El valor de una niña conecta un cuadrangular con el campeón de béisbol Harimoto
Estancias > Hibakusha ProjectPor Mainichi Shimbun
mircoles 8 de agosto de 2007 0:01 COT
(Publicado originalmente el 1 de agosto de 2007)
Isao Harimoto lee las palabras que escribió en el boleto para la niña. (Yūsuke Komatsu / © Mainichi Shimbun)
Como beisbolista profesional en los años 60 y 70, Isao Harimoto conectó un número récord de batazos (hits): 3.085. Ahora comentarista de béisbol, Harimoto, de 67 años, me muestra el talón de un boleto que tiene agarrado en sus gruesos dedos. "Fui al museo", dice, con su rostro colorado de la emoción. "Gracias a esa niña fui".
El talón es de un boleto de ingreso al Museo Memorial de la Paz de Hiroshima que, 62 años después de sobrevivir el bombardeo de Hiroshima, Harimoto fue capaz al fin de reunir fuerzas para visitar.
"Hasta entonces", me dice en una cafetería de Tokio el 17 de julio, "fui un cobarde. Tenía miedo de tener que revivir los recuerdos de esa horrible época".
Una sensación de que debía visitar el museo lo había perseguido desde 1967, cuando fue reconocido oficialmente como hibakusha. Lo más lejos que llegaría sería la puerta de entrada, para luego echarse atrás. A veces ni siquiera era capaz de salir del taxi.
¿Qué le dio valor esta vez?
Después de aparecer en una serie anterior del Mainichi Shimbun sobre los hibakusha, Harimoto recibió una carta de Rikako Kajiwara, de 12 años, estudiante de primer año en la Secundaria Mikuma en Hita, prefectura de Oita. Ella escribió acerca de su propia visita al Museo de la Bomba Atómica de Nagasaki. También, escribió ella, estaba atemorizada de entrar, pero se sobrepuso al miedo.
La carta de Rikako fue el estímulo que Harimoto necesitaba. Como hibakusha, sintió que debía ver el museo de Hiroshima. Respondió la carta de la niña con la promesa de que lo haría.
Cada primavera, antes de que la temporada beisbolística comience, Harimoto visita la tumba de su familia en un suburbio de Hiroshima. Aquí su hermana mayor y otros miembros de la familia que murieron en el bombardeo están enterrados. Este año, rindiéndoles tributo el 4 de abril, les anunció a sus difuntos seres queridos, "ahora voy a ir".
Salió del taxi y avanzó con valentía por la entrada del museo. De lo que vio dice, "nunca lo olvidaré".
Pasó 40 minutos viendo todo lo que había en exposición, el triciclo carbonizado, las fotografías de personas con la piel chamuscada por los rayos de calor, todo mientras gritaba en su fuero interno "¿por qué? ¿por qué hicieron esto?"
Un extraño impulso lo hizo querer estirarse y tocar los andrajos que tenían puestos los niños que serían de su edad en ese entonces. "Sentí que quería hablarles. Por un fugaz instante, vieron el infierno. Cómo debieron haber sufrido".
Mientras salimos de la cafetería, Harimoto me extiende el talón del boleto. "Mire, tómelo", dice.
Le hago una sugerencia: "¿Por qué no se lo envía a Rikako?"
Harimoto asiente vigorosamente con la cabeza. "Buena idea. ¿Tiene un lapicero?"
En el reverso del talón, inscribiendo cada caracter como si estuviera grabándolo, escribe: "Gracias. Que estés bien. Isao Harimoto". Entonces le envié la talón del boleto a la niña.
Esperé unos días y llamé por teléfono a Rikako.
"Por favor, dele las gracias por mí por mantener su promesa", dijo. Con la voz vibrando de la emoción, añadió, "hay un gran mensaje para todos nosotros en la fuerza de voluntad del señor Harimoto".
En mi caso, nunca olvidaré la expresión en el rostro de Harimoto mientras inscribía el talón del boleto, la amable expresión en los ojos detrás de sus anteojos. Sin duda, él se imaginaba a Rikako sosteniendo el boleto en la mano con una sonrisa.
Por Tetsuya Hirakawa, Mainichi Shimbun. Traducido del inglés por Julián Ortega Martínez
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domingo 9 de marzo de 2008, 19:04 COT
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