Gran Torino
cine > Cineclub > EstanciasPor Marsares
viernes 24 de abril de 2009 19:22 COT
Los valores son el sostén de cualquier sociedad, incluso de la estadounidense que los tiene muy particulares: la defensa propia, el moralismo a ultranza y el porte de armas. La última frontera de un habitante del sueño americano es su patio de BBQ y allí cualquier intruso puede perder la vida con tan sólo pisar el césped.
Charlton Heston, el inolvidable Ben Hur, presidió durante varios años la Asociación Nacional del Rifle, que defendía el derecho a estar armado en defensa de la propiedad y la familia. No sorprende que de tiempo en tiempo éstos héroes regresen a las pantallas a desbaratar el mundo en nombre de la libertad.
En Gran Torino, el viejo Clint Eastwood vuelve a las andadas disfrazado de Walt Kowalsky, un veterano de la guerra de Corea, jubilado, viudo y amargado. Conserva el displicente rostro de Harry Callaham, sin la Mágnum 44 de antaño. En su reemplazo tiene un buen rifle, que marca la diferencia entre la vida propia y la ajena.
Gruñe en las primeras escenas como perro viejo, gruñe cuando los vecinos asiáticos tratan de ser amables, continúa gruñendo en su ropaje de redentor y gruñe hasta el final de Semana Santa que le hará decir al espectador cuando se prendan las luces: “Clint, en tus manos encomiendo mi cuerpo”.
Un gran aleluya, porque los malos pierden y los buenos ganan, como es el derecho de las cosas. La novedad es que el guionista, Nick Schenk, rescata del olvido a la etnia hmong del norte de Laos que ayudó a Estados Unidos realizando operaciones especiales en Vietnam y casi fue exterminada por los vencedores al término de la guerra.
Son hmong los vecinos de Kowalski que esta vez no son abandonados a su suerte como en Laos. El viejo héroe los defiende porque se adaptaron a the american way of life y eso vale para que sonrían al final del día. Los otros (¿comunistas disfrazados de pandilleros?), que se pierden la misa dominical, no tienen perro para sacar a pasear, ni podan el jardín cada 8 días, son los perdedores.
¿Y el Gran Torino? Como en las ferias de descuento lo pusieron en la vitrina para atraer compradores y allí se quedó, con su rol de solterona, esperando a su héroe. Al final lo sacan a pasear para guardar las apariencias de que el carro también era parte del guión. Lástima, era un filón de historias, pero Clint no se iba a dejar robar el protagonismo.
Aunque la historia funge como catarsis que intenta espantar las culpas por el genocidio de los hmong, al final resulta una cinta predecible, que telegrafía cada paso, construyendo un escenario de cartón con cura bueno, héroe solitario, pandilleros malos, toques de humor a cargo de Ang Lee, su esperado ultraje y la familia salvada del diluvio. Amén.
Todo bien organizado, como los boy scouts, siempre listos, una escena enhebrando la siguiente, planos adecuados, música en su punto, cada elemento en su justo lugar. ¿Entonces por qué no termina de convencer? Porque la historia, así estén los hmong de por medio, nos la sabemos de memoria, como la de Caperucita roja. Quizás si la abuelita caza al lobo y lo vende como chatarra biológica en el bazar de la iglesia, no estaríamos pensando que Hollywood de nuevo nos metió gato por liebre, que es lo mismo que Callahan por Kowalski.
El final sorprende, es cierto, además por lo simbólico. Con él, al parecer termina la saga de los héroes de Eastwood, que defendieron la ley violándola y le corresponde a Kowalski expiar sus culpas. Pero luce un tanto forzado, como la zapatilla de cristal a las hermanastras de la Cenicienta. Este olor a incienso atosiga, hasta el punto que lo obliga a uno a salir de la sala de cine en busca de un pecado que lo salve de la aburrida santidad de Kowalski.
viernes 24 de abril de 2009, 23:33 COT
La verdad no se como tomar este artículo. No se si es una crítica sobre la película o sobre el estilo de vida Americano más obvio. Ese que odia todo el mundo. Claramente parece esto último, ya que se limita a comparar un conjunto de características de los personajes y exponerlas como definitivas.
Digo, menciona que la familia Lor, los nuevos vecinos de Walt Kowalski, se acomodan al facilista estilo americano ese de los dinosaurios que tienen herramientas para arreglar todo y que podan el césped el domingo solamente porque “Toad” y otros cuantos jóvenes son invitados por Walt a un BBQ. En ultimas ese ritual para los gringos es lo mismo que una pollada en Perú, un asado aquí o, viéndolo de una forma un poco mas moderna, un flashmob. El principio básico es compartir con otras personas, divertirse. El personaje de Eastwood trata de acoplarse a esa “gente” que le recuerda sus días en la guerra de Corea. Inicialmente es un fracaso, y sin embargo termina conociendo algunos de rituales y un poco de esa cultura tan desconocida para él. No, no es una tesis sobre etnias asiáticas. Es, más que todo, una muestra de tolerancia.
Cuando él comparte con sus vecinos conoce cómo se divide esa cultura entre otras menores. Puede que sea una analogía o no, (ya me dirá usted) pero cuando Walt baja al sótano conoce a los jóvenes hmong quienes no son tan allegados a sus “costumbres”. Es él quien primero se acerca a esos extraños que por aquí no dudarían en tildar de terroristas solamente por ser diferentes.
Allí conoce a “Toad”. El cual muestran como un muchacho pusilánime, del cual su propia familia se burla por no cumplir su rol de “Hombre”. Sin embargo le reconoce algo que él respeta, algo que no queda muy claro, la verdad. De pronto es porque de alguna manera le reconoce algunos valores, ese querer no ser como sus primos, ese que se interesa por cosas que pocos reconocen. Igual todo es un poco gris.
Luego ambos terminan aceptándose, tan diferentes que son.
Lo de los primos es peor. Los califica de “comunistas”. A simple vista es otra cultura, una que quiere tener un sentido de pertenencia amenazando a los demás. Algo tan visto en todo lado. Y nos los muestran en formas de pandillas. Los vatos y los amarillos, ambos luchando por ser algo que no tiene justificación: el excluir a los demás, hacer lo que sienten que hacen con ellos. Y lo hacen de la manera más absurda: tratan de reivindicar su lugar en el mundo abandonando sus raíces, abrazando otras por medio de la intimidación, de la fuerza. Son lugares comunes bastante definidos.
También encuentro increíble que haga la asociación entre Charlton Heston, NRA, Clint Eastwood y los godos del norte. En cierto modo el personaje principal si es racista, pero como nota Roger Ebert no lo es mas que usted, yo, el celador o el vendedor de dulces. Decir que es prácticamente un republicano de pura cepa (como si fuera delito) también es erróneo. Es cierto que guarda un rifle como recuerdo de sus días de soldado (apegándose a su pasado, a esa herencia que no ha podido transmitir), no creo que lo haga porque “de tiempo en tiempo éstos héroes regresen a las pantallas a desbaratar el mundo en nombre de la libertad”. Al contrario: parecería que con sus actos tratan de saldar cuentas con un mundo decadente. La búsqueda frecuente en sus películas, más allá de una posición política, es el honor. Entonces Gran Torino no es tanto la despedida de Harry El Sucio sino un western más con un personaje algo parecido al detective Callahan.
Ahora, ya hablando de esos menesteres tan americanos (el hombre de la casa, el que lo sabe arreglar todo, el que bromea con otro hijo de inmigrantes sobre su origen), todo puede notarse no como el estilo mas tradicional de occidente, ni de el ideal del típico y manido “American way of life”. Es su sentido de pertenecer, de colaborar. En últimas se logra compenetrar con su entorno, ayudar al vecino, convivir pacíficamente. Son estos los valores que rescata para su alumno, los que desea transmitir, los que quiere que perduren. No es la reivindicación del BBQ como estilo de vida sino el hecho de poder compartir ese evento con su vecino de al lado.
Entonces no es tanto que ellos se adapten a la Gran América, sino que tratan de buscar su espacio en esa colcha de retazos que simboliza.
sbado 25 de abril de 2009, 08:10 COT
En varias partes he encontrado gente que escribe un poco asqueada por el tufillo de la película a “sueño americano”. Y eso es entendible: tras décadas de propaganda que se desbarata sóla confrontada con la realidad, a cualquiera que no esté adoctrinado eso le sabe a mico.
Sin embargo, en este artículo veo un poco de algo que no me gusta en la crítica de cine, y es el juego de manos posmoderno de “analizar” la película encontrando metáforas rebuscadas que probablemente jamás pasaron por la cabeza del director ni del guionista.
Me refiero, sobre todo, a los pandilleros como comunistas. Como si ellos no estuvieran mucho más asimilados a la sociedad gringa que esa familia matriarcal que todavía consulta al chamán. Como si hubiera algo menos centralizado y “libre mercado” que los negocios de las pandillas.
También me parece muy dudoso que la película tenga algún subtexto de propaganda a la familia nuclear anglosajona, la proliferación de armas, la justicia por mano propia, y todos esos ideales republicanos.
Aclaro, eso sí, que aunque no me dañé la experiencia de verla buscando mensajes subliminales, sí me fastidió un poquito el tono moralizante de la película, aunque eso no se compara con el franco malestar que me producen panfletos como “los edukadores” o incluso “el jardinero fiel”. Es feo que una película pretenda meterle los dedos a la boca a uno con una propaganda dogmática y trivial al mismo tiempo.
lunes 27 de abril de 2009, 15:52 COT
jormarnks:
Primero, le agradezco su comentario. Lo que buscan estos artículos es crear la necesaria discusión, para que el lector tenga diversos puntos de vista sobre el tema que se trata.
Lo primero es que el escrito tienen ambas connotaciones, pero valga una aclaración: se critica la película y el estilo de vida americano que muestra, que no necesariamente es el que representa a toda la unión. Es un estado multicultural, muy rico en expresiones de todo tipo, pero este es el que vende su propio cine, quizás porque es el que más la caracteriza.
Sigamos. Compartir, por supuesto que sí. Todos lo hacemos a diario y cada cultura tiene sus maneras de llevarlo a cabo. El problema del guionista (es su primer guión) es que estereotipa. Los personajes apenas son esbozados. El pusilánime, la abuela, la hermana, el propio Kowalski, el cura, la nieta, los hijos. A cada cual el guionista les dedica unas líneas para redondear el guión. Este es su defecto. Son personajes de cartón, sin profundidad. Puestos allí sólo para cumplir con los requisitos de la película. Todos exagerados, todos maniqueos. Los malos son malos, los buenos, son buenos. Pero el mundo, para nuestra fortuna, está hecho de grises.
A los primos, los llamo “comunistas” dentro del propio mundo de Kowalski. El luchó contra los comunistas de Corea del Norte y por eso les añado ese apelativo. Quizás debería haber puesto, “terroristas”, lenguaje en boga hasta hace muy poco y que era el común denominador de todo aquel que no tuviera los valores estadounidenses. Quizás por eso, muchos guionistas de Hollywood prefieren que las pandillas las formen las minorías raciales, olvidando que entre los caucásicos también las hay. ¿Por qué esta insistencia en que todo lo que no funciona en la sociedad estadounidense es culpa de los latinos, los negros o los asiáticos? A propósito recuerde en una de las escenas que cuando tratan de asaltar a la chica, los maleantes –otra vez minorías- son esta vez negros, completando el cuadro de los maleantes con los mexicanos y los asiáticos.
Respecto a Heston, la asociación es clara, Kowalski es uno de los tantos seguidores que tiene la sociedad estadounidense de las armas domésticas, y Heston fue el presidente de la asociación que defiende a ultranza este modo de vida.
Sobre el racismo, no sé usted, pero yo no creo serlo. Por lo menos que me haya dado cuenta, pero si reconozco que sobrevive velado en nuestra sociedad, sobre todo en las que tienen un alto contenido de inmigrantes. A propósito, vivo en un país racista, que recibió en los ochenta una oleada muy grande de refugiados que hoy son tratados como ciudadanos de segunda. Y son como Kowalski, intolerantes, agresivos, excluyentes.
Los estadounidenses, cuya cultura es tan respetable como las demás, tienen un problema. No sólo creen que es la única que tiene derecho a existir, sino que, además, la imponen a través de cualquier medio, incluyendo el armado. Y hablando de Kowalski, lo veo más como Paul Kersey, el “vengador anónimo” que hizo famoso a Charles Bronson, con la diferencia que esta vez, se le coloca una aureola de santidad en las últimas escenas, que justifica el uso de las armas, porque el fin es noble.
Sobre la despedida, sólo sigo las palabras del propio Eastwood que asegura no volverá a actuar. Desde su aparición en las películas de Leone, pasando por Bronco Billy y terminando en ese inolvidable papel de viejo entrenador, Eastwood ha dado mucho que hablar, empezando por su talento. Lástima que no todos sean aciertos. Y Gran Torino es un ejemplo.
Lo de compartir, curiosamente quienes en realidad lo practican son las minorías. Los anglosajones lo son en menor medida, atados a fundamentalismos muy peligrosos. Kowalski, a propósito, no es creyente. No sé si el propósito del guionista era resaltar esto para darle final de telenovela religiosa, con salvación incluida de alma.
Finalmente, en lo referente a la adaptación, muchos inmigrantes, como sucede también en Europa, no tanto tratan de buscar su espacio, sino el encierro en un gueto.
De nuevo agradezco el tiempo que se tomó para expresar su punto de vista. Grato polemizar con usted.
Lanark:
Una película, al igual que un libro o una obra de teatro y, en general, cualquier actividad humana, está sujeta a interpretaciones. Simplemente porque el público está formado por personas disímiles, con particulares puntos de vista y cada cual ve lo que se presenta de acuerdo con su visión del mundo. Esto hace parte de la riqueza humana.
Respecto a los pandilleros “comunistas”, como lo expresé en el anterior comentario, sólo fue un calificativo hecho a través de los ojos del protagonista, cuyos enemigos fueron los coreanos comunistas. Pero sólo quería referirme a los motes que de cuando en cuando la sociedad estadounidense les coloca a los que piensan diferente. Desde el simple “radical” o “liberal”, hasta el “terrorista” de estos días. A eso quise referirme, y siento no haber sido claro en este aspecto.
Respecto a los “subtextos” propagandísticos, salvo excepciones como las películas pancartistas de otras épocas, los temas subyacen porque de alguna manera reflejan los valores de quienes hacen los guiones o dirigen las películas. En el cine comercial estadounidense ha sido una constante la afirmación de su propia cultura, como sucede en otros lares. Eso no es malo ni bueno. Es simplemente su propia óptica del mundo. Lo que molesta es que traten de imponerlo como la única cultura posible, descalificando a las demás, tan válidas como la estadounidense.
Usted, ni yo tampoco (las reflexiones vienen después, como cuando se lee un libro o se asiste a un concierto) nos dañamos la experiencia de verla buscando mensajes subliminales. Simplemente se ven, como las propagandas o los enlatados. Después, viene la digestión y, si el caso, el alka seltzer.
Acotación: “Los edukadores” tiene un tono moralizante que molesta un poco, es cierto, aunque llama la atención que no trata de vendernos la perfección de la sociedad alemana, sino su hipocresía. Pero eso es harina de otro costal y quizás en su momento, en este espacio se haga la reseña correspondiente.
Agradezco su comentario.