El miedo: un arma efectiva contra los grafitis cibernéticos
Estancias > Seguridad democráticaPor Julián Rosero Navarrete
viernes 14 de mayo de 2010 6:04 COT
Hace un par de años, se tramitó en el Congreso de la República el proyecto de ley No. 273 Cámara, en el cual se establecían nuevos tipos penales para la configuración de conductas delictivas relacionadas con la delincuencia informática. En medio del debate, la discusión se centraba en qué tan útil era volver más engorroso el Código Penal con la explosión de tipos penales, toda vez que las conductas delictivas ahí descritas ya contaban, en esencia, con un tipo penal. Es decir, en el proyecto de ley se creaba un tipo para el phishing, acción de crear páginas suplantadoras para compilar información financiera y bancaria, asunto que en esencia, es la misma “estafa con maniobras mal intencionadas”.
No obstante, a pesar de encontrar la esencia en el Código, el alegato de los promotores es que, al no existir el tipo específico para esa conducta, el trabajo de los operadores jurídicos se truncaba, asunto que devenía en dejar impunes atropellos cometidos contra el patrimonio de colombianos robados por piratas cibernéticos.
Ahora bien, el alegato de los promotores contrastó fuertemente con el caso del estudiante Nicolás Castro, en donde como pan y mantequilla, los operadores jurídicos le configuraron una conducta delictiva en menos de 24 horas, lo retuvieron más de 6 meses y existió una peligrosa agilidad en dictaminar su sentencia. En este caso, también se trataba de un fenómeno informático, pero cuya esencia, con una facilidad increíble, pudo ser configurada en instigación a delinquir sin necesidad de ningún tipo penal novedoso. Es decir, dejó en el ambiente un tufillo de arbitrariedad que permite presumir que la eficiencia y agilidad de los operadores jurídicos para configurar conductas delictivas en los fenómenos informáticos, más que por ausencia de tipos, responde a presiones políticas.
Esto sin duda, deja un mensaje perverso en la sociedad; en primer lugar, sin importar si hay o no tipos penales específicos para los delitos informáticos, sí se dejó en el imaginario popular que las expresiones populares pueden ser controladas de manera eficaz, llevando a que los aficionados a escribir mensajes políticos en Twitter y Facebook piensen 10.000 veces antes de denunciar de manera vehemente casos como la arbitrariedad en la asignación de los subsidios AIS, el enriquecimiento de ciertos personajes tras una decisión pública como instaurar la Zona Franca de Occidente, los 'falsos positivos' de Soacha, entre muchos casos tremendamente reprochables. Mientras tanto, el mensaje perverso se extiende a que los hackers amigos de lo ajeno pueden seguir tranquilamente inventando métodos novedosos para atentar contra el patrimonio de los ciudadanos de a pie, toda vez que, hasta el invento y trámite en el Congreso de tipos penales para configurarles alguna conducta, tendrán el margen suficiente para realizar sus pilatunas.
El asunto de Castro además somete a muchos aficionados de la expresión cibernética (los artífices de los grafitis en las redes sociales) coexistir con un ambiente de miedo similar al que los personajes de Los Simpson se vieron abocados en el capítulo en donde Bart era un “demonio” que a discreción convertía en engendros a aquellos que no pensaban como él. Más aún, cuando existen casos en los cuales tales grafitis se borran de manera mágica e inexplicable.
Lo anterior permite realizar profundas reflexiones. Entre estas, el hecho que resulta constante el atentar contra la libertad de expresión de manera indirecta, través de escarmientos que calan muy fuerte en el imaginario colectivo. Así pues, si se deja de lección a los cibernautas algo como: “si te pasas, vas a acompañar a Nicolás Castro”, ¿no se acercará el amedrentar de esta manera a las formas de opresión como se hace en otros países no tan democráticos? ¿Será que cuando ilustres representantes de Colombia —como la ex canciller Carolina Barco— se jactan en foros internacionales de vivir en la “democracia más estable de América Latina”, se olvidan de qué tipo de prácticas existen para controlar la expresión en medio de tanta “estabilidad”?