco, donde Tatsuichirō se desempeñó como director. Mientras ella reza, cierra los ojos y refleja cuán agradecida está por su vida.
“Hasta que Dios me llame”, dice, “es mi deber vivir tan completa y productivamente como pueda”. Para mí, hay algo espléndido sobre esta mujer decidida a vivir la vida que le han dado hasta más no poder.
Por Emiko Osanai, Mainichi Shimbun. Traducido del inglés por Julián Ortega Martínez.
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